52. Casado

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Narra Conway

- ¿Qué debería saber? - puso hielos en ambos vasos. Tras eso, giró sobre sus pies y me observó con las bebidas en la mano.

- Esto es lo más raro que he visto en mi vida. - me rasqué la nuca mientras pensaba en lo surrealista que era todo.

- ¿El qué, cariño? - me entregó un vaso.

- ¿Cariño? - puse cara de impacto mientras cogía el alcohol.

- Por favor, ya llevamos muchos años casados. No sé por qué te sigue impresionando aún que te llame así después de tanto tiempo. - meneó el líquido haciendo sonar los cubitos contra el cristal.

- ¡¿Qué?! - se me resbaló la copa al escucharla  y cayó al suelo, rompiéndose y derramando todo. Ella solo comenzó a reír muy fuerte.

- ¡Deberías haber visto tu cara! - seguía.

- Joder _____, no me puedes gastar ese tipo de bromas ahora, y menos después de haber tenido amnesia. - paró en seco sus carcajadas y puso un semblante serio.

- ¿Q-qué has dicho?

- ¿No recuerdas nada raro que haya pasado hoy?

- Ahora que lo mencionas... - pasó a un rostros triste. - recuerdo estar montando a caballo y, luego, hay como un corte, como si fuera una película. Después, solo sé que estaba sentada en la puerta de tu casa con un dolor de cabeza terrible. ¿Qué pasó durante ese tiempo? - se asustó. Tras recoger los cristales, nos dirigimos a sentarnos para ponerla al día con lo sucedido.

- Pobre Volkov... seguro que lo tuvo que haber pasado muy mal...

- Hola. - hice un gesto con la mano llamando su atención.

- ¿Qué?

- A mi también me dolió lo que pasó.

- ¿A ti?, ¿qué más te daba a ti si había perdido la memoria o no?

- Porque me importas... me importa que sigas formando parte del cuerpo. - me arrepentí y corregí lo dicho. Me dio miedo expresar mis sentimientos. - Tienes buena puntería.

- Yo también siento cosas por ti.

- ¿Que tú qué....? - no me dejó terminar. Se subió sobre mi quedando sentada con una pierna a cada lado de mi cuerpo, cara a cara, y se lanzó sobre mi. Fue lo más apasionado que había hecho en mi vida, y no tenía pinta de que fuera a pararse. Se separó para quitarse ella misma la camisa y proseguir con la mía. Me tenía acorralado, ella tenía el control, sabía lo que hacía. Me empujó para tumbarme en el sofá y tener más movilidad. Procedió a desabrocharme el pantalón para luego seguir besándome. - Este no es el mejor lugar. - conseguí decir entre jadeos. Se quitó de encima de mi, me agarró de forma algo brusca y tiró de mi hacia la cama. Una vez allí, siguió dirigiéndome, manejándome a su gusto. Fue de las pocas veces que he permitido que alguien me ordenara, ya que yo siempre llevo las riendas de todo.

Al rato, ambos estábamos tirados sobre el colchón, desnudos, cansados. Solo ___ tenía una sábana sobre su suave piel. Yo me limité a mirarla a los ojos.

- ¿Qué pasa? - dijo amable.

- Me gusta mirarte, muñeca. No siempre tengo la suerte de poder verte así: despeinada, desarreglada, a solas, siendo la única persona en la que pueda centrar toda mi atención sin que me interrumpan. - se acercó y pasó su brazo sobre mi. - Aunque quiera, no deberías dormir aquí hoy, tu tío querrá pasar tiempo contigo, y hay que explicarle todo lo sucedido. - le dije al ver que se le cerraban los ojos. - Vamos, debemos vestirnos, muñeca. - reí al ver que seguía acurrucada. Nos levantamos y nos pusimos la ropa para salir en dirección a su casa.

La sobrina de VolkovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora