Capítulo quince.

375 50 2
                                    


Es solo hacer un click. 

Son 39,95 y envío discreto... ¿qué puede salir mal?

Dudé unos segundos más, eso era lo que hacía cuando no estaba cien por cien segura de algo.

Acababa de dar la clase de las doce y ahí estaba, encerrada en mi habitación con la página de plátano melón abierta, atrapada en su oferta flash de lo que sería la mejor compra de mi vida, según decían los comentarios. Entrelacé mis dedos y miré al techo. ¿Lo necesitaba? Claro que no, tampoco necesitaba aquella enciclopedia que obligué a mi madre comprarme porque la vi anunciada en televisión. ¡Esas enciclopedias no sirven para nada!

Pero esto... era diferente...

–¡Mía, venga sal! –pidió Mario desde el otro lado de la puerta.

Me sobresalté al escuchar su voz y acepté la compra, pasarela de pago y en tres- cuatro días lo tendría en mi puerta y con un lacito.

–Hecho está –me dije.

Mario llevaba un rato merodeando por el pasillo porque le había prometido que haría ejercicio con él y mi madre, que era fiel seguidora de sus rutinas.

–¿Qué haremos hoy? –pregunté mientras andaba por el pasillo.

–GAP –anunció colocando el móvil y una Tablet en posición de entrenamiento. Lo miré casi en una súplica... glúteos, abdominales y piernas, mi peor pesadilla. 

–Le he dicho a Lucía si quería hacer deporte con nosotros y... se va a unir –dijo.

Teníamos montado un gimnasio clandestino en mi salón y ni lo sabía. ¿Cuándo habíamos llegado a eso?

–Pero... cortito, que después seguro que querrás salir a andar –repliqué tomando asiento a su lado, en una colchoneta que me había preparado.

–Preferiría correr... pero después del jamacuco que te dio ayer no creo que lo quieras volver a intentar... –me miró expectante, alzó sus cejas–. ¿No?

–No hace falta ni que te responda.

No soy nada atlética. Ya lo había mencionado en varias ocasiones, él también lo sabía y aun así, cuando me vio roja como un tomate y diciéndole que tenía que parar tras llevar corriendo unos diez minutos me pidió que aguantase un poco más, que no escuchase a mi cerebro, que mis piernas podían y entonces yo obedecí porque otra cosa no, pero obediente soy un rato. Sobre todo, cuando está en juego ganar o perder. Tenía que ganar. Y perdí obviamente. Paré en seco y me tuve que sentar en el suelo. Cuando recuperé el conocimiento tenía a varias personas cerca, aunque guardando la distancia de seguridad, y Mario tranquilizando a todos los mirones.

–Nada, nada, está bien, solo está cansada... –le decía a los interesados.

–Si es que lo hemos cogido con muchas ganas –respondía un hombre con pintas muy deportistas.

Murmuré algo y Mario se acercó más a mí.

–¿Qué?

–¡A-GU-A! –pedí con una voz que no era mía. 

Entonces me acercó su botella de agua y cuando bebí y me repuse lo miré, como si acabase de subir del mismísimo infierno.

–Vamos Mía, no seas exagerada.

–Cuando te mate dirás eso mismo –lo amenacé con mi último aliento agarrándolo de aquella camiseta blanca impoluta. ¿Cómo no sudaba? Era de otro planeta, ¡de otra galaxia!

Confinada con tu crushDonde viven las historias. Descúbrelo ahora