MARY

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Existen estudios científicos que dicen que no puedes recordar nada antes de los cinco años, que es la edad cuando el cerebro comienza a almacenar recuerdos y fechas importantes, y según esos estudios, todo lo que haya sucedido antes, se desecha au...

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Existen estudios científicos que dicen que no puedes recordar nada antes de los cinco años, que es la edad cuando el cerebro comienza a almacenar recuerdos y fechas importantes, y según esos estudios, todo lo que haya sucedido antes, se desecha automáticamente, pero para mí no funciona así. Guardo en mi memoria un día muy importante, el día más especial de toda mi vida, el 9 de julio de mi cuarto año de vida, cuando mis padres me llevaron a un campo inundado de rosas. El día estaba soleado, las nubes estaban tan blancas como el algodón y el olor de las rosas inundaba el campo. Mis padres me habían llevado para hacer un picnic, como solíamos hacer cada semana, era una tradición en nuestra familia. Mi mamá había hecho sandwiches con mantequilla de maní y huevo ¿suena asqueroso? ¡Porque a mí me encantan! Recuerdo que mi padre tendió una sábana de lana en el césped y él y mi madre comenzaron a sacar la comida de la canasta, mientras yo corría persiguiendo mariposas.
Solía admirar la belleza de mi madre, ella era alta, con cabello castaño claro que le caía sobre los pechos, ese día, llevaba un sombrero grande, blanco, al igual que su vestido largo hasta los tobillos, mi padre llevaba unos pantalones blancos y una camiseta roja, yo, tenía puesto un vestido rosa pastel, mi color favorito y un sombrero igual que el de mamá.
—¡Mary! -escuché la suave y cálida voz de mi madre llamándome, pero hice caso omiso, yo estaba encantada con las rosas y las mariposas azules- ¡Mary! -me llamó de nuevo, y de nuevo, la ignoré. Entonces se levantó y caminó hacia mí, se agachó hasta mi altura y me abrazó desde atrás, mientras contemplaba junto a mí la mariposa azul sobre la rosa roja.
—Que hermosa mariposa, Mary.
—¡Es azul, como el cielo! -le dije, emocionada. Ella soltó una risita.
—Así es, cariño, es azul como el cielo y como mi color favorito.
Yo seguía observando la mariposa.
—¿Sabes por qué mi color favorito es el azul?
Negué con la cabeza.
—Porque es el color de la felicidad, es el color del cielo, el color del océano, el color de los ojos de tu padre que me transportan a casa... El color de tus mariposas favoritas -me decía con una gran sonrisa.
—¡A mí me gusta el rosa!
Se rio y me cargó.
—El rosa es el color del amor, y amor es todo lo que yo siento por ti, cariño -me dio un beso en la mejilla y juntas nos fuimos hacia donde estaba listo el picnic.
Ese fue el mejor día de toda mi vida.

Cuando nací, el 14 de febrero del 2000, mi padre estaba en la sala de parto con mi madre, sosteniendo su mano mientras un doctor me ayudaba a nacer. Cuando mi madre me sostuvo en brazos y mi padre observó mis pequeños ojos cafés, supo de inmediato que mi nombre sería Mary, él solía decir que Mary era el nombre más hermoso que jamás había escuchado, y cuando me vio por primera vez, pensó exactamente lo mismo de mí, por lo que, decidió que ese sería mi nombre. Mary Cooper.

