Capítulo veintiuno.

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(Por Mario)

El amor solo existe porque hay un grupo de personas de creemos en él, de igual forma los colores solo existen porque hay luz. Cuando la luz se apague, no habrá colores ni tampoco amor cuando ese puñado de personas dejemos de creer en él.

Mía era esa habitación a oscuras de la que no puedes salir si no encuentras el interruptor, así fue como decidí marcharme, a oscuras y chocando con todo lo que se interponía en mi camino.

Durante la noche anterior pensé varias veces que debía ser un sueño, que aquello no podía estar pasando. No con Mía. Mi voz interna gritaba que debía conseguir que a la mañana siguiente ella se acordase de todo, lo que pasó y lo que sentimos. Que no pensase que fue un error. Que un error nunca podría hacerte sentir que el corazón se te sale del pecho.

De igual forma sabía que era inútil, la reacción de Mía era exactamente la que esperaba, ya la conocía lo bastante. La que no me esperé fue la mía... ¿Cómo iba yo a demostrarle nada a ella? En qué estaría pensando...

Yo soy de los que no luchan, los que se largan cuando las cosas se ponen lo suficientemente feas. Y ahí estaba, sin querer aceptar que Mía no quería nada conmigo. Ni siquiera recordarlo, no me permitió ser siquiera un vago recuerdo.

Acepté mi parte de culpa, recogí la poca dignidad que me quedaba y decidí largarme, para no volver a verla. Para olvidarme de lo que sentimos entre esas cuatro paredes, bueno, lo que sentí. Visto lo visto.

¡Joder! Estaba tan claro... era la típica chica que no se fija en mí: inteligente, interesante, luchadora, ambiciosa... tenía todo lo que puedes buscar en una mujer. Divertida. Carismática, aunque no lo supiese. Era demasiado, una inversión muy arriesgada. La pérdida estaba garantizada y aún así, caí.

Ella no es de las que te cruzas por casualidad, a ella había que encontrarla y si en todos los días que llevábamos juntos no sentía por mí lo mismo que yo por ella es que había apuntado demasiado alto. Ya está. Mi padre siempre decía que aceptar la derrota era parte de nuestro ADN.

Aquella noche en la que le conté que me marchaba, os seré sincero, esperaba algo por su parte. Y nada. Había ojeado los autobuses, pero no había comprado el billete. Lo hice después de su reacción tan pasiva. Vamos, no era para tanto, había salido de cosas peores, pero es que normalmente me marchaba cuando yo quería y esta vez no tenía ninguna gana de alejarme de ella.

Salí al balcón con un sándwich que me preparé de mala gana mientras imaginaba qué coño estaría haciendo Mía en su habitación, más qué hacer, pensar. Me encantaría poder adentrarme en su cabeza y rebuscar en todos sus cajones.

Los balcones vecinos continuaban con la feria y ahí en medio pasaba desapercibida mi melancolía, mi incertidumbre, mi lio de cojones.

—¿Resaca? —preguntó Lucía que se asomó a su balcón tan sigilosa que apenas pude oírla.

La miré serio y después sonreí con esa sonrisa que venía de serie conmigo.

—Ya no pero he pasado un día jodido —y mordí mi sándwich.

Ella se giró hacia mí y apoyó el peso de su cuerpo en la barandilla, me miró fijamente y alzó y bajó las cejas con una sonrisa diabólica. Fruncí el ceño.

—Anoche no se os veía jodidos...

—Puf... no me lo recuerdes.

—Cuenta.

—No tengo nada qué contar —miré al frente, en ese balcón donde una pareja bailaba una sevillana. Se les veía divertidos, me recordaron a nosotros la noche anterior...

Confinada con tu crushDonde viven las historias. Descúbrelo ahora