Si tuviera que describirme con una palabra, precavida. Cauta. ¡Vaya! Ya van dos. Me gusta tener las cosas bajo control. Soy limpia y ordenada, así me anunciaba cuando buscaba compañera de piso. Trabajadora, eso puse en mi primer currículum, ese trabajo para sacar algo de dinero extra y poder pagarme el máster. No sé en qué parte se torció todo y dejé de creer que marcharme a Alemania era lo mejor que podría pasarme.
No me estoy quejando, no me gusta quejarme. Solo hago un repaso mental mientras miro mi frigorífico vacío. Lo tenemos dividido exactamente a la mitad, aunque no sea simétrico. Las tres baldas de arriba son mías porque soy más alta y las dos de abajo más los dos estantes de la puerta de Luisa, mi compañera de piso y amiga. Si tuviera que describirla en una palabra, charlatana. Era de esas personas que cuando las ves sabes que va a ser imposible llevarte mal con ella.
Recuerdo cuando nos conocimos, fue hace un par de años...
Yo colgaba carteles en busca de piso y ella buscaba compañera. ¿Típico? Nos tomamos un café, bueno ella. A casi cuarenta grados a la sombra yo elegí un iced tea. Era agosto y en Sevilla, parecíamos estar en el mismísimo infierno.
–Me encanta tu nombre, Mía –dijo mientras pagaba, que por cierto me invitó.
Eso también me gustó de ella, que fuese tan hospitalaria.
–Mi madre me lo puso para recordarme que no debía ser de nadie más.
Las dos sonreímos. Por aquel entonces llevaba el pelo largo, pero hace un par de meses le dio la neura y se lo cortó. Lloró mucho porque decía que parecía un champiñón. Yo le mentí, pero solo para que se sintiese mejor, corroboro que lo parecía.
Me dijo que era médica residente y que aún le quedaban un par de años allí. No se interesó por mi trabajo, solo quiso saber si me gustaban los animales. Me chocó aquella pregunta, se dio cuenta.
–Es que tengo un gato –explicó.
–¡Ah! No hay problema, en mi pueblo vivimos rodeados de ellos.
Me encogí de hombros y se rio. Tenía una boca grande de dientes perfectos, señal de que había usado aparato dental. Era muy morena de piel, pensé que ya se había ido de vacaciones.
Agitaba su melena rubia de un lado a otro mientras me explicaba la zona en la que estaba ubicado el piso.
–Sí, conozco Sevilla. Hice aquí la carrera.
Me miró sorprendida con sus achinados ojos claros. Aún no sabía si eran azules o verdes. Azulverdosos.
–¿Sí? ¿Qué has estudiado?
–Física.
–¿Educación física?
–No, física a secas –estaba acostumbrada. Es difícil pensar en física sin ligarla a la química, pero sí, eran independientes.
Normalmente cuando piensas en física siempre imaginas a alguien de gafas, bajito y con poco pelo. Un friki. No esperas ver a una chica de metro setenta, pelo castaño ondulado, gafas modernas y cintura de avispa. Pues os sorprendería la gente tan dispar que puede llegar a estudiar física.
—Y, ¿buscas trabajo? ¿Alguna empresa de investigación quizá?
Intentó adivinar, pero las ciencias ocultas no eran su fuerte.
–No, vengo por trabajo. Profesora de secundaria, en el Fernández de Ribera.
Y señalé tras ella el instituto.
–Pues te va a venir genial, porque el piso está a... –continuó hablando del piso.
A ella le gustaba. Me contó que era de su padre, intuí que tenían pasta. El piso me daba igual, con una cama y una ducha me bastaba. Lo que sí me asustaba un poco era la idea de no congeniar con Luisa. Aunque os adelanto que no fue así.
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Confinada con tu crush
ChickLitMía tiene 27 años, es astrofísica en potencia pero da clases de música en un instituto de Sevilla. Ella habla de ondas mecánicas y sus alumnos escuchan trap. Le gusta poner adjetivos a las cosas, cree en la amistad verdadera pero no en el amor, nun...