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Cuando finalizó la jornada de ese día, Gus se recordó que no todo era tan malo en Woodlock High.

Al haber emigrado recientemente, la directora de la secundaria le designó al consejero, el profesor Francisco Montero, para tener una sesión todos los lunes después de las clases, por media hora. La idea era que durante esas sesiones hablaran de su proceso de adaptación al país, cómo se llevaba con el ambiente de la escuela y las amistades que estaba forjando allí.

La directora Jones se hinchaba de orgullo cada vez que hablaba de lo progresista que era su escuela en comparación al resto de las escuelas públicas de Austin o incluso del país, así que se preocupaba que Gus se sintiera lo más cómodo posible.

Si tan solo supiera lo que sucedía tras bastidores.

Pero lo bueno de esas sesiones era que podía disfrutar esa media hora con el profesor Montero, al que con mucha confianza llamaba simplemente Fran. No sólo era latino y podía darse el lujo de escuchar ese sabroso acento colombiano cuando hablaban en español, sino que tenía una piel morena brillante (quería pedirle sus secretos), ojos negros como el ónix y unos brazos marcados que dejaba al aire libre porque, por lo visto, ninguna camisa de manga larga podía contenerlos.

Gus sabía que el profesor debía llevarle unos veinte años. A Gus tampoco le importaba mucho ese detalle.

Estaba de más decir que no pasaba mucho tiempo escuchando sus consejos, no más de lo que estaba imaginando cómo se vería debajo de la chemise. Tenía que recrease la vista antes de que el profesor arruinara su humor.

—¿Pasaste buena semana? —le preguntó casual. Gus quería pensar que el profesor era tan despistado que no se daba cuenta que se lo estaba comiendo con los ojos.

—Oh, sí. El fin de semana fui con Emma a ver algo de ropa en Target, y luego nos encontramos con Gigi en el Starbucks donde trabaja Chema. Nos quedamos un rato allí.

Lo único que agradecía de estar en el fondo de la escala de popularidad era que había conocido a ese grupo de desahuciados. Estaban ahora activos en el chat grupal que compartían, su teléfono no había dejado de vibrar en su bolsillo durante los últimos cinco minutos.

—Ah, ¿sí? —sonrió Fran—. ¿Cómo lo llevas con ellos, Gus? Parece que se ven bastante seguido...siempre los mencionas.

—Pues...bien —a decir verdad, no sabía cómo responder eso. Gus sabía que Fran quería que dijera algo más elaborado—. Me caen todos muy bien. Me hablo más con Chema que con Emma o Gigi, comparto muchas más clases con él, pero nos mantenemos en contacto seguido.

Los había conocido en su primer día de escuela, a través de Chema. Chema ya era amigo de Emma, y Gianni era el mejor amigo de ella, así que se juntaron por asociación básicamente, pero no quería decir que no tuvieran cosas en común entre los cuatro. Tal vez con Chema tuviera una conexión más cercana, pero disfrutaba también su tiempo saliendo con Emma o chismeando con Gigi.

Como Gianni tenía muchas clases avanzadas casi no lo veía en los salones. A Emma la veía de vez en cuando, porque al inscribirse a una fecha muy cercana a la del comienzo de año escolar, no tuvo mucho qué decir en cuanto a los horarios para escoger. Para suerte de Gus, Chema también se retrasó en la inscripción y por eso podías verlos como dos chicles durante las clases.

—Me alegra mucho, Gus —dijo el profesor—. ¿Y qué me dices del resto de la semana? ¿Todo bien en la escuela?

Gus desdobló las piernas y frunció los labios. Eso era lo que hacía Fran, iba poco a poco tocando los temas hasta llegar a la escuela. Quería que Gus explicara todo lo que pasaba por su cabeza, pero no solo en todo aquello positivo...también en lo negativo. Suponía que era lo lógico, lo negativo era lo que impedía que se estableciese con mejor fluidez en el país. Y dada su historia, Fran sabía que lo negativo estaba en la escuela.

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