Terminé de hacer el difícil delineado en mi ojo derecho y suspiré profundamente. Llevaba media hora frente al espejo, intentando que quedase igual al otro ojo, pero sí que me costó.
Hoy era el primer día de clases; de último año. Quería ir lo más linda posible y brillar. Lastimosamente mi uniforme no era tan lindo; la falda de cuadros grises debía ir obligatoriamente a la altura de las rodillas, pero por supuesto yo la usaba un poco más arriba, no quería parecer una monja, además, la camisa blanca se arrugaba muy fácilmente y eso sin contar que me hacían usar una horrible corbata que casi me llegaba al ombligo.
Arriba me coloqué el respectivo chaleco azul que hizo que mi esponjada camisa se aplanara y se apreciara más mi delgada figura. Acomodé mi pelirrojo cabello por encima de mi hombro y coloqué un pequeño cintillo de perlas. No soy pelirroja, es sólo que suelo teñirlo.
Bajé las escaleras y, luego de desayunar fui a encontrarme con mi nuevo chofer: el tonto de Marcus.
Él y yo nos habíamos llevado bien de niños, pero un día confesó que yo le gustaba e intentó besarme y me enojé tanto que lo escupí. Y para añadir, mi madre siempre había odiado la idea de que fuese su amigo. No estoy segura del porqué, pero ella tampoco siente agrado hacia Marcus.
Desde que me contó su enamoramiento secreto hacia mí y lo rechacé no volvió a acompañar a su papá -mi antiguo chofer y amigo de mi papá- a mi casa, y no nos volvimos a ver... Hasta ahora.
Cuando lo vi a lo lejos le sonreí lo más falsamente posible, esperando que se diera cuenta. Su respuesta fue una sonrisa burlona. Lucía un traje muy elegante y un sombrero típico de los choferes, al parecer quería dar una buena impresión.
Estaba muy alto, a comparación de la última vez que nos vimos y parecía amargado.
Con el paso de los años su apariencia había mejorado muchísimo, he de admitirlo. Hasta parecía otra persona -muy guapa-.
Al mirarlo a los ojos recordé a un Marcus pequeño, correteando por todo el jardín de casa de mis abuelos maternos, cuando iba a visitarme. Siempre fue muy alegre y extrovertido, pero con los desconocidos era todo lo contrario. Solía crear una barrera entre él y las personas nuevas, haciédose pasar por un tipo rudo y muy mal humorado, pero yo lo conozco y sé que en realidad es un tonto que se cree gracioso.
Marcus abrió la puerta trasera del auto para mí y luego rodeó el vehículo y se subió. Mientras acomodaba mis cosas en mi bolso lo miré y sin siquiera saludarlo le dije:
- Primero debes llevarme a casa de mi amiga Janice. Hoy le dije que pasaría por ella e iríamos juntas.
- Buenos días, yo estoy bien, gracias por preguntar.¿Y tú? - respondió sarcásticamente - ¿Dónde vive? - me lanzó una mirada por el espejo retrovisor.
- En la calle Hamfald, al fondo de...
- ¿Estás loca? queda al otro lado del pueblo - me miró con incredulidad - No voy a conducir hasta allá para luego devolverme y traerte a tu queridísima secundaria que queda a tres cuadras de aquí y aún así eres incapaz de ir caminando.
- ¿Qué te importa a dónde vamos? - lo miré con frialdad - Eres mi chofer y yo decido a dónde me llevas, ¿entendido?
Marcus giró los ojos y suspiró pesadamente.
Esto sucedía casi todos los días, cada vez que tenía que llevarme a algún lugar. Apenas llevaba 3 semanas trabajando para mí y cada día peleábamos más y más. Me había quejado con mi papá, e incluso le pedí que me consiguiera a otro empleado, pero me regañó diciéndome que Marcus necesitaba el dinero para tratar con la enfermedad de su padre y que dejase de ser egoísta. Al final me rendí y acepté mi destino, es decir, eso habría hecho una buena persona, ¿no? y yo soy una de esas.
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MI CHOFER.
Teen FictionMadeleine Berrycloth es una chica millonaria y mimada. Tiene una vida llena de lujos y comodidades, pero todo cambia un día, cuando su chofer de toda la vida se enferma y es reemplazado por su odioso e irritable hijo; Marcus Hoffman. Ambos se lleva...