Tuve una niñez relativamente feliz, crecí en una familia bastante perfecta, bien acomodada económicamente, nunca me faltó nada y asistí a las mejores secundarias de la ciudad, mis padres querían lo mejor para mí y siempre me lo daban. Pero no todo fue siempre perfecto, cuando tenía siete años un comportamiento extraño comenzó a nacer en mí, se me hacía sumamente difícil concentrarme en clase, me distraía cuando veía pasar una mariposa, cuando escuchaba un leve ruido o hasta con las nubes que se veían desde la ventana de mi aula de clases. Los profesores tendían a llamarme la atención constantemente y las burlas por parte de mis compañeros no tardaron en llegar, y eso no era lo peor, sino que, era sumamente torpe, no podía quedarme quieta durante tres minutos porque sentía que me asfixiaba y a menudo, tenía comportamientos compulsivos como por ejemplo, solía tirar mi cuaderno de mi pupitre con fuerza, o arrojaba mis lápices de colores hacia mis compañeros por puro impulso, eso hizo que esos niños me catalogaran como "la loca del colegio" y pronto, el apodo se hizo popular, y así era como todos me llamaban. A los siete años de edad, no tenía ni un solo amigo. Mis padres, preocupados, acudieron con un pediatra y este los remitió a un psicólogo de niños, quien me detectó TDAH, más conocido como Trastorno por Déficit de atención e hiperactividad. A partir de ese momento, me vi obligada a tomar medicamentos estimulantes, medicamento para mejorar la cognición y Antihipertensivo y por un tiempo, funcionaron, exactamente durante tres años, hasta que cumplí diez, podía concentrarme más en clase y hasta tenía amigos, e incluso los comportamientos compulsivos habían desaparecido, pero no tardaron en aparecer otra vez.
—¿Viste el vestido nuevo de Betty? -habló Eiva, con el mismo tono petulante de siempre, y eso qué solo tenía diez años de edad.
—¡No lo menciones! -le siguió el juego Luz- ¡me da asco de solo verlo!
Ambas voltearon a ver hacia la mesa de al lado de la cafetería, en donde estaba Betty, una niña nueva que se había mudado desde Portugal, no tenía aún el uniforme rojo vino tinto que teníamos todos, por lo que fue ese día a clase con un vestido rojo cualquiera, nada del otro mundo.
—A mí se me hace lindo -hablé.
Ambas me miraron con pésima cara.
—¿Y a ti quién te preguntó?
Friki.
Y comenzaron a burlarse.
—No soy ninguna friki -les dije.
—Sí, sí, como sea.
—En fin ¿Viste el brazalete nuevo que me compró papá? -Eiva mostró un brazalete de Diamantes y Luz se quedó boquiabierta.
—¡No lo creo, es tan... Brillante!
—Es muy lindo -le dije con una sonrisa y de nuevo me miraron con mala cara.
—¿Quién te dijo que hablaras, friki?
—Déjala, siempre ha estado loca.
Odiaba esa palabra, odiaba que me dijeran que era una loca, sentía que la sangre me hervía y no pude evitarlo, me levanté de la silla y arrojé toda la comida que había en el comedor hacia un costado, fuerte y violentamente. Todos los de la cafetería me voltearon a ver, incluyendo las cocineras.
—¡Está loca! -escuché gritar a un chico.
—¡Es una rara! -lo siguió otro y en segundos, todos me llamaban por ese apodo mientras se burlaban de mí.
Recuerdo haber sentido que los ojos se me cristalizaban y el corazón se me arrugaba, así que, tomé mis cosas y salí corriendo de ese lugar. Fui corriendo a la oficina del director.
—¡Director! -dije entre jadeos.
—Mary ¿pasa algo?
Sentía que las manos me comenzaban a temblar y de repente, no podía concentrarme ni para hablar.
—Puede... ¿Puede llamar a mi mamá?
—¿Estás bien, Mary?
—Es que... Es que me duele mucho la barriga —comencé a sobarme, pretendiendo que me dolía.
—¿Comiste algo en mal estado?
—Director ¿puede por favor llamar a mi mamá? ¡Se lo suplico!
