Capítulo treinta y tres.

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—¡¿Qué estás confinada con Luisa?! —preguntó poniendo el grito en el cielo Pablo.

Yo daba zancadas en mi habitación de un lado a otro con la puerta cerrada a cal y canto. No me podía creer que hubiese sido tan rastrera de hacerme eso.

—¡Joder! —lancé un gruñido.

—Y, ¿qué vas a hacer?

Puse los ojos en blanco.

—Pues tenemos dos opciones: o nos matamos o nos perdonamos... y la verdad no veo factible casi ninguna.

—Solo espero que os perdonéis. No soportaría tener que ir a tu funeral... —lanzó una risilla canalla.

—Puf... no sé si tengo derecho a estar enfadada con ella, pero me parece tan ruin...

—Sí que ha estado mal... no sé hasta qué punto tienes que estar confinada si ella ha dado negativo...

—Ella es la médica, no se lo voy a discutir —lo interrumpí.

Divagamos sobre cómo Luisa me dejaría morir en diferentes escenarios cotidianos: atragantamiento por aceituna, corte con cuchillos, resbalón en la ducha... Y todo aquello me puso más nerviosa de lo que ya estaba. Y la verdad, ya no tenía ganas de arreglar las cosas con Luisa. No me apetecía darle explicaciones, ni hablar con ella, ni siquiera quería verla o estar allí. De hecho, me puse a buscar un nuevo piso para el siguiente curso.

Ya no tenía sentido aquella discusión... o tal vez sí pero yo ya no se lo veía. Mario era historia por mucho que me doliera, jamás podría existir un nosotros en las circunstancias que todo había transcurrido. Y no os negaré que me acordaba de él cada puto minuto del día. 

Instagram no ayudaba. El muy capullo había decidido petarlo con fotos suyas en Tarifa. Mirando al horizonte, haciendo kite, en su preciosa cabaña en la playa, con amigos de risas. Era como si hubiese lanzado una bomba y huido deprisa, para no quedarse a ver los destrozos, para no tener que intentar arreglar nada. Para que fueran otros los que se preocupasen por recoger todo aquel desastre.

Lo odié, mientras estaba tumbada en mi cama deslizando con mi dedo cada una de sus fotos en las que se le veía feliz, guapo y distraído. Me odié por no haber hecho las cosas bien, por beber demasiado y darle ese beso que dio paso a los siguientes. Por dejarlo venir a casa, entrar en la familia e ilusionarme con todo eso que una vez creí posible.

Los nudillos de Luisa tocaron mi puerta y me sobresalté.

—Hay espaguetis con salchichas —dijo desganada y acto seguido escuché la puerta de su habitación cerrarse donde se había atrincherado con el gato. 

Puede que para vosotros sea algo insignificante pero ese plato encerraba tantos momentos juntas que en realidad era la bandera blanca de tregua ondeando alta y fuerte.

Suspiré y me decidí a salir porque sí, tenía hambre. Me calenté unos pocos y comencé a comérmelos de pie, en el pasillo. 

Luisa siempre odiaba que hiciera eso, ella era de compartir momentos alrededor de una mesa y yo la de las prisas por ponerme pronto a hacer cosas útiles.

—No puede haber nada más útil que comer o respirar —decía desde el salón—, así que siéntate, respira y come.

Sonreí al recordarlo y me senté donde tantas veces lo había hecho.

Dudo que alguien haya podido salir ileso de esta pandemia. Curioso como nos ha cambiado a todos, de una forma u otra. Como nos había puesto patas arribas nuestras vidas que tan al milímetro teníamos planeada. 

Confinada con tu crushDonde viven las historias. Descúbrelo ahora