Capítulo 2: La ciudad tras el pastizal

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Acaba de cumplir treinta, venía de una familia importante, sus padres le habían regalado un auto, eran los únicos en el pueblo que tenían autos. Estaba en medio de un viaje de varias horas cuando por esquivar una ardilla se desvió y perdió el control del auto, se adentró en los pastizales bastante hasta lograr frenar. Se sentía afortunada de no haber chocado, no habría salido ilesa.
Bajó acomodándose la falda de su vestido a cuadros blanco y negro. Tenía un saco rojo y zapatos de hombre con cordones color marrón. Su largo pelo negro caía sobre sus hombros, sus grandes ojos verdes estaban cubiertos por lentes de sol y sus labios pintados de rojo.
Miró a ambos lados y eran exactamente iguales, seguir por la ruta no tenía sentido, ya que faltaban varias horas aún para llegar a su destino. Decidió seguir derecho por el pastizal, en algún momento debía encontrar alguna casa o alguien que la ayude. Los pastos eran más altos que ella. Se abría camino con toda seguridad de que más perdida de lo que estaba no podía estar. Tal vez podría llegar a alguna ciudad cerca para poder llamar a alguien. Caminó varios kilómetros sin que parezca que avanzó nada. El sol caía y ella seguía allí, sin llegar a ningún lado. El pasto dejó de verse verde como al principio, era de un color violeta o azulado.
Terminó por llegar a una estación de tren, había un señor extraño ahí, muy arrugado y con bastón, un sombrero puntiagudo y una capa negra. Había dos vías y uno de los trenes no estaba andando. Siguió caminando, la estación estaba encima de una colina, y debajo de ésta había un pueblito. Bajó y vio como a la par del día tornándose noche todo el pueblo se iluminaba. Quería  buscar algo para comer antes de pedir ayuda con su auto, tal vez un lugar donde pasar la noche pero no traía demasiado dinero encima.
Un muchacho se le acercó. La miró de pies a cabeza, tenía sus zapatos embarrados lo que le quitaba credibilidad a la actitud de dama diva a la que ella aspiraba. Él le sonrió, ella no le devolvió la sonrisa.
—No eres de aquí, ¿Verdad?— le preguntó.
—No, choqué el auto y nece…
—Ven conmigo, luego te encargas de eso. Si nunca has estado aquí te parecerá un lugar muy hermoso.
—No tengo tiempo para eso, antes de mañana tengo que volver.
—Después prometo ayudarte con eso. Ahora sólo acompáñame.
Él le sonrió dulcemente, tenía una linda sonrisa, se le hacían  hoyuelos que a ella solían no gustarles pero le quedaban adorables.
Seguía preocupada por su auto, aún debía continuar su viaje, pero algo en ese muchacho le daba confianza.
—Sólo una cosa, dime tu nombre.
—Cómo no, niña. Mi nombre es Simón.

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