♌Leo x Ayato♌

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-Para... Por favor.- Supliqué, totalmente a su merced.

-Al diablo.- Contestó.- La sed me está consumiendo vivo.

Maldecía en mi mente y apretaba los dientes. Un dolor punzante volvió a clavarse sobre mi piel. ¿Cuántas mordidas llevaba? No lo sé, había perdido totalmente la cuenta, pero de lo que sí estaba segura era de que esto no iba a acabar pronto.

Sus manos recorrieron mi uniforme, haciéndolo salir del camino. Su deseo más profundo era marcar todo mi cuerpo, sin dejar una sola zona que no estuviera dañada con sus afilados y mortíferos colmillos. Entre sollozos y lágrimas, intenté ralentizar su camino, no obstante, paró en seco, alzó la mirada y levantó mi barbilla.

-¿Te atreves a desafiarme? ¿Es eso lo que estás intentando hacer?- Pausó, con una sonrisa malévola.- Es inútil. Da igual cuánto te resistas, tu sangre saciará mi hambre. El conejo nunca podrá ser más fuerte que el león, ni más rápido. Una presa es una presa, ¿lo entiendes?

Aprovechando el espacio que había creado entre nosotros para decir aquellas palabras, me preparé para empujarle y salir corriendo.

-Puede que el conejo no sea más fuerte o más veloz que el león, pero eso no significa que tampoco sea más inteligente que él.- Añadí, impactando un empujón sobre el vampiro de pelo rojo.

Escuché una mueca de sorpresa por su parte y salí disparada hacia la puerta de su dormitorio. La abrí y seguí mi camino a través del largo e interminable pasillo. A decir verdad, las piernas me temblaban, las manos también. En general, todo temblaba descontroladamente debido al miedo, la falta de fuerzas y la angustia. Sin embargo, me prohibí rendirme. Continué sin parar hasta la gran puerta del recibidor.

-Para haber chupado tal cantidad de sangre sigues manteniéndote en pie, por lo que veo.- Dijo una voz que me provocó escalofríos.

Le miré a los ojos. Unos ojos fríos como el hielo y tentadores como la mismísima pasión y lujuria.

-Y has llegado antes de lo previsto. Creí que te desmayarías por el camino. Felicidades.- Prosiguió, avanzando unos pasos hacia mí.

-¿Cómo? ¿Cómo es que estás aquí y no en...?

-¿No lo sabías? Los vampiros podemos tele-transportarnos. Una pena que te acabes de enterar. Tal vez te hubieras ahorrado el esfuerzo de huir.

Todavía impactada, dejé caer mi débil y frágil cuerpo de rodillas. ¿No había realmente escapatoria? Con un pequeño atisbo de esperanza, alcé la mirada y le hice frente.

-Vaya, ¿ahora vas a ser valiente?- Rió.- ¿De qué te sirve eso? Vas a sufrir igualmente. Perderás la consciencia cuando yo quiera, donde yo quiera y como yo quiera. ¿No lo ves? Eres una humana, un recipiente de sangre creado para satisfacer las necesidades de monstruos como yo. ¿Sientes el ansia de no rendirte y seguir intentando escapar? De acuerdo, sin embargo, te aviso de que no sirve de mucho. No eres la primera que ha muerto en mis manos, ni serás la última. Aunque reconozco que me lo estoy pasando muy bien. ¿Cuál va a ser tu siguiente movimiento? ¿Apuñalarme? ¿Volver a correr? ¿Gritar? A nadie le importa lo que hagas, no van a venir en tu ayuda. Cuanto antes lo aceptes, mejor.

Con grandes pasos, decididos y seguros, se acercó a centímetros de mí. Me miró desde su alta posición y juré ver una llama de pasión en ellos. Luego, se agachó a mi altura y con una mano, rodeó mi cuello. Lo apretó y me empujó hacia atrás, provocando una caía de espaldas contra el frío y elegante suelo. Su otra mano acarició lenta y suavemente una de mis piernas, desde el tobillo hasta el muslo, parando en el último mencionado. Apartó la falda del uniforme y clavó sus feroces colmillos en aquella zona tan sensible que me hizo saltar lágrimas de dolor. Ante la sensación de angustia, arqueé la espalda y miré al techo. Tras acabar la mordida, lamió los restos de sangre que posiblemente habían goteado.

-Una pena que hayamos manchado la alfombra, ¿verdad?- Comentó, limpiando una de sus comisuras con la lengua, relamiéndose con deleite.

Me limité a mirarle, sin saber qué responder exactamente. Pero, de repente, sus ojos se fijaron en algo posicionado enfrente suya.

-Ayato, ¿cuántas veces tengo que decirte que este tipo de actividades las mantengas en tu habitación de forma privada?- Dijo una voz seria y grave.

-Reiji... Hmph... Podrías unirte y disfrutar si quisieras. Después de todo, viniste por el olor de su sangre, ¿verdad?

Giré la cabeza para contemplar al chico con el que el pelirrojo hablaba, Un muchacho alto, esbelto, de cabello liso y piel blanca como la nieve. Acomodando sus gafas y con una postura correcta, se preparó para responder.

-No, gracias, prefiero hacerlo cuando me encuentre a solas.- Me dedicó una mirada de deseo sanguinario y se dio la vuelta.- Y, por cierto, Ayato.

-¿Qué?

-Como veo que has despertado cierto interés hacia la chica nueva, ¿por qué no te encargas de cuidarla cuando termines? Ya sabes que no me gusta tener que encargarme de los juguetes usados y desperdigados por la casa.

Chasqueó los dientes con disgusto y luego me miró a mí. Sus ojos verdes se clavaron en los míos.

-De acuerdo.- Suspiró.- Eres un aburrido, ¿lo sabías?- Confesó, de mala gana e irritado.- Le has quitado todo lo divertido y excitante a la situación.

-Mis condolencias, sin embargo, me da igual.- Finalizó, caminando al interior de la mansión y abandonando el recibidor donde nos encontrábamos Ayato y yo.

Un rato después, se incorporó y e hizo una seña para que hiciera lo mismo que él. No obstante, al intentarlo, un mareo y un dolor de cabeza impidieron la realización completa de aquella acción y, como consecuencia, me tambaleé.

Creí que me caería al suelo mas un brazo fuerte sujetó mi cuerpo en el momento exacto. Volví a admirar esos ojos verdes, ya no tan fríos como un témpano de hielo. Tampoco eran más cálidos que una tarde de verano. Sin embargo, intentaban perforar mi ser, ver todo lo que había en él. Ansia, deseo, preocupación, lujuria, hambre... Un torbellino de sensaciones componían su mirada, y, aun así, no quería apartarla de mí. Acercó más su rostro al mío, tanto que creí notar la el contacto de sus labios con los míos, rozándose y acariciándose el uno al otro, mas fue en aquel instante cuando los párpados me traicionaron. Cuando el sueño decidió mostrarse en batalla y ganar la guerra. Cuando las fuerzas se retiraron y dieron paso a un necesario letargo. Cuando me dejé caer en los brazos del león que acechó y cazó a su humano y frágil conejo.


♊DL One-Shots♊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora