Capítulo treinta y ocho.

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(Por Mario)

El verano se acababa por mucho que nos negásemos a ello. Septiembre siempre había sido ese mes que odiaba. Los turistas se iban, las playas comenzaban a vaciarse. Aunque sí que me gustaba para viajar, solía viajar en ese mes con Luisa, aunque este año era imposible. La situación parecía empeorar, se hablaba de una segunda ola. Me agobiaba la idea de volver a lo mismo de Marzo.

¿No habíamos aprendido nada? Parecía ser que no.

Todo seguía cancelado y todos ansiábamos la llegada del año nuevo que aún se hacía de rogar.

—Este año nos vamos a tener que conformar con Tarifa —dijo Luisa que estaba sentada fuera de mi local, en la arena, mientras yo recogía las tablas.

Bebía un botellín de cerveza sin dejar de mirar a un grupo de chavales que hacían volteretas más cerca de la orilla.

—Podrías ayudarme, ¿no?

Estaba tan embobada que no respondió y seguí a lo mío.

—¿Crees que me habrá visto antes en la tabla? —me preguntó y no supe muy bien de qué hablaba.

Salí y la miré extrañado mientras se giró esperando respuesta. Entrelacé las mangas del neopreno a mi cintura dejando ver mi moreno torso. Y me quité la goma que llevaba en el pelo para que se secase al aire.

—¿Quién?

—¡Joder Mario! —exclamó sin quitarme ojo.

—¡¿Qué?!

—Que cada día estás mas bueno...

Y me sonrojé. Me acerqué para darle un golpe en su cabeza que esquivó porque ya me conocía de sobra. Me senté a su lado y le robé la cerveza.

—Ya nos hemos encontrado muchas veces con aquel chaval, creo que le gusto —dijo mirando al grupo de chicos.

Aguanté una sonrisa.

—Vamos a ir a hablarles.

Me miró con los ojos como platos al mismo tiempo que negaba rápido con la cabeza.

Me levanté y la levanté agarrándola con fuerza de su brazo.

—Y, ¿qué le digo?

—Pues improvisamos —la arrastré para que comenzase a caminar.

Fue todo el camino diciendo.

—¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios!

Eran tres, hacían piruetas en la orilla mientras uno grababa con el móvil. Serían más pequeños que nosotros, aunque no mucho.

—Mi amiga quiere que la enseñéis a hacer el pino —dije y la mirada de querer matarme fue evidente tras el golpe que me dio en el estómago.

—Uy, que va, soy muy patosa —respondió ella.

—Yo te conozco, ¿no?... —dijo el chaval más moreno, era el más guapo, así que imagino que sería del que Luisa estaba enamorada.

—No creo...

—Sí, trabajas en el hospital, ¿verdad? —insistió el chico mientras los otros dos seguían a su rollo.

—Sí, si que trabaja en un hospital —respondí yo al ver que ella se quedó muda.

—Es que no estaba seguro, llevo unos días viéndote por aquí...

Luisa sonrió nerviosa.

—¿También trabajas en el hospital? —pregunté mientras di un empujón a Luisa para que se activase.

Confinada con tu crushDonde viven las historias. Descúbrelo ahora