Otoño, 1929.
Como era de esperarse, Minerva no quiso dar detalles sobre la persona con la que debo encontrarme en esta época. Únicamente, pude entender que es importante para el curso de ciertos acontecimientos, de los que por supuesto, no tengo idea.
Me encuentro en una estación de tren, la cual posee una arquitectura propia de finales de la década de mil novecientos veinte. Es exactamente como imaginé que sería, pues he visto algunas fotografías similares en libros de historia.
Al parecer, he llegado en pleno fin de semana. Sin embargo, hay agitación por parte de la gente, lo cual es un indicador de tanta prisa que tienen por tomar el próximo tren, ojalá antes de que los sorprenda su rutina de lunes.
Un aroma a café y metal predomina en el aire. Asimismo, puedo suponer que la vía férrea —que atraviesa de un lado a otro la estación— siempre va más allá de un sitio llamado Maïs et Orge. De seguro, ese restaurante es una parada obligatoria para los pasajeros.
Yo llego a sentirme perdida, no en mis emociones, sino en el ajetreo del lugar y de cada paso mío a seguir.
«Espero que todo resulte como debería»
Camino en línea recta, hacia la salida. Creo que lo más prudente sería salir a tomar un poco de aire. Quizá, así pueda pensar con claridad, o bien, esperar por ese encuentro significativo que mencionó mi bisabuela.
Avanzo cruzada de brazos, sin despegar la mirada del suelo. Al mismo tiempo, ondean los vuelos —de corte diagonal— en el vestido holgado de color marrón que llevo puesto, y que cae un poco más abajo de mis rodillas.
De repente, alguien tropieza conmigo...
Retrocedo exasperada, evitando oír la disculpa que viene de un completo desconocido.
—Vaya, parece que no has tenido un buen domingo —comenta un chico quien lleva puesta ropa casual de la época.
¿Quién se cree él? ¿Y cómo se atreve a opinar sin permiso sobre mi ánimo?
—La próxima vez fíjate por dónde vas —le hablo, tajante.
—Lo mismo digo yo. —Él me desafía, usando cierto humor, que jamás lo será—. Luces desorientada, ¿puedo ayudarte en algo?
—¿Sabes qué? Ocúpate de tus propios asuntos, y no molestes a una chica como yo.
—¿Una chica como tú?
Es un tarado. Ni siquiera ha notado lo hermosa que soy.
Me giro con intransigencia, ignorándolo.
Doy varios pasos, y llego justo a la entrada de la estación.
Giro de nuevo, pensando sin razón en ese desconocido, al que ni siquiera quise mirar con atención.
«Qué raro. ¿A dónde se habrá ido?» —pienso, mientras intento localizarlo.
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Un suspiro elegante: El regreso
Fantasi• Segundo libro de la Trilogía Elegante Cuando Bea Amkind deseó que el tiempo corriese hacia atrás, nunca habría imaginado que el otoño se lo tomaría literal. Tampoco era su intención provocar un suspiro lejano, capaz de cruzar dos vidas por segunda...