—Vale, vale, siéntate, la llamaré.
Me senté en los asientos acolchonados que estaban afuera de la oficina del director, mientras él llamaba a mi madre. Sentía que las manos me temblaban y la cabeza me empezaba a doler, sentía lo mismo que había sentido tantas veces durante mi infancia, y eso me causaba un gran temor.
Mi mamá llegó cuarenta minutos después, se veía preocupada, yo me levanté en cuanto la vi.
—¡Mary! -me abrazó- ¿Estás bien, cariño? ¿Qué pasó? El director me dijo que Comiste algo en mal estado.
—Eh... No era cierto.
—¿Qué? -se cruza de brazos-¿Entonces?
—Mamá... No me estoy sintiendo bien... Tengo impulsos otra vez.
Noté inmediatamente que ella entendió lo que dije. Habló con el director y las dos nos fuimos. Estábamos en el auto rumbo a casa.
—¿Desde hace cuánto regresaron los síntomas?
—Desde hace como... Dos meses, tal vez.
—Ahora entiendo por qué tus notas bajaron tanto. ¿Por qué no nos lo dijiste?
Suspiré.
—No quería preocuparlos -recuesto la cabeza contra la ventanilla.
—Mary, me preocupa más si no me lo dices ¿vale?
—Vale, vale, mamá.
Llegamos a casa, mi padre ya había llegado y mi mamá lo había puesto al tanto por teléfono.
—Las pastillas ya no funcionan, el psicólogo nos lo advirtió y Mary ya es muy grande para esos medicamentos -dijo mi madre.
—¿Entonces? ¿Tomaré medicamentos para adultos?
Se miran entre ellos.
—Tenemos que llevarte otra vez al psicólogo -decía mi padre- que te receten otros medicamentos y puedas estar bien nuevamente.
—Sí...
Agacho la cabeza. ¿Iba a tener que estar medicada por el resto de mi vida? ¿No podía ser una niña normal como el resto de mis compañeros? ¿Tan distinta tengo que ser?
Mi madre se me acerca y me acaricia la cara.
—¿Estás bien, cariño?
Suspiro.
—Sí mamá, todo bien.
—A mí no me engañas, Mary ¿Qué ocurre?
Ladeo la cabeza.
—Mamá ¡causé un alboroto en el cole! -hundo mi rostro entre las palmas de mis manos- ¡pasé muchísima vergüenza, tiré los platos por los aires delante de todos, y delante de mis amigas!
—¿Tus amigas? ¿Te refieres a las niñas que te llamaron "loca" y "friki"?
—Eh... Sí, ellas.
—Mary, te diré algo, a lo largo de toda mi vida he aprendido que, si tus amigos te hacen sentir miserable, entonces es mejor que esos no sean tus amigos.
—Pero, no quiero estar sola, mamá.
—¿Quién dice que estar sola es malo, cariño? Hay personas que triunfaron solas, grandes escritores que escribieron grandes libros estando solos, pintores que pintaron obras de arte que pasaron a la historia totalmente solos ¿Acaso crees que ellos se preocupaban por lo que pensarían los demás?
Lo pensé...
—Tal vez no, pero yo no soy como ellos, yo no tengo nada especial.
Mamá abrió los ojos como si no creyera lo que le decía.
—¿Cómo es que dices eso, Mary? ¡Tú eres la persona más especial que conozco!
—Lo dices porque eres mi madre, o dime algo que tenga de especial.
—La manera en la que ves el lado bueno de todos, la manera en la que sacas el lado positivo de una situación no tan positiva, ese es un gran don, hija, es lo que te hace especial.
Bueno, viéndolo así, tal vez no estaba tan equivocada.
—Vale, pero... Quisiera ser normal, todos creen que soy... Rara.
—Decían lo mismo de Albert Einstein. Tú déjalos que piensen lo que quieran, hija, lo único que importa es que tú sepas quién eres.
—No lo sé, mamá, sólo sé que me gusta salir de compras.
Se rio.
—Créeme, lo sabrás de grande, todo va a estar bien, hija, y siempre me tendrás a mí -me abraza- siempre me tendrás a mí.
Y así era, yo siempre tenía a mi madre, contaba con ella para todo, ella era lo mejor de mi vida ¿Qué haría yo sin ella?








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