Capítulo 15 (I): Arlene

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Si debo contar por qué hice lo que hice, debo empezar desde el comienzo:
Era una niña afortunada, de los más adinerados de la ciudad. Mi madre, Delia, era de la familia más importante, de hecho su hermano era el gobernador. Era una mujer elegante y distinguida pero no podría decir que era linda, ya que toda mi belleza fue heredada de mi padre, Simón, un zángano cuya familia tuvo una pescadería con años dorados lo que le permitió que lo casaran con mi madre cuando él tenía 24 y ella 16. Con sus 24 años no hacía mucho de su vida más que atender el negocio y vivir de sus suegros, pero no todo de él era malo, era un hombre bello con un largo y enrulado cabello castaño y ojos miel muy expresivos. Era encantador. Por desgracia no puedo decir lo mismo de mi mamá, tenía el cabello rubio y ojos celestes típicos de su familia, pero rasgos grotescos y poco delicados, además de su voz chillona y comportamiento extremadamente correcto.
De pequeña me llevaba muy bien con mi papá, era su niñita consentida y él era mi compañero para juegos, éramos un gran equipo. Todo cambió una noche de 1942 cuando yo tenía siete años, lo vi en el centro de la ciudad con una mujer. Una mujer mas o menos de su edad, de ojos verdes muy particulares y lacio cabello negro, claro que era hermosa pero él no tenía por qué irse con ella. Los seguí y sé que me vio en un momento, lo sé porque se fue corriendo escapando de mí. Me sentí angustiada, él era mi padre, no tenía razón para fingir que no me conocía.
Hice lo que cualquier niño lo haría, fui a decirle a mi madre. Ella actuó tal vez peor de lo que esperaba, fue a buscarlo a la estación de tren la mañana siguiente, donde sabía que estaría, le gritó irritada. Sabía que había pasado la noche en una de sus casas que alquilaba por la ciudad, porque tenía una vacía todavía. Él negó todo, negó a la mujer y su noche con ella, pero yo no era idiota y sabía muy bien lo que había visto. Ellos siguieron discutiendo largo rato.
Unos días después mi padre confesó todo y prometió que no ocurriría otra vez. No le duró mucho la promesa porque mi madre estaba cada día más insoportable. Así que armó valijas y le dijo que se iría con ella, que quería quedarse con ella si lo aceptaba.
— ¡Al menos dile a Arlene!-gritó mi mamá- Ella merece saber que ya no te importamos.
Yo no podía soportar eso, me dolió mucho. Hasta ese entonces lo quería más a él que a Delia. Entró a mi habitación y me abrazó, dijo que me amaba pero que nunca iba a querer a mi mamá. Prometió que vendría a visitarme.
Ella aprovechó eso para ir a hablar con mi tío, hizo que destruyeran el tren de regreso. Se llevaron el tren e hicieron una cafetería ahí dentro, pusieron explosivos y pocas cosas quedaron de las vías. También obligó a toda la ciudad a nunca más visibilizarse ante ojos humanos y así lo hicieron.
Menos de un mes después la mujer volvió, ella no podía venos pero nosotros sí. Gritaba por mi padre quien lagrimeaba porque quería irse para cuidar de su otra hija que recién se enteraba que iba a tener. Yo no estaba bien con eso, quería que me quisiera a mí y esperaba que seamos una familia feliz de nuevo, pero no tuve en cuenta que él nunca había sido feliz así.
Cuando ella gritó que estaba embarazada mi madre fue y la empujó, no sabía controlar su ira. Mi papá protegía a la chica como podía porque no quería que la lastimara o la hiciera perder el niño dentro, o más bien dicho la niña. Ella no se detuvo ahí, todos los meses le enviaba cartas contando el progreso de su embarazo y el nombre de mi hermanita: Gadea.
Simón esperaba impaciente en la estación (que es a donde las cartas llegaban) el día del mes que sabía que llegaban, y respondía a todas inútilmente porque jamás se las iban a entregar. Le envió en varias ocasiones fotos de la bella Gadea, un bebé adorable sin dudas, pero ¿Y yo? Él se desvivía por ir a conocer a esa hija y por irse con la mujer esa, pero yo era su hija también.
Habían pasado años y todo seguía igual, la mujer aún le contaba todo. Mi hermana bastarda había cumplido treinta e iba a tener un hijo, Julián. Al enterarse de su nieto no dejó pasar ni un segundo y se armó la valija. Le gritó a Delia que no lo tendría encerrado ni un segundo más. Sin embargo yo, me dejé llevar por los celos un poco. Viajé antes que él con tres otros espíritus de la ciudad que me ayudarían a llevar a cabo mi plan…
Gadea iba conduciendo cuando yo entré al auto y la ahorqué. Produjo un choque enorme y supuse que con eso su hijo también moriría. No fue así. Lograron salvar la vida del maldito aunque por suerte mi padre no se enteró enseguida.
Luego de eso sólo necesitaba acabar con el niño, y Simón no querría pensar en ellos de nuevo jamás, sólo le quedaba quererme a mí.
En cuanto el pequeño creció, creo que tenía unos veintitantos por lo que yo, (viviendo ahí desde hacía bastante) me “disfracé” de alguien de su edad, aunque los demás me veían de mi edad normal. No pudo evitar sentirse atraído, el don de la belleza de mi padre. Mientras yo iba cautivándolo mis ayudantes lo convencían de la locura de su abuela. No fue difícil, ¿qué persona de esa edad está del todo cuerda?
Sin darme cuenta la seducción falló, así que sólo quedó la persuasión de mis amigos. Como la mujer no podía ser mala con su nieto o ver a los sirvientes, la encerraron en el ropero con la boca y manos atadas para que no pudiera emitir sonidos y Celestina fingía ser ella, disfrazada a los ojos del muchacho. Porque algunos de nosotros podíamos adaptar cualquier imagen y otros podían crear alucinaciones o algo relacionado con eso, como Analía o mi padre, nunca logré entender cómo funcionaba.
Era lógico que quisiera que me fuera con él, no tenía a nadie más que a la vieja loca. Y claro, cuando lo besé no fue más que para poder adoptar su imagen, robar su cuerpo humano ¿Para qué? Para viajar como él por el pueblo y bueno… la parte final de mi venganza, lo principal era encerrar al chico en mi ciudad para que jamás pueda volver y no pueda intervenir, y lo que faltaba, Magnolia.
Entré a su casa y la saqué del ropero, estaba tan anciana y frágil que me daba algo de pena, pero no había llegado tan lejos para sentir pena de la persona que arruinó mi vida. No se podía parar, no estaba bien. Estando ahí en el suelo la pateé con toda la ira y le saqué la cinta de la boca.
— ¿Por qué me haces esto?— lloriqueó la vieja.
—De seguro no te acuerdas de mí, pero soy la niña a quién dejaste sin padre.
—No sé de que me hablas, nunca he tenido nada con nadie— decía mientras lloraba, aún en el piso.
— ¿Ah no? ¿No recuerdas a Simón?
—Lo vi sólo una vez.
—Pero fue lo suficiente como para que me olvidara y quisiera irse contigo y Gadea.
—Él… sí recibió mis cartas-dijo con una sonrisa y la cara empapada. Hizo una pausa- yo no sé si amé a tu padre, sí quería irme con él, que fuéramos una familia. Pero nunca estuve enterada de que él ya tenía una. No puedes culparme después de cincuenta años después de haberme enamorado de un hombre con quien me encontré por error.
—Pe… pero, mis desgracias son culpa tuya. Él quería irse contigo y jamás me quiso como a tu hija.
—Él no conoció a mi hija, me alegra saber que él pensó en mí como yo en él,  pero no nos conocimos bien. Si tan solo lo hubieran dejado en paz tu vida habría sido mejor también. Tal vez te traía a vivir con él y nunca habrías perdido su atención. Fue todo culpa de encerrarlo toda su vida contra su voluntad.
—No me importa lo que digas. No fue culpa de mi madre, fue tuya.
La pateé de nuevo, y empecé a golpearla sin pensar. Había quedado gravemente herida, tan anciana y débil, sin posibilidad de defenderse… ahí noté lo que había hecho. No me arrepentía, pero era horrible verla agonizando en el suelo.
En ese momento, alguien tocó la puerta. Enseguida me hice ver como Julián y abrí. Era mi padre que había logrado salir de la ciudad, había pedido direcciones y ahí lo llevaron. Yo no podía engañarlo a él, me conocía demasiado bien.
—Arlene, ¿Qué haces aquí? Déjame pasar.
—Yo… no puedo. No tienes nada que hacer aquí.
—Tampoco tú. Déjame pasar— dijo enojado y se abrió paso. Encontró a Magnolia tirada en el living ensangrentada y muriendo. “Tranquila mi niña, todo va a estar bien” le decía. Me dolía, me dolía verlos tan viejos reuniéndose después de tanto y queriéndose, ¿Por qué jamás pudo quererme así? Estaba tan mal.
Él seguía susurrándole cosas tiernas. Volteó enojado hacia mí. Me dijo que era una persona horrible y me dio un cachetazo muy fuerte que dolió mucho, pero no tanto como el hecho de que viniera de él.
(II): Magnolia
Se acercó a mí, tomó mi cara con ternura y me dijo que todo estaría bien. No pude reconocerlo enseguida, mi memoria no era perfecta y sumado a eso, igual que a mí, la edad lo había deteriorado.
Caminó hacia la mujer que me había pegado.
— ¡Eres una basura!- le gritó y dio otro cachetazo- ¿Cómo pudiste lastimarla así?
—Yo, yo sólo quería que me quisieras como a ella y a tu otra hija. Nunca me diste esa importancia, hasta querías abandonarme.
—El que mates a esta persona no cambiará nada. Sólo lárgate, no quiero volver a verte.
Él en ningún momento negó su falta de amor hacia esa hija. Volvió conmigo y se agachó con dificultad. Me dijo que no me lastimaría de nuevo, que nada me pasaría ahora que estaba con él. Besó mi frente con dulzura y mis dolores y agonía habían desaparecido, y no figuradamente, ya no tenía heridas.
Me dio la mano y me levantó, me llevó a la estación de tren. En este viaje no hubo paradas, estábamos sólo él y yo.
Cada minuto que pasaba yo me sentía menos pesada, menos cansada y menos adolorida. Y lo veía a él, sus arrugas desaparecían, su calvicie se tornaba en esa melena castaña que tenía cuando lo conocí.
Cuando bajamos a la estación yo ya no tenía ochenta. Tenía treinta de nuevo, estaba con mi vestido a cuadros y zapatos de hombre que tanto amaba, y Simón estaba ahí, tan encantador y adorable. No era la ciudad a la que se suponía que llegaríamos, la ciudad en la que conocimos, era mi pueblo pero cincuenta años atrás. No podía perder el tiempo, lo abracé. Nunca había tenido la oportunidad de hacerlo. Por alguna razón sabía que tenía a mi Gadea dentro, creo que estaba embarazada de nuevo. Sentí una alegría enorme, mi hija no había muerto, no habían alejado a mi nieto… tenía la oportunidad de vivir todo de nuevo, y de hacerlo bien ésta vez.

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