Mamá

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Para Severus Snape Prince nadie era tan importante cómo su madre, Eileen Prince.

Desde que recordaba, su padre siempre lo lastimaba a él y a su mamá, aprendió varias cosas a lo largo qué crecía. Aprendió que hablar sólo tenía que hacerlo cuando se lo pedían específicamente, o al menos si estaba un hombre cerca. Eileen disfrutaba estar con su hijo y que este le dijera todo, desde pequeño, Severus sólo hablaba que despertaban especial interés en él, cómo una flor con un bonito color, de la cuál le preguntaría a su mamá cómo se llamaba y siempre la vería con atención, o bien, cuando veía un perro en la calle y el animal le permitia tocarle, le contaría a su mamá sobre cómo un canino lo dejó tocar su pelaje y diría que le gustan los animales. Pero no diría ni pío frente a Tobias, Tobias se enojaria y lo golpearia, o peor, golpearia a su madre.

También había aprendido que a la hora de comer sólo tenía que mantener la cabeza gacha y únicamente comer lo que su madre le daba, porque si se le ocurría tomar algo de la mesa que su mamá no le haya dado, Tobias volvía a explotar en ira, gritando y golpeando.

Amaba salir con su mamá al mercado, pero cuando llevaban demasiadas cosas, era costumbre que Severus se agarraria a la falda de su mamá para que ella pudiera manejar las bolsas y no se preocupara de que Severus se alejara. Las demás señoras del mercado trataban bien a su mamá y el, por lo tanto le agradaban, ninguna tenía hijos pero aún así le acariciaban la cabeza, le cargaban y de vez en cuando le regalaban su fruta favorita: fresas.

Las fresas las probó gracias a su mamá, que pudo salvar algo de dinero de Tobias y compró algunas frutas, entre ellas fresas, a Severus le gustaron al instante, Eileen sonrió al ver a su pequeño hijo empujar en su dirección las fresas que había, ofreciendoselas.

En las peleas de Eileen con Tobias, Eileen siempre cubría a su hijo, ella tomaba la mayor cantidad de golpes en vez de su hijo, mismo que solo lloraba abrazando a su mamá, sabiendo de sobra que no podría hacer nada más que intentar sanarla más tarde.

Sabía también que el dolor se su madre era su culpa.

No entendía porque de repente las cosas a su alrededor se movían o flotaban solas, sólo sabía que si su padre veía eso, tomaría a Eileen del cabello, sólo para gritarle en la cara y arrojarla al suelo, no sin antes darle una cachetada, y una vez su madre estuviera en el suelo, iría contra a él a hacer lo mismo y peor, hasta que se cansara. Una vez su padre se fuera, su mamá iría corriendo a donde el y lo envolvería en un cálido abrazo mientras lloraba, y entonaria una melodia que le hacía tener picason en las heridas, sólo para que cuando la canción terminará, sus heridas y moretones estuviesen realmente reducidos a marcas menores y el dolor se iba.

Cuando estaba sólo con su mamá, esta sacaba de ente sus cosas una especie de varita, una elegante varita negra que parecía hecha de metal con garigoleados, pero al tacto era obvio que era madera, su mamá sonreía y le prestaba esa varita, el pequeño Severus no tenía idea de por qué con esa varita en mano, las cosas se movían mas a su control cada vez que la agitaba, o porque era tan atrayente, casi cómo un iman, lo único que sabía es que tenía que tener cuidado con la varita porque era de su madre y todo lo que es de ella se tiene que manejar con respeto. De nuevo a ciegas de su padre, si no otra vez a la violencia.

A su mamá le gustaba cepillar su cabello, era parte del porqué se lo dejaba largo. Eileen se sentaba en uno de los desgastados sillones con cepillo en mano, Severus se sentaría en el suelo frente a sus piernas para dejar a su altura su cabello. Había veces que nisiquiera lo tenía que pedír, Severus ya estaba sentado en su lugar esperándola con el cepillo en mano y viendo el fuego que crepitaba en la chimenea, enterneciendo el corazón de Eileen.

Eileen no podía hacer mucho para comer, pero intentaba hacer varias cosas con el poco dinero que tenía, jamás en su vida escuchó a Severus quejarse de la comida, ni de él sabor, ni de la consistencia ni de nada, Severus sólo terminaba su comida y se abrazaba a su pierna en un tierno "Gracias". Aunque a su pequeño también le gustaba ayudar en la cocina, desde algo tan pequeño cómo verificar que no hubiera pequeñas piedras o ramitas en los frijoles hasta moler semillas. Severus era feliz ayudando a su mamá, incluso ella llegó a confiar tanto en su hijo que le permitió cortar algunas cosas con un cuchillo afilado. Desde esos momentos, Eileen sabía que su hijo sería bueno en pociones por la soltura que tenía, e incluso la vista que tenía para saber si al caldo se faltaba hervir, sal o mas verduras.

Los pocos regalos que Eileen era capaz de darle a Severus, eran libros, pues su hijo había aprendido a leer increíblemente rápido, de manera que disfrutaba de leer mientras ella cepillaba su cabello. Mientras que Severus siempre le traía flores a su madre, flores de colores y con un aroma fuerte y agradable, en ramo y sin espinas.

****************

Él pequeño Severus no tenía ni idea de qué estaba pasando, llevaba ya 5 días en el castillo lo único que sabía es que estaba con 4 chicos, ninguna mujer a la vista, ellos no lo golpeaban, o almenos no lo habían hecho hasta ahora. El de ojos miel era el más amable, pues le hablaba con delicadeza, cómo las señoras del mercado lo hacían. El más enano era asustadiso, no se le acercaba y apenas le hablaba, nunca esperando una respuesta antes de irse, no le interesaba. El de gafas no le agradaba, no tenía un patrón de comportamiento al que aferraese para manténerlo complacido, le hablaba casi gritando, lo tocaba con brusquedad y siempre estaba empujando a otros, era cómo un Tobias pero sobrio y orgulloso de todo lo que hacía, sólo le daba más repulsión. La mujer cabello negro y ojos marrones le gustaba, su toque era tan gentil y maternal con él, le decía "Bell". La rubia de ojos azules era muy gentil y linda, le daba fresas y le prestaba su varita. La de cabello café también le agradaba, era maternal pero no le terminaba de convencer, pues se veía incomoda cuándo él estaba y eso sólo lo ponía nervioso. El chico de cabello blanco y piel pálida le agradaba, no lo suficiente para acercarse pero sí para no asustarse cuando se le acercaba, pues siempre le ofrecía un libro nuevo, sonreía y se iba. El tipo hiperactivo que se la pasaba riendo y saltando por todos lados le divertía, pues era relajado y tampoco parecía gustarle ser tocado si el no iniciaba el contacto. También estaba el de cabello negro y ojos grises, tal vez de él era de quien toleraba más contacto, sólo era...agradable estar con el.

El último era el de cabello negro con rulos y ojos grises. Ese le despertaba curiosidad, no lo había visto antes, pero por alguna razón lo sentía conocido, de mala y de buena manera al mismo tiempo, no quería que lo tocará pero su compañía no era desagradable o irrelevante. No lo entendía pero era extraña el bienestar que era que el chico se sentará a su lado sin traspasar sus límites.

Una pequeña broma Donde viven las historias. Descúbrelo ahora