–Mía... –noté una mano sobre mi hombro zarandeándome lentamente–, tu claustro.
El sol se alzaba justo encima de mi cabeza. ¿Dónde estaba?
¿No os ha pasado que a veces os despertáis en un sitio desconocido y os sentís desorientados? Sin saber qué hacéis ahí ni cómo habéis llegado. Pues así me sentía.
Abrí los ojos para encontrarme con el cuello de Mario, mi cabeza aún descansaba sobre él. Entonces procesé la palabra claustro y me incorporé de un salto.
–¿Qué hora es? –pregunté agarrándome el pelo en un coletero que siempre solía llevar en la muñeca.
–Y media –dijo desperezándose.
Lo miré. El sol iluminaba las betas rubias de su pelo despeinado, sus ojos brillaban eclipsando el resto de su rostro. Se atusó el pelo al observar que lo miraba sin intención de dejar de hacerlo, como si quisiera que mi visión de él fuese perfecta. Ya lo era antes de que colocase hacia atrás todo su pelo, imaginaos ahora.
Porque otra cosa no, pero sincera y objetiva era un rato. Mario era de revista, de esos chicos que ves por la calle ¿qué digo? De los que nunca ves por la calle, los que aparecen por casualidad en la lupa de Instagram y le preguntas al que tengas al lado: ¿dónde están esos hombres? A sabiendas de que "esos hombres" no son para ti. Que la mayoría son muy guapos e instagrameables, sí, pero con cero inteligencia. Y aunque haya caído en el cliché de que los guapos no son listos y por mucho que nos duela, en la mayoría de los casos ocurre así. Y es por eso por lo que no eran para mí, de hecho, dudaba que existiese algún hombre para mí, pero eso es otro tema.
–Mía –me llamó cuando estuvo de pie en frente de mí y consiguió sacarme del ensimismamiento en el que andaba–. Ya sé que no das crédito a haber dormido con semejante Dios del Olimpo pero... son las ocho y media.
–¡¿Qué!?
El claustro volvió a mi cabeza. Corrí escaleras abajo, saltaba escalones de dos en dos para llegar a la puerta de casa y darme cuenta que no llevaba las llaves. Miré detrás mía donde bajaba con cautela Mario moviendo las llaves de un lado a otro.
–¡Qué listilla! –murmuró adelantándome y abriendo la puerta mientras yo no podía dejar de pensar en la monumental bronca que me caería.
El director, desde que llegué al instituto me tuvo entre ceja y ceja. Pablo decía que era por lista, aunque yo creo que era porque no paraba de proponer excursiones y al gordo no le gustaba sacar su calva a pasear. No le gustaban los cambios, ni la gente joven. Era el típico profesor amargado que se resigna a su trabajo y espera su ansiada jubilación. Todos lo esperábamos con las mismas ansias.
Me tenía manía. Y yo no era de las que le daban motivos para regañar, pero esta vez tuve que tragarme todos mis peros porque tenía razón.
Me conecté tarde y pedí disculpas, tampoco era tan importante aquella reunión. Y no satisfecho con la humillación pública tuve que quedarme un rato más a solas con él mientras se regocijaba en su sermón.
Mario me observaba partido de la risa mientras yo sudaba sangre ante aquella pantalla. Le hacía el corte de manga sin que se viera en la videollamada.
–Es lo único que tenemos que hacer, cumplir con las horas... no me esperaba esto de ti. Era de la última persona que me lo esperaba...
–Lo siento señor Goy –que era como debíamos llamarlo, aunque en realidad lo llamábamos puto calvo seboso.
Pablo no tardó en escribirme a Whatsapp para darme ánimos, sabía lo intenso que puede llegar a ser el director.
Acepté que lo que tenía que hacer para que me dejara en paz era pedir disculpas infinitas y agachar la cabeza. Era la forma inteligente de reaccionar, estaba ganándole en realidad.
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Confinada con tu crush
ChickLitMía tiene 27 años, es astrofísica en potencia pero da clases de música en un instituto de Sevilla. Ella habla de ondas mecánicas y sus alumnos escuchan trap. Le gusta poner adjetivos a las cosas, cree en la amistad verdadera pero no en el amor, nun...