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Media comisaría había presenciado nuestra pelea.

Como le di de madrazos a mi mejor amigo y como de pronto empezamos a reír como los locos que somos en medio del estacionamiento.

Vieron también cuando Gustabo se paró errante, ofreció su mano casi igual de lastimada que la mía y como casi lloro al ver mis ropas de marca sucia y con sangre.
Ambos cojeando caminamos a la comisaría, con algunos curiosos aún viendo a este par de locos.
En cuanto entramos, Conway nos recibió con una sarta de insultos. Pero terminó pidiendo que traigan algodón y alcohol.

Gustabo no se dejó curar, dijo que esas manos de hombre viejo podrían tocar su "bien formado cuerpo" con segundas intenciones, y que él no lo iba a permitir. Así que tomó un taxi y vimos como se dirigía para el hospital.

Yo en cambio me dejé... pero por Volkov.

Tal como esas hermosas casualidades convenientes que suceden en las novelas que pasan a las siete de la tarde, Conway tuvo que irse a un código 3: pero sin querer que otra persona me cuide más que el comisario Volkov, quien apenas estaba entrando de servicio.

Y claro eso no lo iba a dejar pasar... soy tonto pero no estúpido.

Por eso me sentía en el cielo apreciando cuán cerca estaba de mí el comisario bombón, quien suavemente apoyaba el algodón en mi pómulo hecho mierda.

Cambió de algodón y volvió a hacer lo mismo.

—Y... ¿Cómo has estado?—pregunté con la esperanza de cortar esta tensión;

—He tenido días mejores—susurró, sumamente concentrado en lo que hacía—. Pero, cuénteme, ¿Qué ha pasado para que se líen así?

Resoplé, haciendo una mueca por haberme movido. Mierda que me dolía la cara y los nudillos.

—Nada de otro mundo. Pelea de hermanos.

—Ah—que incómodo.

Entre el silencio, mis muecas y que a veces hacia un ruidito por el ardor (como cuando se fríen papas fritas), decidí concentrarme en el adonis que tenía frente mía.

Sus labios levemente rojizos, sus ojos celestes concentrados. Ligeramente tenso en la altura de los hombros y la posición. Estaba entre mis piernas, alejando la cadera hacia atrás cada cuando se daba cuenta de que se acercaba más a mí.

Por más que con todas mis fuerzas intentaba mirar sus pestañas, su piel con uno o dos granos, su nariz casi perfecta, mi vista siempre caía a sus finos labios.

Relamí los míos, tenía que mirar a otro lado. Pero se me era imposible, mucho menos era yo capaz de decirle que no se preocupe, que yo podía curar mis heridas.

Pero como dije, soy tonto pero no estúpido.

—¿Puede usted dejar de mirarme como lo está haciendo?

—¿Así como?

—Tan... lascivamente.

Me lamenté, sin sentirlo de verdad. Quería besarlo por muy serio que se veía, por muy enojado que se podía apreciar.
Pude distinguir un colorcito en sus mejillas. Aquí hay mambo.

De pronto, él levantó la mirada, encontrándose con la mía.

Nos fuimos acercando poco a poco, creo que inconscientemente. Hasta quedar casi nada de distancia entre ambos.

Unimos nuestras bocas en un beso lento, tal como la otra vez, sin desear llegar a algo más.

Él teniendo sus labios tensos intentó seguir el rumbo a pesar de ser lento, yo solo intentando que se sienta lo suficientemente cómodo para no incomodar este momento.
Poco a poco fue relajándose, hundiéndonos así, en un lento y pecaminoso deseo.

Al fin y al cabo <Volkacio> [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora