Capítulo 4: Simpática

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Simón la agarró del brazo y se la llevó a visitar la ciudad. Parecía una feria enorme. Había luces circulares que atravesaban todo el largo y hacía que se vea muy único. Pararon en un puesto de helados.
—Debes tener hambre, ¿Quieres un helado?— preguntó él muy caballero.
—Me encantaría, pero no tengo casi nada de dinero.
—No te preocupes. Carlos, dame dos helados por favor.
—Ya les preparo-dijo el señor- ¿Quién es la bella dama que lo acompaña esta noche? Mucho más bonita que esa…
—Ya cállate. No lo escuches, a la gente le gusta molestar— le dio el helado y la invitó a seguir caminando. A pesar de ser de noche no se quitaba los lentes de sol. Él la miraba mucho, ella evadía su mirada. Quería mostrarle la vuelta al mundo, a todos les gustaba. Ella se emocionó un poco, a pesar de ser de familia adinerada nunca había tenido a oportunidad de subirse a una.
Se subieron, le daba algo de vértigo cuando estaban muy arriba, apretaba fuerte la mano a Simón, le daba seguridad. Todo se veía demasiado bonito desde arriba, lo que disminuía su miedo.
Bajaron, ella estaba muy contenta. Quería ver qué más tenía para hacer. Fueron hasta un puestito de manzanas acarameladas.
—Sabes, lindo, nunca he comido de estas… ¿Quisieras que comamos unas?— dijo de forma tierna, pero sin salir de su papel de diva indiferente.
—Qué simpática te comportas cuando quieres pedir algo.
Compró dos de esas manzanas, comía de manera torpe como  lo haría una niña, manchándose pero se limpiaba disimuladamente. Finalmente se sacó los lentes, dejando ver sus ojos verdes como una botella de vino. Le sonrió.
— ¿Ahora qué más hacemos?— Le preguntó de forma dulce.
—Aún hay muchas cosas para hacer, ¿Alguna vez estuviste en una montaña rusa?
—Jamás he estado en una.
La llevó hasta la montaña rusa, el vértigo era inigualable. Era muy alta y con muchas curvas. En una de las bajadas ella terminó por abrazarlo mientras reían. Hacía mucho tiempo que no se divertía tanto, o tenía tanto vértigo.
Bajaron, ella estaba titiritando. Simón se ató su enrulado y largo cabello color castaño claro, se sacó el suéter y se lo ofreció.
—No gracias, no necesito un suéter. Necesito un cigarro.
— ¿Fumas? Sí tengo habanos pero no deberías fumar.
—No deberías decir eso si también lo haces— respondió en tono agresivo, enojada.
—Qué carácter. Ten- prendió el cigarro- ¿Tienes pareja?
— ¿Qué te parece? Treinta años, viviendo en una casa sola y trabajando, con mal carácter… no soy lo que buscan.
—Además de tus zapatos— agregó sarcástico.
— ¿Qué pasa con ellos? Son el límite entre lo hermoso y lo horrible. Me encantan.
Era ya algo tarde, pero ninguno quería irse a dormir. La ciudad seguía encendida. Era increíble para ella, que en donde vivía todo parecía abandonado en horas de siesta y de noche. Empezaba a darle sueño, no estaba muy acostumbrada a quedarse hasta esas horas.
Detrás de un puesto, una niña pequeña los observaba fijamente. Ellos aún andaban del brazo caminando. Simón ni miró a la niña, sólo le susurró que se alejaran pronto. A pesar de que no tenía sentido decidió hacerle caso y seguirlo.

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