Capítulo 11: Abandono

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En cuanto Analía me despertó le pedí que me llevara a la habitación de Magnolia. Quería saber más sobre aquellos boletos, dónde estaban y si aún servían. No me quiso llevar pero me dio todas la instrucciones, ella tenía una repisa llena de adornos, debajo de uno estaban según ella, del hombre de oro.
Fui hasta la pieza, ella tenía más de uno de esos hombrecitos, pero los boletos no estaban bajo ninguno. Me desesperé un poco, ya era tiempo de no pasar más tiempo con ella, saqué cosas de los cajones, tiré todos los adornos y abrí todos lo cofrecitos que había. Dentro de uno se encontraban los dos boletos, de color café, supongo que por lo viejo, y un poco arrugados. Tenían unos números en las esquinas, 0035 y 0036, y en el centro decía “tren de ida”.
Los escondí en mi bolsillo y bajé a comer algo. Magnolia me miraba muy mal, enojada. No pude desayunar nada. Salí directamente a buscar a Arlene, le quería pedir que fuera conmigo a pasar tal vez una semana o el tiempo que me quedara ahí. Estaba consciente de que nuestra noche no había sido la más exitosa pero era la única persona con la que podía hablar y la pasábamos bien. Así que no podía ir con nadie más.
Fui hasta su casa y ella me atendió, pidió disculpas por haberse dormido la otra noche.
—Eso no importa ahora, vengo a proponerte algo. Encontré unos boletos de tren, quiero viajar a esa ciudad por unos cuantos días, ¿Vendrías conmigo?
—Por supuesto, ¿Cuándo saldríamos?
—Ésta tarde, ahora iré a preparar las valijas.
—Perfecto. Te espero en la estación de tren a la tarde.
—No, yo no sé dónde está la estación, acompáñame.
Volví a la casa, Magnolia estaba sentada en su sillón con la manta de raso rojo, se veía adorable como cuando llegué el primer día. Aún me gustaba la idea de quedarme con ella, había ido para cuidarla. Quise acercarme para darle otra oportunidad, levantó la vista y se la notaba molesta. Tal vez era una mejor idea dejarlo así, seguir el plan de irme y nada más.
En mi habitación estaba mi ropa, guardé poca, la que aún no había usado. Estaba nervioso y me sentía culpable, sentía que debía intentar arreglar las cosas con mi abuela. Antes de partir me preparé unos sándwiches para el camino, no sabía cuánto iba a durar el viaje.
Cuando bajé de mi habitación con la valija estaba Analía esperándome, tenía un tupper con galletitas. Dijo que eran para mí, que Magnolia las había hecho esa tarde antes de recordar que aún estaba enojada conmigo. Fui hasta su pieza a dejarle una nota, nunca fui bueno para escribir o expresarme bien, pero yo la quería y me sentía más que mal por abandonarla así.
“Abuela:
Sé que te hice enojar, aún no tengo claro el por qué, pero quiero que sepas que los días que pasé contigo fueron muy lindos y fuiste la figura maternal que nunca tuve. Te quiero.
Julián.
Pd: tus galletas son las mejores.”
Dejando esa nota por debajo de la puerta me dispuse a buscar a Arlene. Estaba ahí en la esquina, esperándome, con un bolso en el brazo. Pensé que era poco, pero no le dije nada.
Me llevó hasta el fondo del pueblo, las casitas de por ahí estaban abandonadas o eso parecía. Ahí es donde se encontraba la estación, se veía medio dejada también, muy sucia y vacía. Sólo había una viejita sentaba en una silla, con la cara tapada por un sombrero raro, viejo.
— ¡Haru!-gritó ella- ya es hora de levantarse.
—Ya voy, ya voy, ¿Qué es lo que quieren?— la viejita se paró, era muy bajita, aparte de estar encorvada,  y tenía la cara muy arrugada, caminaba con la ayuda de un bastón y por alguna razón me recordaba a los duendes que suelen vender en ferias de colectividades.
— ¿Hace tanto tiempo no lo manejas que has olvidado qué haces? Viajar. Queremos viajar.
—Pero, ¿Dónde compraron los boletos? Hace semanas cerró la boletería de aquí.
—Yo los tengo-se los di- no sé si aún sirven.
—Claro que sí. Los boletos no han cambiado, aunque estos son muy antiguos.
Ese era una estación muy poco convencional. Aparentemente, el tren andaría sólo por mí. Era extraño, jamás había visto un tren tan vacío.
Arlene se acercó a mí, me dijo que la señora gritaría cuando el tren esté listo para abordar. Estaba muy contenta, de hecho no la había visto así desde que la conocía. Me ofreció algo de comida que ella había preparado pero no era una buena cocinera en absoluto.
Haru llamó a que abordemos, antes de entrar me dio un beso. No le encontraba ningún sentido, no nos gustábamos ni nada cercano, me puse incómodo y subí. Me senté y dejé mi valija debajo del asiento. Me sorprendí al ver que ella no estaba a mí a lado, en realidad ni siquiera había subido. Mientras el tren se iba alejando la veía aún ahí, con una sonrisa de satisfacción, ¿Era eso lo que ella quiso todo el tiempo?

Tren de idaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora