Si tan solo pudiese desafiar una vez más a la gravedad, como lo hice durante aquel primer vendaval. Solo de esa manera solté un suspiro, suficiente para arrasar con lo que yo creía saber del amor.
Por desgracia, poco puedo hacer sin la orquídea elegante, y aun sí la tuviese resguardada en mis manos, ya no existe ese alguien a quien traer de regreso.
Pero mi vida continúa, y aunque intento sonreír a toda costa, es imposible no recordar al chico que dio su vida por mí... a toda costa.
—Beatrice, ¿qué ocurre? Ni siquiera has probado tu yogurt —dice Leelah, apoyándose sobre mí con el cariño que solo una abuela es capaz de dar.
Mientras decido hablar, Leelah yo caminamos hacia la secundaria. Hoy será el examen final de matemáticas.
—¿Sabes? No he hecho más que fallar. —Contengo el llanto—. Leelah, ¿de qué me ha servido volver a Aruvialt?
Ella me ofrece una sonrisa.
—Tienes respuestas —objeta—. Unas muy importantes que antes te faltaban.
—Pues sí —concuerdo, y con ligereza curvo mis labios hacia arriba—. En verdad agradezco todo lo que me dijiste el otro día, pero aun con tu ayuda, no dejo de sentirme perdida.
—Beatrice, existen respuestas que solo tú puedes encontrar.
—¿Pero en dónde están? —Mi tono de voz denota frustración—. No me digas que se las ha llevado el viento.
Finalmente llegamos al estacionamiento de la secundaria, en donde Blake Retour espera por Leelah. La posición de galán que él adopta sobre su motocicleta, sí que parece sacada de una película.
—Vaya, por lo visto Blake se siente mucho mejor —le comento a mi asistente.
—Eso significa que mi apoyo está funcionando —supone Leelah un tanto ruborizada.
Quizá Blake no termine de entender qué es lo que realmente hace en esta época, pero es un hecho que Leelah no se cansa de ofrecerle su comprensión y cariño.
A veces pienso que me hubiese gustado tener esa empatía que caracteriza a mi abuela. De ser así, yo no habría cometido tantos errores y malos tratos hacia los demás. Talvez, mi karma sea marchitarme sin remedio, pero a decir verdad, no quisiera ser demasiado fatalista o dura conmigo misma.
Antes de acercarnos a Blake, una sosegada Leelah sujeta mi hombro, y de inmediato me dirige la palabra.
—Beatrice, aguarda un minuto.
—¿Sí? —Me giro hacia ella.
—Nunca deberías perder la esperanza, aun si todo parece tan gris como el jardín de la mansión Amkind.
Sin decir nada, abrazo a mi rejuvenecida abuela.
Minutos después...
Resoplo, exhausta por culpa de los ejercicios matemáticos que espero no haber fallado en el examen.
Dejo el salón, y me dispongo a caminar sola en dirección al parque de la secundaria.
Tomo asiento en una banca. No pasan muchos segundos antes de que Alistair y Misaki lleguen a saludarme.
La forzada sonrisa que esbozo, pone en evidencia mi desánimo en esta mañana. Espero que nadie lo note.
Para disimular, doy un vistazo a la bitácora de ventas que Ishikawa recién me entrega. Tanto mis trajes elegantes, como cada vestido hecho por Misaki, se han vendido bien en estos días. Si las ganancias se mantienen así, hasta tendremos fondos para colaborar con el comité organizador del baile otoñal.
—Beatrice, ¿vienes con nosotros? —propone Alistair de repente.
—¿A dónde? —pregunto, sin mucho interés.
—El mejor Quarterback jugará un partido amistoso —canturrea Misaki tras robarle un pequeño beso a su novio. Alistair sonríe ampliamente.
—No falten, chicas. Les prometo que los Colibríes ganaremos ese partido.
—¡Excelente actitud! —exclama Ishikawa—. Ahora, ve a prepararte con el equipo. Nosotras te apoyaremos desde la gradería. ¿Verdad, Beatrice?
Suelto un sí, porque ni siquiera mis tristezas justifican el defraudar a un amigo. No me gustaría que eso suceda.
Un rato más tarde, cerca del campo de fútbol...
—¡Tú puedes, Alistair! —Misaki se encarga de ser la animadora número uno de su novio, quien por cierto, acaba de hacer un pase rápido a uno de sus compañeros en el equipo.
En medio del bullicio que hay sobre la gradería, consigo escuchar el ruido proveniente de mi estómago vacío.
—Gracias —digo a una vendedora de golosinas, y, sin pensarlo dos veces, abro la bolsita de pretzels que he comprado.
Devoro ese refrigerio en menos de un minuto.
Mientras tanto, se agota el tiempo del marcador. El partido amistoso culmina con la victoria de los Colibríes de Aruvialt. Rápidamente, cada estudiante en la gradería —incluyendo Misaki—, desciende hacia el campo, para celebrar con el equipo.
Yo me quedo sola, con una bolsita de papel vacía, y un montón de migajas saladas alrededor de mis labios.
Resoplo, apática.
—Beatrice, ¿no te parece que este día va demasiado lento?
Doy un salto, a causa de la impresión.
—¡Leelah! —jadeo—. ¿Qué haces aquí? Pensé que no habías terminado el examen.
—No he terminado mi examen. —Se encoge de hombros, como si nada—. La profesora piensa que sigo en el baño.
—Vuelve al salón entonces —le sugiero.
—No sin darte una sorpresa que va a alegrarte el día.
—¿Y de qué se trata? —inquiero, casi desbordándome de curiosidad.
—De un accesorio.
Leelah abre su bolso, y con el puño cerrado saca algo tan brillante que la luz escapa de entre sus dedos.
—Ten cuidado. —Miro alrededor—. Alguien podría ver lo que sea que escondas.
Ella coloca el objeto en mi mano izquierda, para luego cerrarla discretamente.
—¿Qué es? —pregunto, aún sin abrir mi puño.
Leelah esboza una sonrisa traviesa.
—Úsalo bien, es el regreso que tanto necesitas.
ESTÁS LEYENDO
Un suspiro elegante: El regreso
Fantastik• Segundo libro de la Trilogía Elegante Cuando Bea Amkind deseó que el tiempo corriese hacia atrás, nunca habría imaginado que el otoño se lo tomaría literal. Tampoco era su intención provocar un suspiro lejano, capaz de cruzar dos vidas por segunda...