Del capítulo 31...
Sanem miró a los ojos a Berkant. Le preguntó con la mirada sin necesidad de palabras y supo la respuesta mucho antes de que ésta saliera de los labios masculinos.
Berkant miró a Sanem e intuyó la pregunta que se adivinivaba en los ojos de gacela tan parecidos a los de su mujer, la supo sin necesidad de que Sanem la pronunciara.
-Porque la quiero -dijo Berkant escuetamente-. La he querido siempre....
Sanem bajó la vista hacia el regazo de Berkant cuando éste también lo hizo, el joven tenía ahora toda su atención puesta en el objeto que tenía entre las manos. Lo primero en lo que se fijó fue en el vendaje ensangrentado que envolvía la mano izquierda del hombre. La zona de los nudillos estaba ensangrentada, pero ya tendría tiempo de averiguar el motivo. También se dio cuenta de que jugaba con una cadena que tenía entre los dedos; sus largos dedos acariciaban el extremo de una cadena de donde, estaba claro, pendía una pieza de joyería que no lograba ver. Dejó entonces el bote da árnica y acarició las manos del chico.
-Me tatué el albatros cuando tenía dieciséis años. -Su voz era apenas un susurro-. Sé muy bien lo que significa este ave para esta familia. Lo he ocultado desde entonces. Me tatué el nombre de tu hija una noche que salí con Ateş y éste se pilló un ciego de campeonato. No sé si lo sabrás, pero tu hijo tiene otro igual que el de su padre aunque sus alas son del color del fuego. Estaba como una cuba cuando me hizo llevarle al tatuador, se desmayó antes de poderle decir a Kemal lo que quería. Sabía que, de haberle tatuado otra cosa, Ateş se arrepentiría así que le mostré al tatuador mi propio albatros. Me preguntó si formábamos parte de alguna organización secreta. -Berkant continuaba su relato como si de una ensoñación se tratara-. Eran las tres de la mañana y sacamos al pobre imbécil de la cama. Pagué el doble por el de Ateş. Cuando me tocó el turno le dije que sólo quería el nombre de ella.
Berkant se mordió el labio y la herida se volvió a abrir.
-Siempre que estabas cerca de Derya... -continuó mientras no dejaba de girar el objeto entre sus dedos-, (veía un brillo muy especial en sus ojos cuando miraba tu mano izquierda) -pensó-. Tal vez no sea el hombre ideal para tu hija -dijo buscando los ojos de Sanem-, tal vez sí, no lo sé. Lo que sí sé es que estaría dispuesto a caminar descalzo sobre fuego o escarcha si me lo pidiera.
Seguía acariciando entre sus dedos la pieza que, hasta hacía unos minutos, había colgado del cuello de su mujer. Sanem miraba de reojo las manos de Berkant en un intento fallido de saber qué era aquello que custodiaba y acariciaba.
-La primera vez que le pedí que se casara conmigo fue hace dos años, me rechazó. Me dijo que no me quería, pero yo sabía que mentía. -Berkant volvió a bajar la vista-. Creo que uno sabe cuando la mirada de una mujer es de amor o de rechazo y la mirada de tu hija hacia mí jamás fue lo segundo. Veía el deseo en esos ojos color miel de caña, unos ojos de gacela igual que los suyos, ¿lo sabía? Reconocía ese sentimiento en ellos porque era el mismo que yo trataba de ocultar y que veía cada vez que me miraba en un espejo cuando pensaba en ella. Siempre que entra en una habitación donde yo estoy el aire vibra y yo con él. He sentido millares de veces su piel erizarse al acariciarla y al mismo tiempo sentir yo auténticas descargas eléctricas al hacerlo.
(«No deberías estar escuchando esto, querida.»)
Sanem se contuvo a duras penas de contestarle a su siempre inoportuna voz.
-Tu hija siempre me ha vuelto loco -continuó-. Es de esas personas que le roban a uno el aliento con una sola mirada, de las que piensan una cosa y luego dicen algo totalmente contradictorio para a continuación hacer algo totalmente inesperado.
Sanem se mordió los labios. Sabía perfectamente de lo que hablaba Berkant. Derya tenía mucho de ambos, de Can y de ella. Recordaba cómo eran los momentos en los que Can aparecía, su presencia opacaba todo lo demás.
(«Ufff, chica, éste está hasta las trancas. Por cierto, ¿no te suena esa actitud de tu hija de algo?»)
De nuevo tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no responder a su voz.
(«¿No quieres hablarme? Pues me iré con la música a otra parte. Tú te lo pierdes.»)
-Nunca he tenido ojos para nadie más. Me siento completo cuando estoy con ella. Jamás me he sentido tan entero como cuando estoy con ella.
Berkant sintió la caricia de Sanem en sus nudillos. Acarició la zona herida sobre el vendaje y un enorme alivio calmó su alma.
-No soy mi padre -dijo Berkant alzando la mirada y buscando esos ojos de gacela iguales a los de Derya-. No lo soy, pero, aun así, me convertí en un Fabri en el peor momento. Fui egoísta, no calculé bien lo que hacía e hice daño a muchos con la decisión tomada en un instante de debilidad. Vi la ocasión y ni me planteé contenerme. Me aproveché de la incapacidad de tu hija para pensar, me aproveché de que estaba como una curda, vi mi oportunidad para que no se me escapara otra vez de entre los dedos e hice algo de lo que no me arrepiento ni me arrepentiré jamás. Soy incapaz de respirar cuando ella no está, apenas si he sobrevivido cuando decició dejar todo atrás, de apartarse de mi lado; lo poco bueno que tengo en esta vida es ella, no quiero ni necesito nada más. Pero ella parece que no tiene el mismo problema. ¿Quieres saber cómo acabó tu hija casada con el hijo de Fabri? -Berkant sonrió amargamenta-. La llevé al juzgado y la obligué a casarse conmigo tres días antes de que lo hiciera su hermana. La privé de muchas cosas, de su noche de henna o de una despedida de soltera. La privé de una pedida de mano, aunque no sé muy bien cómo se podría haber llevado ésta a cabo si ni mi tío es capaz de mirarme a la cara más de dos segundos. La privé de una boda donde estuvierais todos los que ella ama presentes porque lo cierto es que, por mi parte, no hay nadie a quien llamar familia. Ésa la perdí a los doce años cuando el increíble McKinnion me dio la espalda tras enterarse de quién era mi padre. Ya ve. No soy nada, no soy nadie ni siquiera para mi propia familia. Mi madre se murió, mi padre es un extorsionador que se ha tirado veinte años en la cárcel juzgado además de por eso... por malversación, blanqueo de capital y amenazas aunque la fiscalía también tendrían que haber incluido en las acusaciones el intento de asesinato.
Sanem emitió un jadeo que Berkant escuchó perfectamente.
-¿No sabía eso? Mi padre intentó matar a mi madre cuando le dijo que estaba embarazada. De no ser por Mina... ahora no estaríamos hablando. Igual hubiera sido mejor que concluyera lo que empezó. Me habría ahorrado una vida de mierda.
Berkant apoyó los codos en las rodillas, contuvo un quejido de dolor e intentó recuperar el resuello al tiempo que se llevaba las manos al cuello. De entre sus dedos colgaba la cadena pero el objeto que estaba en ella quedó oculto entre la palma de su mano y el cogote.
Sanem no dejó de mirar el balanceo de la cadena hasta que éste más o menos se detuvo.
Alargó una mano y acarició los cabellos húmedos de sudor del marido de su hija mientras las lágrimas no dejaban de correr por sus mejillas.
-No pretendo que me tenga compasión -dijo Berkant cuando, después de alzar, de nuevo el rostro, vio las lágrimas en los ojos de su suegra. Giró un poco la cabeza buscando la caricia de seda de la mano de Sanem; necesitaba, aunque sólo fuera por una vez, sentir de nuevo el tacto de la caricia de una madre, como las que le prodigaba la suya antes de desaparecer de su mundo. Por esta vez, quería algo de humanidad para él y no el desprecio e indifirencia que siempre le reservaban en lo que mal podría llamarse hogar. En el de su tío era un estorbo a los doce años y después se convirtió en un paria, en un repudiado.
Sanem percibió en sus ojos mucho más que dolor y desesperación. Estaba contemplando el alma de alguien roto, de un corazón quebrado. Berkant se equivocaba. A su hija nadie podía engañarla y, por muy curda que estuviera, jamás habría dicho sí por muy precipitada e impuesta que fuera su boda si realmente no lo hubiera querido también.
-¿Por qué has dejado que Can te golpee de esta forma? -preguntó Sanem acariciándole uno de los cortes que aún seguía sangrando.
-Porque era la mejor manera de expiar mis pecados, porque... con cada golpe que recibía del padre de Derya, sentía que purgaba los pecados que el mío me legó en los genes. Ojalá reventara y se fuera al infierno, la palabra padre le viene muy grande.
-La palabra persona ya le viene grande -comentó Sanem.
Berkant sonrió de manera torcida. Por primera vez desde que Sanem entrara en la habitación, el hombre emitió una suerte de brillo por sus ojos acerados, algo de chispa a través de sus ojos del color de un cielo emplomado. Era una hermosa mirada. Sanem se perdió en esos ojos un instante. Quiso encontrar en ellos una respuesta más a otra de sus preguntas, pero se le escapaba el significado de la respuesta.
-¿Por qué os descuidasteis? Podríais haber seguido mintiendo más tiempo.
Berkant por primera vez sonrió.
-¿Quién dice que me descuidé? Conté ciclos, conté lunas, supe cuándo y me lancé a por ello. Lo único que no estaba en mis manos y sí en las del destino era acertar.
Sanem no pudo evitar soltar, esta vez sí, la carcajada.
-Can no te lo va a perdonar en la vida -le dijo con risa en la voz pese a que quería mantenerse firme y seria-. Si siente debilidad extrema por alguno de nuestros hijos es por Derya. Derya es muy especial para él. Mucho más de lo que puedas llegar a entender algún día por muchos hijos que tengas.
Berkant cerró los ojos y volvió a mover la cabeza buscando otra caricia. Jamás nadie podría imaginar cuan necesarias eran en esos momentos. Las de Sanem eran como bálsamo para almas heridas. Sanem giró sus dedos y acarició con el dorso y los nudillos la mejilla cubierta por la áspera barba. Buscó luego la nuca del hombre e introdujo los dedos bajo la palma de la mano que él tenía en el cuello. Sus dedos rozaron los dos objetos metálicos que Berkant escondía. Eran anillos. Estaba segura de que, al menos uno, era un anillo de o destinado a Derya. Apartó la mano de Berkant del cuello y la atrajo hacia sí con un movimiento lento pero deliberado. Cuando las manos de ambos estuvieron frente a sus ojos, Sanem giró la mano del hombre y bajó la vista hacia que ocultaba. No se había equivocado.
Sintió que el corazón se le paraba por un instante en el interior de su pecho. Miró a los ojos a Berkant y otra vez a su mano. De la cadena pendía una alianza y otro anillo, un anillo que ella había visto infinidad de veces cada vez que observaba su mano izquierda. Ese anillo...
-Tu hija jamás habría aceptado otro.
En la palma de la mano de su yerno descansaba junto a una alianza de platino, otro anillo del mismo metal casi exactamente igual que el que ella llevó escondido un año debajo de su ropa y que, desde hacía casi treinta años, llevaba en su mano izquierda bajo el de boda. Acercó dicha mano a la palma de Berkant y comparó ambas piezas de joyería. La única diferencia entre ambos era el color de la piedra. Si la suya era blanca, hecha con un trozo de la piedra de luna blanca que durante años llevó Can encima, la de su hija era de un color verde oscuro casi negro. Un anillo hecho con una piedra lunar, sí, pero no con una piedra que representaba su cara brillante sino que estaba hecho con la que simbolizaba su cara oculta.
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RECUERDOS (¿Spin-off? de Erkenci Kus)
RomanceEn cada capítulo se extrae una escena puntual de la serie que lazó al estrellato internacional a Can Yaman y Demet Özdemir. Verás dichas escenas desde un punto de vista bastante diferente entretejiendo pasado y futuro de todos sus personajes. Descub...