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Los rayos del sol se colaban entre las cortinas de la habitación. Y aún así, la habitación se sentía fría y asfixiante. Cosa a la que Shouto ya estaba acostumbrado. Se levantó lentamente de su cama. Se quedó estático en su lugar por unos segundos, miró hacia la mesa de noche que estaba a su lado derecho y suspiró al ver el cuaderno de dibujo que estaba ahí. Se había dormido hasta las dos de la mañana intentando dibujar aquella imagen que había visto años atrás.

Aún lo recordaba...

Fue a los 13 años cuando descubrió parte de lo que realmente era y debía ser.

Todoroki Shouto ya tenía una vida planeada. Bueno, su padre ya había planeado gran parte de su vida desde el momento en que este apenas había nacido.

Su padre, Todoroki Enji, era el dueño de una de las empresas automotrices más importantes en toda Asía, y deseaba que sus hijos continuaran con el negocio familiar. Por lo que planeó la vida de cada uno de sus hijos, y su plan habría funcionado de no ser porque sus hijos pasaron por una "etapa de rebeldía", según él.  El único hijo que —creía él— todavía estaba a tiempo de salvar, era Shouto, el menor. 

Enji le dio todo y a la vez nada a Shouto. E incluso le quitó a una de las personas que más amaba.

Y ya habían pasado, aproximadamente, siete años desde que su vida había quedado terriblemente marcada. Siete años desde que una terrible cicatriz fue hecha en su rostro.

Y ese era un nuevo día, un día ideal para empezar a descubrirse a sí mismo.

Era un día como cualquier otro en su destrozada vida. Su padre había recibido una invitación para asistir a una exposición de arte en la ciudad de  Nagasaki, Enji pensó que era otra oportunidad para que su hijo conociera a las personas con las que trataría en un futuro. Estaban en aquel elegante edificio. Habían varios cuadros colgando, la gran mayoría era de artistas japoneses.

Shouto miraba cada cuadro con un rostro de total desinterés. Aunque, en el fondo, apreciaba mucho el arte. Se había separado de su padre, no quería estar cerca de todos esos tipos ricos con elegantes trajes.

Su mirada viajaba de cuadro a cuadro, hasta que la encontró.

Encontró a su madre retratada en una hermosa pintura. Se acercó a ella para poder apreciarla mejor y confirmar que aquella mujer era su madre.

Aquella pintura parecía una obra maestra, una imagen sacada de un libro de fantasía.

Estaba pintado un cielo nocturno, una luna llena estaba pintada en la parte superior, centrada a la mitad. Y bajo la luna, se encontraba una hermosa mujer de cabellos y piel albinos; su atuendo era una mezcla entre un kimono tradicional y un vestido occidental, de color celeste. A las esquinas estaban retratadas unas flores blancas que otorgaban aún más belleza a aquella mujer.

Cuando Shouto se acerco aún más, pudo apreciar una dulce, pero pequeña, sonrisa, también pudo ver el color gris de los ojos. Shouto sintió que su corazón se detuvo por unos segundos. Aquella mujer definitivamente tenía que ser su madre.

—Vaya, Inko. Tu hijo si que se supero esta vez.

Los pensamientos de Shouto fueron interrumpidos por una voz femenina. Volteó en dirección a aquella voz.

—Sí, aunque se tardó un año en terminar el cuadro —habló una mujer de aspecto amable, y algo robusta, que estaba a su lado.

—Catorce años y tu hijo ya hizo una obra de arte —dijo esta vez un hombre de cabellos oscuros.

—Tu hijo si que es muy talentoso, no como el mocoso de mi hijo —habló esta vez una mujer rubia, la misma que había interrumpido sus pensamientos—. De seguro tu hijo será un artista muy reconocido. Después de todo, gano este concurso de arte.

Luces, cámara y... ¿SEXO?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora