9. Nuestro arte

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Un día domingo por la mañana, el sol entraba por el pequeño agujero entre la ventana y la cortina de mi habitación. Una luz intermitente y clara.

Hoy será un día más.

Abro los ojos lentamente percatándome que mi pequeño gato estaba en mis pies. Sus garras asujetaban mi manta como si soñara con su pequeño plato lleno de comida a punto de ser robado.

Una canción leve pero animada sonaba a lo lejos, el viento y la lluvia los separaba de mi realidad. Me parecía nostálgica, hace tiempo no la escuchaba, no desde hace ya muchos años.
La melodía entonada y las pequeñas notas vivacez animaron mi pequeña mañana. Mi mente inesplorada coincidió con mis pensamientos y leves ideas pasaron por mi cabeza, y necesito plasmarlas.

Tomé mi pincel, una pintura no muy desgastada, un papel y un lápiz de tinta.
Trazos llenos de ánimo se fueron apagando de a poco. Línea, sentimiento. Línea, alegría. Línea, desanimo. Línea, tristeza. La hoja remojada dejaba rastros de un pincel sobrepuesto sobre él por mucho tiempo. Mis pies eran mucho más atractivos que aquella pintura.

La luz ya no era vivaz, era tenue, incluso oscura. La noche se aproximaba y no había logrado hacer nada.

La cama me hacía su invitación, y pasaba un día más con nula productividad. De a poco mi cuerpo fue cediendo y cambiamos el rumbo. El pasillo de mi hogar estaba oscuro y mis destino a pesar de estar a unos metros se sentía demasiado lejos.
Arrastrando los pies sobre la alfombra suave, sentí un poco de calidez. Esbocé una leve sonrisa.

Prendí la luz del baño y ahí estaba, el reflejo de la silueta llena de ansiedad y desprecio. Se iba deformando hasta que mi mano tocó el pequeño vidrio que nos separa. Sentí calor, calor humano. Era mi propio reflejo dándome esa sensación tan real y fantástica.
En el momento que saqué la mano y volví a colocarla sobre el reflejo para corroborar lo que había presenciado, la luz se apaga y solo se ilumina el reflejo gracias a la luz de la luna que nos acompañaba.

Sentí miedo, era yo y ese reflejo, solo nosotros dos deseando que uno desapareciera para volver a la paz mental. Un, dos, tres minutos. Y nada sucedía. Me di por vencido y traté de abrir la puerta y salir a observar si se había cortado la luz.

Mi casa era la única llena de oscuridad. La única en la que solo se llena de soledad e inseguridades. 

Mi arte era mi reflejo.

- Junio, 2019 -

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