CAPÍTULO 16

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— Anne y Gèrard nos van a matar — dijo la rubia riendo entre beso y beso.

— Mientras que no se enteren, aquí no muere nadie.

— Podría chivarme...

— Pero no lo harás.

Quedaban dos días para la boda y había decidido aprovecharlos al máximo, usando el mínimo hueco que tenían para pasar el rato juntos. No podían usar su sala porque el piano se había roto y necesitaban arreglarlo porque lo necesitaban los músicos de la boda. Así que habían aprovechado que los condes estaban de paseo para usar ''su'' laberinto, el cual se habían dado cuenta que era un gran escondite.

— ¿Quién te ha dicho que no soy capaz?

— Me he echado la culpa de la rotura del piano cuando has sido tú.

— Es que no tenía ningún sentido que lo hubiera roto yo cuando mis padres saben que no tengo ni idea de como tocarlo.

— Eso no es cierto, ahora sí sabes un poco.

— ¿Y cómo les explico que sé tocar el piano, Flavio?

— Les dices que te has estado viendo a escondidas con un chico muy simpático para recibir lecciones.

— Y más cosas.

— Y más cosas, sí — dijo el moreno volviendo a capturar sus labios rápidamente.

Desde que se habían besado por primera vez no podían dejar de hacerlo. La tensión que habían guardado por casi un año tenía que salir por algún lado, y ambos lo sabían. Así que aquí estaban, intentando hacer en escasos huecos lo que había tardado casi en un año en hacer. Era una lástima no haberse sincerado antes, porque por lo que habían hablado ambos habían caído en las redes del otro casi desde el principio.

— Gracias igualmente por no decir que he sido yo — dijo la princesa una vez que se separaron — Aunque a ti tampoco te han dicho nada.

— Es que caigo bien a la gente del castillo.

— Con esa carita te perdonan todo.

— Tengo a todos conquistados.

— A mí la primera, ya lo sabes.

— ¿Qué haré sin ti?

— Disfrutar de de tu patria.

— Sin dejar de pensar en ti.

— Algún día dejarás de hacerlo.

— Eres insuperable, así que no lo creo.

— Me parece que nos va a tocar jugar a un juego cuando nos separemos.

— ¿A cuál? — preguntó extrañado.

— Al de olvidar que nos hemos conocido.

— No puedo jugar a eso, Samantha.

— Siempre dices que se te dan bien los juegos — dice dándole un pequeño beso — Bueno, pues vas a tener que demostrarlo.

— No me gusta ese juego.

— A veces hay que hacer lo que toca.

— ¿Tú también vas a jugar?

— Por supuesto — mintió — Soy muy competitiva, ya lo sabes.

— También sé que es mentira, porque te conozco — dijo cogiéndola de la cara para que no le apartara la mirada — Pase lo que pase, jamás voy a olvidarte. ¿Te queda claro?

— Cristalino.

— Bien — dijo abrazándola — Pero yo sí que quiero que juegues, no quiero que seas infeliz.

Historia de un Amor  ·Flamantha·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora