Parte 6

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Una semana después de haber despertado, cuando mis piernas comenzaron a obedecerme otra vez y tenía suficiente fuerza en los brazos como para levantar a Valentina y colocarla sobre mi espalda, me dieron de alta, volví a casa con mis hermanos y con Carla, lo único que noté diferente fue que todos tenían el cabello más largo, pero lo demás parecía igual, Valentina y Zac se pusieron a llorar en cuanto me vieron y el corazón se me arrugó al saber que los había hecho pasar por semejante dolor, Cristian no quería hablarme y Josep lo hacia a duras penas, sin mencionar que Beatriz había tratado de comunicarse conmigo varias veces y yo no había querido. Faltaban solo unos días para que me intentaran, y ya me habían avisado que solo podía llevar ropa blanca.
Me siento en la cama de Matt, que sigue exactamente igual a como la dejé y pienso en él... Si estuviera aquí, estaría decepcionado de mí, si viera que me convertí en... En un suicida, no me reconocería.

•••

Pasé los siguientes días con mis hermanos y con Josep, intentando solucionar las cosas entre nosotros, haciéndonos amigos otra vez y prometiendole que mejoraría, que dejaría atrás mi depresión y volvería, al fin y al cabo, Josep era como un hermano para mí.
Toco la puerta de la habitación de Cristian, y aunque no me responde, igualmente entro. Lo veo acostado en su cama, leyendo un cómic de super man.
—¿Qué quieres? -me pregunta sin mirarme.
—Quiero hablarte, Cristian.
—Yo no quiero hablarte a ti.
—Entiendo, pero me voy mañana y quiero despedirme antes.
—Yo no quiero, así que lárgate de mi habitación.
Suspiro y camino hacia él, me siento el piso junto a su cabeza y recuesto mis brazos en mis rodillas.
—Cristian, escucha... Sé que estás decepcionado de mí, de lo que hice. Quiero que sepas que... No tienes una idea de lo que me duele haberte hecho pasar por eso, jamás quisiera que tú pases por el dolor por el que pasé yo con la muerte de Matt.
—¡Ya pasé por ese dolor! -me grita mientras se para de la cama, y yo me levanto también- ¡pasé por ese dolor con su muerte y casi lo hago con la tuya! ¡Porque eres un maldito egoísta! ¡No pensaste en mí, en nosotros, en nadie! ¡Maldito egoísta! -comienza a llorar y yo lo abrazo, mientras él sigue llorando, con su cabeza apoyada contra mi pecho.
—Perdóname, Cristian, perdóname.
—¿Por qué lo hiciste? -me pregunta entre lágrimas.
—Perdóname...
—No te vayas, por favor no nos dejes.
—Escucha, hermano, me iré por un tiempo, porque... Estoy enfermo -admití por fin- y quiero mejorar para estar contigo, con Valentina, con Zac y con Josep, porque quiero ser el hermano mayor que merecen... Hago esto por ustedes.
Levanta la mirada, y con los ojos llenos de lagrimas mira los míos.
—Por favor, no te vayas, Adam.
Seco las lágrimas de su rostro y lo acaricio.
—Voy a volver, y cuando lo haga, nunca más me iré, porque oye, vas a tener que soportar a tu hermano mayor por el resto de tu vida ¿eh? Nunca vas a deshacerte de mí.
Se ríe.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo -lo beso en la frente y lo abrazo de nuevo- lo prometo, hermano.

•••

Al día siguiente, a las cinco de la mañana, mientras mis hermanos dormían, Carla, Josep y yo nos fuimos, rumbo al hospital, en un viaje de una hora en taxi. Yo estaba nervioso, pero lo que más me causaba temor era el tiempo que estaría en ese lugar, solo, y con mis hermanos preguntándose cuándo regresaría.
—¿Estás bien? -me pregunta Josep.
—Lo estaré.
Él sostiene mi mano y me sonríe.

