Capítulo veintiséis.

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Yo no era muy dada a dejarme llevar por opiniones de los demás, tampoco a dejarme llevar en general. Pablo había estado muy pendiente mía en los últimos días, parecía bastante interesado en que mi decisión de ignorar a Mario se mantuviese ahí presente. Mario no insistió mucho más al ver que yo pasaba de él.

—Mía, cógeme el teléfono.

—Mía, por favor, necesito que hablemos.

—¿Qué te he hecho?

Una retahíla de mensajes en días salteados que yo me dignaba a dejar en leídos. ¿Qué qué me había hecho? Le parecerá poco...

Sus llamadas me dolían, claro que sí, pero os aseguro que no dudaba a la hora de colgar. Él no insistía más hasta el día siguiente y puede que penséis que me había vuelto loca, pero era la única forma que tenía de sacarlo de mi cabeza y aún así no pasaba ni un día en el que Mario no se asomase por mis pensamientos.

El peor error de mi vida, ya no por Luisa y todo lo que conllevaba, ya era por mí y lo poco que me reconocía.

Aquella tarde estaba recogiendo un poco el piso antes de mi paseo diario con Pablo cuando el móvil comenzó a sonar.

—Cariño —exclamó mi madre cuando escuchó mi voz.

—¿Qué ocurre? —pregunté extrañada por su efusividad. Algo quería...

—Nada, ¿por qué tiene qué ocurrir algo?

—No sé... pareces demasiado simpática.

—Soy muy simpática.

—Bueno, dime.

—He pensado que deberías volver...

—¿Volver? ¿Al pueblo?

—Sí... está todo demasiado descontrolado por casa y solo tú sabes calmar los ánimos... —noté como dejaba un puñado de palabras en el aire, cosas que no quería contarme.

—No me gusta nada eso de calmar ánimos, ¿qué ha pasado? —cambié el peso de pierna y solté el plumero en la mesita de la entrada.

—Pues... nada. Vuelve —y sonó a súplica.

—Pero me gusta vivir aquí, en Sevilla.

—Mía, no tiene sentido que sigas pagando un alquiler cuando se sabe de sobra que no vas a volver a dar clases por lo menos hasta septiembre —y usó ese tono de madre que pocas veces usaba.

—Eso tendré que decidirlo yo, ¿no? —dije enfadada.

—Tú verás, pero la semana que viene como muy tarde te quiero aquí. Tenemos que hablar de muchas cosas, entre otras: Mario.

—¿Qué tiene que ver Mario?

—Todo hija, todo.

—Nada madre, nada —la imité.

—¿Por qué lo has echado?

—¡Yo no lo he echado!

—Te recuerdo que he hablado con él más que contigo...—hice el amago de decir algo, pero siguió—, y, ¿por qué no le respondes las llamadas?

—Pues porque no quiero, antes de nada, tengo asuntos que resolver.

—De verdad, a veces me recuerdas tanto a tu padre...

—Mamá, hemos hablado mil veces sobre porqué no debes compararme con un drogadicto.

Con ella era con la única persona que pronunciaba aquella palabra para referirme a mi padre porque me sacaba de mis casillas y era lo único a lo que no quería parecerme en la vida, a él.

Confinada con tu crushDonde viven las historias. Descúbrelo ahora