35. Del episodio 39 - Un segundo intento

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Del capítulo anterior...

Yildiz sacudió la cabeza y se dirigió hacia el dormitorio de sus padres. Vio salir de ella a su hermana y se pegó a la pared para que no la viera. Derya había estado llorando, eso era evidente. Se enjugaba las lágrimas con el dorso de sus dedos cuando cruzó casi por delante de ella de camino a su habitación. Su padre estaría bueno. Cuando estallaba era de temer, pero aún más se le temía cuando te miraba con sus ojos de león enfurecido y contenido. Su padre era el mejor hombre que existía sobre la faz de la tierra, pero no le mintieras, no le mintieras nunca. Si había algo que su padre odiaba era la mentira y la ocultación era una clase de mentira para él. Se aferró al ámbar que llevaba colgado del cuello y avanzó hacia la habitación de su padre. Intentar calmar a la bestia. No se arrendaba las ganancias, la verdad. Cruzó el umbral de la puerta que su hermana había dejado abierta y lo primero que vio fue a su padre tirado en la cama con las manos sobre el rostro. Su melena que habitualmente llevaba recogida en un severo moño estaba suelta. Nunca se parecía más a un fiero león que cuando se soltaba el pelo. Tragó saliva, carraspeó y esperó a que su padre la mirara.

***

Can se retiró las manos del rostro y miró hacia quien había entrado. Allí estaba su hija Yildiz, con las manos en las caderas, sus ojos del color del chocolate puro tan parecidos a los suyos le sostuvieron la mirada sin signo alguno de amilanamiento. De todos sus hijos era la que más se parecía a él en lo aventurero, su hijo Ateş, el que menos se le parecía. Derya, pese a que físicamente se parecía mucho a su madre, poseía su mismo carácter introvertido. De los tres era la que más mezcla tenía de ambos. Por eso era tan especial, por eso le había dolido tanto su mentira. ¡Casarse con un Fabri! ¡Maldita fuera su estampa! ¿Qué tenían los hombres de esa puñetera familia para sacarle de sus casillas con tan sólo su presencia? Y el hijo, al menos, iba de frente... Sí, ya, los cojones y un palito iba de frente. Las palmas de las manos le volvían a picar, no se había quedado conforme con la somanta de palos que le había regalado hacía una hora ahí fuera. Si no estuviera penado por ley, le arrancaría los huevos y se los haría tragar. ¡Le dijo que no se acercara a Derya! ¡El muy cabrón!
-Vete, Yildiz, no es el mejor momento, créeme -dijo Can cuando vio que su hija se acercaba y se sentaba junto a él.
Yildiz le puso una mano en la rodilla y apretó la zona entre sus dedos.
-Ya sé que no estás dispuesto a hablar, papá, pero me tienes que escuchar. Aunque sea una vez en la vida vas a oír lo que tengo que decir.
»Siempre te he respetado, papá -comenzó diciendo la chica-. Siempre lo he hecho, lo hemos hecho. Eres el mejor padre que un hijo pudiera desear. Nos has querido mucho, nos has protegido lo mejor que has sabido y nos has enseñado a saber distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo moral de lo amoral. De mamá hemos aprendido a no pre-juzgar, a ver las cosas desde otras caras del prisma y no sólo la que tenemos de frente. Mamá nos enseñó a perdonar y tú nos enseñaste a valernos por nosotros mismos, son lecciones de vida que nunca olvidaremos. Nos lo enseñasteis todo con el ejemplo que es el mejor de los legados que se le puede dar a un hijo, pero de ti también aprendimos a no dejarnos cegar ni por la ira del momento ni por el odio del pasado.
Can fue a hablar pero Yildiz volvió a apretar la zona de su rodilla y le instó a permanecer en silencio negando con la cabeza.
-Papá -continuó diciendo la chica-, hoy me has decepcionado.
Can se levantó de la cama y se enfrentó a ella poniendo las manos a ambos lados de las caderas de su hija.
-¿Que yo te he decepcionado, Yildiz? ¿Que yo te he decepcionado? -preguntó a apenas dos centímetros del rostro de su hija-. ¿Qué pasa con la decepción que siento yo ahora mismo? ¿Qué me dices de lo que ha hecho tu hermana?
-¿Qué ha hecho Derya, papá? Dime, ¿qué ha hecho ella que sea tan grave? ¿Casarse de tapadillo?
-No lo entiendes, ¿verdad, Yildiz?
Can se impulsó hacia atrás y tomó distancia de su hija. Al igual que minutos antes, comenzó a recorrer la alfombra. El fuego de la decepción volvía a prenderse en su interior.
-¿Sabes quién es el padre de ese chico? -dijo señalando hacia el lugar donde estaba la habitación de su primogénita-. ¿Sabes lo que hizo? ¿Lo que realmente se disponía a hacer? ¿El motivo por el que se ha pasado veinte años en prisión?
-Papá, no juzgues nunca a un hijo por los pecados de su padre. No es justo. ¿Has llegado siquiera a conocer a Berkant? ¿Te has parado siquiera a hablar más de dos minutos que la estricta cortesía permite? ¡No lo has hecho! ¡Yo sí!
Yildiz se levantó de la cama y paró a su padre agarrándolo de sus bíceps. Era increíble que, con casi sesenta años, esos bíceps estuvieran aún duros como el cemento.
-Papá, para. Ni Murat es Levent ni Berkant es Enzo. Párate a conocerlo. Dedícale siquiera unos minutos de tu tiempo. Obsérvale. Obsérvale de manera objetiva. No he visto a nadie más enamorado de una mujer que él (salvo a ti mismo -pensó la chica). A veces sentía envidia de Derya porque Murat, por mucho que me ama y sé que lo hace, nunca me ha mirado como Berkant lo hacía con Derya. He visto el anhelo en su mirada millares de veces y no entendía por qué no iba a por ella. Hoy me he dado cuenta por qué no lo hacía. No lo hacía por ti. ¡Por ti! Lo que sigo sin entender es cómo han llegado del punto de partida a la meta. Los tiempos no me cuadran. Mi hermana jamás...
El ruido proveniente del exterior del dormitorio de Can y Sanem interrumpió la conversación.

RECUERDOS (¿Spin-off? de Erkenci Kus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora