¿A dónde van los mensajes que nunca llegan?
Mi madre se tomó fatal mi marcha, pero tenía que aceptarlo porque las maletas ya estaban hechas, la PCR realizada y además, tenía que llevarme al aeropuerto.
Un abrazo eterno antes de entrar. La promesa de llamarla todos los días y a casi todas horas. Se secó la lágrima que asomaba por sus ojos, haciéndose la dura como siempre hacía, yo chasqueé mi lengua con el paladar y la reprendí con la mirada.
—Bueno, abrígate que allí hará frío —dijo frotando mis hombros.
—Mamá, es verano —puse los ojos en blanco.
—Ni verano ni nada, que vais siempre muy frescas.
—Está bien —otro abrazo y caminé sin mirar atrás.
Me rompía el corazón verla llorar, siempre fue así.
El control de los aviones siempre me ponía nerviosa, me gustaba llevar el billete y el pasaporte en la mano para no ser como esas personas que paralizan las colas buscando en sus enormes bolsos. No me gustaba llamar la atención ni que se fijaran en mí. Pasar desapercibida era mi lema.
El aeropuerto no estaba atestado como solía estarlo en estas fechas. Muchos destinos seguían restringidos por la pandemia. Y a pesar de eso, todo era más lento que de costumbre.
Me senté en una de esas sillas que recordaban a la sala de espera del médico y activé mis cascos. Tenía un par de horas antes de embarcar y se me harían eternas. Observé llegar a la gente y me inventé sus vidas. El chico de la gorra viajaría por trabajo, su maletín lo delataba. La mujer mayor de la izquierda volvería a casa, no paraba de hablar por teléfono en un perfecto alemán del que yo no me enteraba ni media palabra. Ese era otro tema, tendría que apuntarme a clases de idioma.
Me imaginé como sería mi vuelo de vuelta, cuando todo fuese cotidiano para mí. El clima, la gente, el idioma, las costumbres y la gastronomía. ¿Elegiría quedarme allí para siempre? Y, ¿si descubría que no me gustaba? Sentí un cosquilleo recorrer mi estómago y el móvil vibró entre mis manos. Era un mensaje de Luisa.
—¿Cómo vas?
—A punto de despegar.
—No te vayaaaas —y adjuntó emoticonos llorando.
Sonreí. Me comenzaban a entrar dudas sobre si realmente quería irme o si era algo que quise. Si ya no lo quería, si ni me hacía ilusión. ¿Y si yo también quise eso que veía imposible y cuando lo tuve ya no?
—Volveré antes de que te des cuenta —respondí con un guiño.
—Imposible, ya he entrevistado a dos chicas y a las dos las he descartado por no ser tú.
—Pues no seas tan exigente, no hay otra como yo.
—Lo sé, creo que la dejaré libre por si decides volver antes de lo previsto. El instituto donde trabajabas no estaba tan mal...
Luisa era de esas personas que no opinaban cuando estabas en el proceso de tomar una decisión. Cuando la tomabas, y creías estar segura de ello, entonces atacaba.
Y me decidí a mandarle una nota de audio con tono amenazante.
—Luisa, por tu madre, daba música.
—Verdad. Bueno, aprenderé a vivir sin ti, como hice todos los veranos...
—¿Te dieron las vacaciones ya?
Se mantuvo en línea un minuto y no contestó. Cerré la conversación y me puse a leer un libro que me había traído para el vuelo, sobre los planetas. El tiempo parecía no pasar y por suerte abrieron las puertas y comenzó el embarque. Todo era mucho más difícil con la mascarilla o no sé si era que me empecé a agobiar. Le di el pasaporte a la chica uniformada que me sonrió con sus ojos azules. Un sonoro pitido tras escanear el billete y pasé por la pasarela que terminaba en el avión. Había facturado una maleta y además llevaba un macuto que coloqué bajo mi asiento como me indicó el azafato.
Me sorprendió lo pegados que seguíamos viajando a pesar de la pandemia, pero había leído mucho sobre el tema y todos los aviones contaban con un sistema de ventilación que impedía la propagación del virus y la mascarilla obligatoria, por supuesto.
Me limité a poner el móvil en modo vuelo tras mandar un mensaje a mi madre y descansar en mi sillón que era de todo menos cómodo. Unas horas más tarde aterrizaría directa en mis sueños.
Por algún extraño motivo no me sentía feliz, aunque me obligaba. Una voz interior me animaba: venga, es lo que siempre has querido. Todo irá bien, no hay nada de qué temer. Había otra que hablaba más bajito, pero a la que le prestaba más atención: Bájate y vuelve a casa.
Demasiado tarde. Estábamos en el aire, me tranquilizó la sensación de saber que ya no podía hacer nada para volver, así que disfruté del viaje como pude.
Cuando llegué a Frankfurt, donde pasaría la noche antes de coger un tren, ya era de noche. Un taxi me llevó hasta el hotel que la escuela había reservado para mí. Conecté los datos para que mi madre no entrase en pánico y avisarla de que estaba bien.
Entonces recibí una serie de mensajes que nunca esperé encontrarme aquella noche, en aquel sitio y dadas las circunstancias. De un número que no estaba en la lista de mis contactos.
—Llevo algunos días pensando en donde irán todos los mensajes que te he estado escribiendo a sabiendas de que no los vas a leer, es fácil decir cosas cuando nadie te está escuchando... Podrás bloquear mi número y podrás bloquearme a mí, pero estoy seguro de que si lo haces, es porque no puedes olvidarme, no porque yo sea inolvidable, que seguramente no, si no porque nuestra historia lo es. En plena pandemia, estoy seguro que ni una bomba atómica lo habría impedido y te jode, y lo sabes. Pero prefieres no aceptarlo, no verlo y no oírlo. Por eso me vuelves tan loco.
—Me han dicho que has decidido cumplir tu sueño, ese que te daba tanto miedo y me alegro porque a lo mejor, yo he tenido algo que ver en eso. Aunque me habría gustado despedirme, tener una conversación e incluso hacer una video-llamada cada día mientras estás allí, que me cuentes lo feliz que eres y lo bien que estás, ir a visitarte por sorpresa y comprarte esos pasteles que tanto te gustan pero que tan malos son para ti. Y de verdad que no me siento orgulloso de este pensamiento, llamémoslo sueño y que sería mucho más fácil convivir con la idea de querer follarte, simplemente.
—Creo que habría salido bien, no tengo ninguna teoría contrastada pero sí la hipótesis mas certera. Tú y yo haciendo lo que nos de la gana, tú siempre diciendo que no a todo y yo siempre empujándote al sí que tan dentro escondes. Me gustaba pasear por las estrellas, pero no por las estrellas si no porque sentía que eras tú de verdad. Esa niña que nunca te dejaron ser, esa niña que podías ser cuando estabas conmigo. ¿Te acuerdas?
—Realmente creo que los mensajes que no llegan a su destinatario siempre lo hacen de alguna forma u otra. Algún día veras algo en las noticias que te recuerde a mí, o alguien de tu nuevo trabajo sonreirá de la misma forma que yo y allí estarán todos esos mensajes que quise mandarte y tú no quisiste recibir. Estoy seguro que tú piensas igual, que no fue mentira todo eso que pasó y que ahora que es posible deberíamos hacer algo. Necesito que me digas que también lo crees.
Suspiré en el asiento trasero de aquel taxi y sentí que el cielo se caería hasta el punto de aplastarlo todo. Y sentí unas extrañas nauseas. Inspiré y expiré rápido para no desmayarme y bloqueé todo eso que Mario removió con un puñado de palabras cuando yo ya no estaba. Cuando no había nada qué hacer.
Continuará...
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Confinada con tu crush
Chick-LitMía tiene 27 años, es astrofísica en potencia pero da clases de música en un instituto de Sevilla. Ella habla de ondas mecánicas y sus alumnos escuchan trap. Le gusta poner adjetivos a las cosas, cree en la amistad verdadera pero no en el amor, nun...