Capítulo ocho.

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No preguntéis cómo llegué a esta situación, ni yo misma podría responder a eso. Casi me da vergüenza describirla y sí, aquí estoy, en mitad del salón sudando como un pollo y con Mario dirigiendo mis movimientos cual coach de gimnasio. Lo más duro de todo era la imagen en la Tablet de mi señora madre, a la cual también dirigía.

–Vamos Carmina, el culo más arriba –gritaba Mario a la Tablet mientras mi madre lanzaba unos gruñidos.

Yo estaba apoyando mis codos en una colchoneta y pensando que aquel sería mi final. El covid no acabaría conmigo, lo harían las planchas de Mario. ¿Cómo permitía aquello?

–Cuatro más –dijo.

–¡Oye! –y caí al suelo.

Dejé todo mi peso sobre la colchoneta.

–¡Mía! Vamos, inténtalo.

Respiré hondo y me incorporé para desafiarlo.

–¡Es denigrante que hagas como si fueran las últimas cuatro y de repente ¡PUM! –hice un gesto con mi mano para dar énfasis–. Cuatro más ¡Juegas con nosotras!

Puso sus brazos en jarra y me miró con desaprobación desde arriba.

–Solo te llevo al límite engañando a tu cerebro. Es tu cabeza la que no puede, no tu abdomen.

Resoplé.

–¡Chicos! ¡Buena clase! –gritó mi madre desde la Tablet que no paraba de dar saltitos de un lado a otro. Lanzó un gritito y Mario le aplaudió. Yo volví a desplomarme sobre la colchoneta.

Se había vuelto una costumbre, de seis a siete Mario nos daba una clase a mi madre y a mí. 

El primer día me dio un chungo a los diez minutos y tuve que tumbarme en el sofá. Mario dijo que estaba bien para ser el primer día y nunca más me dejó tumbarme en el sofá. 

Mi madre era atlética, todo lo que no heredé de ella. Podía aguantar en una sentadilla profunda todo el confinamiento casi sin quejarse.

–¡Ay! no sabéis qué... –dijo mi madre desde la Tablet que se sentó en el suelo acomodando el móvil para que se le viera mejor su cara.

Mario la miró con atención mientras yo luchaba por respirar.

–¡¿Qué?! –pregunté temiéndome lo peor.

Por todos es sabido que el pueblo es una fuente insostenible de cotilleos y éstos no dormían ni durante el confinamiento. Mario se sentó delante de ella cual niño al que le van a contar un cuento.

–Mi amiga María –me senté al lado de Mario colorada como un tomate.

–No caigo –dije al ver que esperaba mi feedback.

–Sí, niña, que su madre vende fruta en la plaza.

Mario y yo nos miramos.

–Bueno, ¿qué pasa? –dijo impaciente Mario, que era más cotilla que mi madre.

–Pues resulta que un par de meses antes del confinamiento tu tío la dejó –y movía sus manos en cada frase como si lo estuviese traduciendo a lengua de signos.

Abrí mis ojos como platos.

–¿El tito Pepe estaba con la frutera?

Y la verdad, no entendía nada...

–Noooo –negó Mario con un gesto de cansancio–. La frutera es la madre...

–Eso, ella es abogada –explicó mi madre agradeciendo en un gesto a Mario por la explicación.

Confinada con tu crushDonde viven las historias. Descúbrelo ahora