Era la una de la madrugada del primero de enero de 1999 cuando, en el hospital San Ignacio, la mujer en la habitación #22, de nombre Beatriz Gonzalez dio a luz, mientras los fuegos artificiales sonaban desde fuera, impactando contra el cielo y explotando en cientos de colores, con los gritos de las personas emocionadas porque empezaba un nuevo año. La enfermera auxiliar, recibió a un pequeño bebé cuyo corazón no dejaba de latir fuertemente, al mismo tiempo que sus llantos inundaban la habitación y las demás enfermeras sonreían, esta enfermera envolvió al bebé en una manta blanca y se lo entregó a su madre, quien estaba cubierta de sudor, tomó a su bebé en brazos y sonrió.
—Mi pequeño Adam -le susurró al bebé mientras lo acariciaba.
Y fuera de esa habitación, en el pasillo, la hermana de Beatriz, Carla, estaba con su hijo Josep, quien en ese entonces tenía dos años de edad, y estaba también con Matt, el hermano mayor por dos años del recién nacido, o más bien, mi hermano mayor. Mi madre me tuvo el primero de enero de 1999, para ser exacto, a la una de la madrugada con veintiséis minutos, mientras todos celebraban el año nuevo, yo nacía, y conmigo, una vida llena de problemas, aventuras y corazones rotos, y no del tipo de corazón que te rompe una chica cuando te abandona, más bien del tipo de corazón roto que tu propia familia llega a romper.
Mi madre me colocó Adam por su abuelo, él fue el segundo de su familia en nacer, al igual que yo. Ella solía decir que, él había sido la única persona que la había amado de verdad, el único padre que había llegado a tener, y por lo tanto, quiso honrarlo colocándole así a su segundo hijo en nacer; a mí, Adam Gonzalez.Crecí en una familia conformada por seis personas; mi hermano mayor, Matt, quien era mi mejor amigo, después llegué yo, luego mi hermano menor, Cristian, mi hermana que lo siguió, Valentina, mi otro hermano, Zac, y finalmente, por mi madre; Beatriz. Todos fuimos hijos de padres distintos y de una misma madre, pero si había algo que todos nosotros teníamos en común, era que, ninguno de nosotros conocíamos a nuestro debido padre, habíamos crecido solos, con apenas una madre que nos mantenía vivos por deber. Matt y yo, adoptamos el rol de padres desde los diez años, cuando nuestra madre se embriagó tanto una noche que cuando Valentina le pidió algo para comer, esta le pegó fuertemente en el rostro, haciendo que Valentina llorase durante toda la noche, conmigo abrazándola para reconfortarla y con Matt calmando a los demás, mientras la obesa de mi madre se bebía todo el dinero que el gobierno le daba por ser "discapacitada" pues estaba tan obesa, que así la habían catalogado.
Para cuando cumplí doce años, mi madre ya había comenzado a beber, pues los problemas que había tenido en su niñez la carcomian viva, y la bebida era su única escapatoria, realmente no importaba si sus hijos la veían tomar hasta que estuviera tan ebria que perdía la consciencia, eso daba igual, ella solo se interesaba por sí misma, mientras que mis hermanos menores, buscaban apoyo en Matt y en mí, y yo buscaba apoyo en él, él era como una roca para mí, casi una figura paterna, aunque sólo era dos años mayor que yo, yo sólo tenía a mi hermano mayor.
Para esa edad, Matt y yo ya habíamos comenzado a robar pequeñas cosas, como unos cuantos centavos o unos cuantos pavos, lo hacíamos para vivir, si no robabamos, no comíamos, incluso tuvimos que robar la billetera de una mujer mayor para poder darle algo de almorzar a nuestros hermanos, y todo eso pasó cuando yo tenía doce y Matt catorce.
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Ver volar la cometa (Rosas Negras #1)
Teen FictionAdam creció en una familia problemática, con tres hermanos menores y un hermano mayor, él y su hermano Matt tuvieron que hacerse cargo de su familia desde niños. Comiendo de la basura y viviendo con dificultad. Luego de pensar que estaban por tener...