Capítulo 5: Jarrón verde

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Eran las 8 de la noche, había anochecido temprano (obvio, porque era invierno). Llegué a la casa y el mayordomo me abrió, me miró algo mal.
En la sala estaba mi abuela sentadita en el sillón. Estaba llorando, me acerqué a ella y sonrió al verme.
—Julián, ¿Dónde estuviste?— me rompió el corazón verla así, estaba preocupada y yo ni siquiera había cumplido con lo que me pidió.
—Lo siento, abuela. Había una larga cola y una chica se ofreció a mostrarme el pueblo. No me di cuenta y ya había anochecido.
—Al menos te divertiste, pero no te cuesta nada avisar. Además, ¿Qué chica?
—Su nombre es Arlene.
—Pero Arlene no es una chica, es una señora de 57 años que vive a la vuelta.
Otra vez, no dije nada. Sabía de sus problemas pero no demasiado, quería preguntar bien al respecto el día siguiente a alguno de los sirvientes.
Me preguntó si quería algo de comer y le dije que no, subí a la habitación y estaba todo limpio, casi me daba lástima desarmar la cama para ir a dormir, pero el sueño me ganaba. Después de todo, ese había sido un gran día que me había dejado cansado. Debía dormir bien, quería despertarme temprano para ir a buscar el jarrón que quería para compensarla. También quería ver a Arlene de nuevo, pero no quería distraerme de lo que debía hacer, tenía que cuidar a Magnolia que parecía que era más ella quién cuidaba de mí, me alimentaba y se preocupaba. Estaba siendo un mal nieto. Siempre lo fui, pero era momento de cambiarlo, la pobre ancianita merecía algo mejor que yo. De todas formas, no era momento de pensar sobre todo lo que hice mal, era momento de  hacer algo bien en mi vida.
Eran aproximadamente las 6.30 a.m. cuando la chica que limpia me despertó. Me pareció descortés de mi parte que nunca había preguntado su nombre, si quería hablarle de algo más (los problemas de Magnolia) debía empezar a ser más atento. Analía se llamaba. Una vez sabiendo eso, hablar sobre lo demás era fácil… creo.
—Entonces, Analía, ¿Sabe usted qué es lo que tiene mi abuela?
—La señora está claramente afectada por la edad, ¿Por qué lo pregunta?
—Porque me resulta extraño que desconozca gente con la que pasa tanto tiempo, como con ustedes.
—Hace varios años está así, la despierto todas las mañanas y en unas horas se olvida de todo. Harold, Celestina y yo trabajamos aquí desde  hace añares, le hemos tomado mucho cariño, pero ella está decayendo mucho y poco recuerda de los años anteriores a que usted naciera. Es una bendición tenerlo aquí que la alegra mucho. A pesar del disgusto de ayer.
—Sí, lo sé. Iba a ir ahora a comprarle algo para sorprenderla, y prometo no darle más disgustos así.
Me dio pena esa gente, trabajar toda la vida para que después no te reconozcan debe ser, además de frustrante, muy doloroso. Posiblemente estaban ahí desde que ella se mudó, eran demasiados años.
Cuando ella se despertó ya tenía todo preparado, había pedido a la señora que se ocupaba del jardín que me corte unas flores para el jarrón, y yo me encargaría del desayuno. No contaba con lo inútil que era yo, quise hacer unas tartas o algo, eran de manzana. Una había salido quemada y la otra cruda. Aún así, con el desastre que era cocinando, ella parecía muy feliz. Como toda buena abuela me dijo que estaba muy rico, se comió la quemada ya que decía que “le gustaba más lo tostado”.
Salimos al patio, Celestina no estaba ahí. Empezó a mostrarme todos los tipos de flores y plantas que tenía, le parecía muy entretenido. A mí me aburría bastante, mucho en realidad. Nunca me había interesado todo eso.
Tenía un árbol enorme en el medio del patio, con unas grandes flores blancas.
—Por ese árbol es que fui nombrada-comenzó a contar- lo plantó mi abuela Clara, esta casa pertenecía a ella. Yo la heredé, ya que mi madre ya tenía su casa propia con mi padre. Hace ya unos sesenta años que vivo acá.
— ¿Vivís acá, en el pueblo, desde siempre?
—Claro, desde niña. Pensé en irme a vivir a otro lado, a una ciudad pequeña muy pintoresca cuando era más joven, pero… no importa. No se dio.
— ¿Qué pasó que no fuiste?
—Ya no recuerdo— dijo tensa.

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