•••

Llegamos al hospital, me bajo del taxi, con sólo una mochila en mano, y lo observo, era igual al del folleto, en forma de castillo y hecho de piedra.
-Aquí estamos -dice Carla- entremos.
Suspiro, tomo aire y los tres caminamos hasta adentro, donde había chicos de más o menos mi edad entrando y saliendo de los edificios.
-Joder... -exclamo al ver el lugar por dentro. Josep pone su mano en mi hombro y me sonríe, mientras Carla habla con la recepcionista.
—¿Adam Gonzalez? -se nos acerca un hombre vestido de enfermero y un chico de mi edad a su lado con un cuaderno y un bolígrafo.
—Sí, soy yo.
¡Mucho gusto, yo soy Guillermo, yo te enseñaré todo el lugar y cómo funciona ¿vale?
—Vale.
—Por favor, despídete de tu familia y entremos.
Me doy la vuelta hacía Josep y Clara.
—Vendremos a visitarte -me dice Josep.
—No, no vengan, no quiero que vengan a este lugar, ni tampoco traigan a mis hermanos, los llamaré cada que pueda.
—¿Seguro? Nosotros queremos venir a verte.
—Lo sé, pero no... Esto es algo que quiero afrontar solo.
Clara me sonríe, me acaricia la mejilla y me abraza.
—Vamos a estar esperándote en casa.
Se aparta de mí y Josep se me acerca.
—Te voy a extrañar, tío.
Me rio.
—Cuida de mis hermanos mientras no esté.
—Siempre -me abraza fuertemente- te quiero, hermano.
Sonrío sobre su hombro.
—Te quiero, Josep.
Dicho esto, los dos se dan media vuelta y los veo alejarse.
—¿Listo? Te enseñaré tu pabellón -dice Guillermo.
—¿Pabellón? Lo dices como si fuera una cárcel.
—Prácticamente lo es -habla el chico que está al lado de Guillermo y este le lanza una mirada asesina.
Suspiro.
—Estoy listo.
Lo sigo por el pasillo rumbo a las escaleras, me enseña el comedor, las habitaciones del segundo piso, la sala principal donde algunos se sienta a ver la televisión.
Llegamos a mi piso, el cuarto, mi habitación es la #4. Guillermo abre la puerta, es toda blanca, con una ventana con barrotes delgados, tiene dos camas pequeñas, una en cada lado de la habitación.
—¿Hay alguien más aquí?
—No, el último chico se fue hace unos días, así que estarás solo un tiempo.
Perfecto.
—Vale.
—Entra e instálate, el enfermero auxiliar te ayudará con eso -señala al chico rubio que está junto a él y nos ha estado siguiendo durante todo el recorrido- cuando termines, puedes salir y conocer los jardines, recuerda registrarte en recepción.
—De acuerdo, gracias.
Entro a mi nueva habitación y elijo la cama de la izquierda, coloco ahí mi mochila y el chico se para a un lado, sin decir nada.
—Eh, oye, puedes irte ya si quieres.
—Ah, no, tranquilo, mi deber es quedarme aquí y acompañarte ¿te ayudo a desempacar?
—Bueno, tampoco es que tenga mucho por desempacar.
Se ríe.
—¿Ya habías estado en un lugar como este antes?
—¿En un psiquiátrico? No, nunca -comienzo a sacar mi ropa blanca- ¿y tú? ¿Eres enfermero aquí?
—Sí, enfermero ayudante. Me llamo Gus -estira su mano.
—Adam -la estrecho.
—Y, cuéntame, Adam ¿Qué hiciste que te internaron aquí, eh?
Frunzo el entrecejo.
—Creo que eso no te incumbe.
Se ríe.
—Sólo intento romper el hielo.
—¿Preguntando por qué intenté suicidarme? Vaya manera de hacerlo ¿eh? -me rio- estaba algo deprimido... Por la muerte de mi hermano.
—Cielos, tío, lo siento.
—Si, bueno, fue hace tres meses y ya sabes -me encojo de hombros- supongo que aún no le he superado.
—Relájate, este lugar te ayudará.
—Eso espero. Oye, te molesta si pregunto ¿Qué edad tienes?
—Ah, diecisiete.
—Joder ¿diecisiete y ya eres auxiliar?
Se ríe.
—Terminé el colegio a los dieciseis y ahora trabajo aquí.
Este chico terminó la secundaria a los dieciseis, y yo a los dieciseis estoy siendo internado en un psiquiátrico.
Termino de desempacar. ¿Y ahora qué?
—¿Hay algo más que hacer por aquí?
—Puedes ir a los jardines, si quieres te doy un tour para que los conozcas.
—Vale ¿algo más?
—Hay varios juegos de mesa en la sala principal de cada piso, puedes jugar con algunos de los otros pacientes.
Hago una mueca, no tenía ganas de ponerme a caminar por los jardines o jugar con otras personas.
—Supongo que me quedaré aquí...
—Vamos, tío, si te quedas aquí todos los días encerrado, vas a enloquecer. ¿Sabes jugar al poker?
—¿Poker? No.
—¡Ja! No sabes de lo que te pierdes. Hay un juego en este piso, que te parece si vamos a la sala principal y te enseño y jugamos una ronda ¿eh?
Lo pienso unos segundos, bueno, tampoco es que haya mucho que hacer por aquí ¿no?
—Vale.
—Vale, vamos.
Me levanto de la cama y lo sigo por el pasillo hasta la sala principal. Cada piso tenía su propia sala con televisión y unos cuantos juegos, aunque la televisión sólo tenía tres canales. Me siento en el piso y Gus agarra un fajo de cartas.
—¿Listo, chico nuevo?
Me rio.
—Listo.
Gus me enseñó las posiciones de mesa, las combinaciones de cartas de poker de mayor a menor y todo lo que el poker incluía. Y mientras me enseñaba a jugar, me contaba un poco sobre su vida y yo sobre la mía, sobre que, tenía una novia llamada Ana, de su misma edad, con la que tenía penado mudarse a finales de este año y tal vez irse de la ciudad, yo le conté sobre mis hermanos, sobre Matt, sobre Josep, sobre la inútil de mi madre y el resto de mi fracasada vida. Gus me contó, que había chicos aquí que llevaban hasta cinco años internados y eso me asustó ¿cinco años? No podía pasar cinco años lejos de mis hermanos. Tenía que salir de aquí tan rápido como pudiera.

Ver volar la cometa (Rosas Negras #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora