Pues sí, sé que dije que no iba a dar clases online, que no expondría mi cara ante la mirada maligna de treinta alumnos con dedos ágiles para los pantallazos más terribles de la historia, pero lo hice.
Me cansé de responder tropecientos e-mails para que al final nada quedase claro, la enseñanza online en la teoría eran todos ventajas tal y como el director contó en una reunión que hicimos por Skype días antes, pero nada que ver con la realidad. ¡Un verdadero desastre! La plataforma se quedaba colgada o el sonido iba más lento que la imagen, en fin, todos hicimos lo que pudimos.
La idea era buena, mis alumnos elegían un avatar y mi imagen en el centro como su mesías. Era raro no escuchar sus cuchicheos ni sus risas. Solo hablaban a través del chat.
–Bueno, ¿me veis?
Yo había dispuesto mi "oficina" en el salón, cerca del balcón para que entrase la luz y se me viera perfecta. A mi espalda todo el salón, que no es que fuera muy grande pero allí estaba. Podría haber elegido mi habitación, pero no me gustaba la idea de que mis alumnos viesen ese espacio tan personal, prefería la impersonalidad con la que Luisa había decorado aquella estancia.
Para el desarrollo de problemas había encontrado una pequeña pizarra que antes nos servía a Luisa y a mí para anotar la lista de la compra, hasta que descubrimos una aplicación móvil muy interesante que nos facilitaba la cosa y la habíamos desechado en el mueble del salón.
Todos respondieron que sí a través del chat tras mis pruebas de sonido.
–¿Estáis todos bien?
Y todos afirmaron incluso se preocuparon por mi situación.
–Sí, yo también. Hay que ser positivos chicos y recordad no salir a la calle para nada, solo serán unos días...
Sí... unos días. Ilusa de mí en aquel momento.
Comencé con la clase, resolviendo dudas sobre unos problemas que había colgado en la web días antes. Todos tenían dudas. Sobre todo. Era agotador.
Estaba tan entregada debatiendo sobre el signo de un resultado que no reparé en que Mario había entrado y que, de vez en cuando, salía en escena detrás mía haciendo sus rutinarios ejercicios mañaneros a los que ya me había acostumbrado. Sin camiseta.
No reparé hasta que los comentarios de las chicas inundaron el chat.
–¿Quién es ese?
–No nos habías contado que tenías novio.
–¿Quién oculta a semejante hombre?
Entonces giré mi cara desconcertada y allí estaba, garrafa de aceite arriba y garrafa de aceite abajo.
–Un descanso chicos –Cerré la pantalla del portátil de un golpe.
Mario seguía contando sus series, resoplando y poco a poco las gotas de sudor aparecían en su rostro. Sus músculos se marcaban en cada movimiento y mis ojos se dirigieron hacia su torso, hacia el vello rubio que crecía cerca del pantalón que vestía.
–Mario, estás enturbiando mi clase.
Me miró con indiferencia.
–En el cuarto no tengo espacio –pareció una queja.
–Pues vete al pasillo –y señalé más atrás.
–¡Es muy estrecho!
–¡Mario! No te lo estoy sugiriendo, es una orden –dije fuera de mí inclinándome hacia él.
Soltó la garrafa de aceite y tras resoplar salió hasta el recibidor que conectaba el salón con la cocina. Cerré la puerta de un golpe y miré al techo pidiéndole a algún ser divino, en el que no creía, que me diera paciencia para las horas de clase que me quedaban.
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Confinada con tu crush
Genç Kız EdebiyatıMía tiene 27 años, es astrofísica en potencia pero da clases de música en un instituto de Sevilla. Ella habla de ondas mecánicas y sus alumnos escuchan trap. Le gusta poner adjetivos a las cosas, cree en la amistad verdadera pero no en el amor, nun...