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Volver a los Estados Unidos no le dolió tanto a Gus como pensó que pasaría. La situación con su antiguo grupo de amigas le amargó bastante la estadía, y después de ellas la verdad era que ya no le interesaba ver a nadie allí salvo a su papá. Fue difícil volverlo a dejar, pero le prometió que lo iría a visitar durante las fiestas de carnaval y ya solo quedaba otro medio año más para que se mudaran al cien por ciento al nuevo país...andaba ansioso, inclusive.

O tal vez era que no había hablado con Chema de su descubrimiento.

Esa vez se quedó anonadado. ¿Qué hacía Chema siguiendo por Instagram al capitán de los Ocelotes? Era extraño, más cuando consideraba que Alfred era quien más se metía con él. Y en su momento se lo quiso preguntar...pero entonces se dio cuenta que tenía que explicar cómo lo descubrió. Y no quería que Chema se enterara que andaba espiando a quienes seguía, o a Alfred en cualquier caso...estaba seguro de que había algún tipo de explicación lógica. Como que habrían estudiado juntos en algún club, o que solo lo seguía porque estaba bueno, lo cual no iba a negar. Así que decidió dejarlo pasar por esa vez.

En la mañana de su regreso a clases se levantó más temprano de lo usual. Había llevado dulces y chocolates venezolanos que quería compartir con el resto. Barras de chocolate artesanal, dulces brillantes con forma de fruta, galletas de coco, barras de dulce de leche blanco y pequeños Torontos...había llevado muchísimas cajas de dulces para que le duraran una buena temporada, pero podía compartirlos también.

Estaba tan entretenido en la cocina, acomodando los dulces en pequeños paquetes para sus amigos, que se había olvidado de la presencia de cierto mariscal de campo en su vida.

—¿Qué es eso? —Gus soltó un respingo al escuchar la voz de Hide. Estaba viendo por encima de su cabeza los regalos, con esa extrañeza que todos tenían cuando veían comida extranjera por primera vez.

Recuperó la compostura antes de responderle. Espalda recta, ojos fijos en los regalos y una cara de póquer casi indescifrable que no demostraba los nervios que estaba sintiendo en esos momentos. No tenía ganas de que Hide le arruinara la mañana, mientras más pronto podía irse mejor.

—Chocolates —respondió cortante.

—¿De?

—Mi país.

Allí Hide no preguntó más, y Gus había pensado que por fin captó que no quería hablarle. Aún sin verlo, tomó otro Toronto y lo metió en la última bolsita abierta, sonriendo luego con satisfacción. Esperaba que a sus amigos les gustara; si no, iba a restregarles los dulces en la cara hasta que se los comieran igual.

Detrás de él, Hide fue a la nevera para sacar su termo de agua del congelador, y Gus notó que ya estaba vestido con todo y el jersey rojo y blanco de los Ocelotes. Era algo normal en medio de su rutina, Hide se iba mucho más temprano que él a la escuela, Dios sabía por qué. Lo que no esperó fue que metiera una mano en la caja de Torontos, lo destapara y dejara el envoltorio en la mesa antes de metérselo en la boca de un tirón.

—¡Está bueno! —le dijo mientras salía. No necesitaba verlo para saber que cargaba una sonrisa burlona en la cara.


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—Les juro que es desesperante y fastidioso. No me extrañaría que por eso Fran tampoco se lo trague.

—¡Gus, eso es muy grosero!

Gus casi rueda los ojos ante el comentario de Emma, pero se contuvo para no hacerla molestar más. El receso estaba por terminar y sus amigos lo acompañaron a su casillero para buscar su libro de Pre-Cálculo, el cual ya debía de tener polvo porque olvidó vaciarlo antes de irse de vacaciones.

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