Capítulo cinco.

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En el sofá, en mi propia casa. Doy una vuelta enrollada con el edredón que guardamos para las visitas, huele a estar guardado. Odiaba ese olor. Gruño. ¿Cómo se te ocurre jugarte a piedra-papel-tijera tu cama? El azar nunca trae nada bueno. Y menos a mí, que lo tenía todo calculado al milímetro y antes de que Mario lo propusiese ya había valorado las opciones que tenía de ganar si sacaba piedra las tres veces. Mario desordenaba todo lo que yo había colocado durante años con un simple reto. Me sentía en la necesidad de demostrarle que yo era mejor que él. ¿Por qué?

Álex me miraba desde su cama, podía ver sus ojos brillar, hasta podía escuchar sus pensamientos gatunos.

–¡Eres una estúpida!

¿Lo era? Yo era una Mari Liendres, la doña sabelotodo. Mi madre decía que yo siempre veía las cosas antes de que pasasen, que era una vieja en el cuerpo de una niña. Y no, no me creó ningún trauma aquella afirmación, al revés, me sentía orgullosa de ser inteligente, de poder reaccionar a tiempo, de ser consecuente, por decirlo de alguna manera. A mi madre le fascinaba aquello ya que ella era todo lo contrario. Un completo desastre... se lo permitía porque conocía su vida, sabía que no se lo habían puesto fácil, que mi función en su vida era guiarla por el buen camino.

Me iba a ser imposible dormir. Resoplé y volví a girar. Debería ir allí y sacarlo a palos de mi cuarto, además, que el colchón estuviese mojado era culpa suya... ¿quién intenta limpiar lanzando un cubo de agua por encima?

Había demasiada claridad... y ruido. Agudicé mi oído, no era un ruido residual, era una conversación. Me levanté y abrí un poco la puerta corredera. El balcón comunicaba con la ventana de mi habitación y pude ver la cabeza de Mario, estaba asomado a la ventana apoyado en el marco. Fruncí el ceño.

–No te había visto por aquí antes –dijo la voz aguda que le respondía.

–Es la primera vez que estoy, estoy secuestrado {se quejó sosteniendo una sonrisa.

–Como todos.

–Sí, vaya mierda. He estado mirando autobuses para volver a Tarifa y nada...

–¡Me encanta Tarifa!

–A mí me encantaría estar allí ahora.

–A mÍ en cualquier sitio que no sea esta puta casa.

–¿Por qué? –se interesó mientras se asomaba algo más.

–Mi madre me odia, me ha quitado el móvil... es mi único entretenimiento. Creo que solo busca joderme.

–Algo habrás hecho.

–¿Qué voy a hacer? Si no nos dejan hacer nada... Voy a morirme como no podamos salir de aquí en mucho tiempo.

–¡Qué exagerada!

–En serio, no sabes lo que es vivir en esta casa, están locos.

–Te aseguro que esta está más loca –y no pude contenerme.

–¡Mario! ¡Lucía!

Salí al balcón dando una palmada, modo regañina de madre. Los dos miraron mis pintas asustados. Lucía, era la hija adolescente de mi vecina de al lado y nuestros balcones estaban contiguos, solo lo separaba un muro de agujeritos por el que era fácil verse.

Mario intentó entrar en la habitación, pero en el gesto chocó con la persiana, se encogió y Lucía soltó una carcajada.

–Venga, ¡a dormir! O se lo diré a tu madre –la amenacé con un dedo al ver que Mario había desaparecido. Ella resopló y bajó la persiana de un golpe.

Confinada con tu crushDonde viven las historias. Descúbrelo ahora