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Horacio Pérez

Según Doctor Muerte me había desmayado, y por un momento no le creí. ¿Estaba en el cielo? Eso le pregunté, y gané solo una sonrisa de su parte, para después ayudarme a levantar.

Encontrarme con Volkov no fue sorpresa, ya me habían informado de su presencia.

Al salir él se levantó rápidamente, y puso mi brazo sobre su hombro, su brazo rodeando mi cuerpo. Caminamos hacia su auto, "Volkovmovil".

Podía andar solo pero se negó, y me acomodó en el acompañante para después ponerme el cinturón de seguridad;
Pasó trotando por enfrente de su auto, y subió, comenzando a conducir.

Me limitaba a mirar por la ventana, singular era la ciudad de Los Santos. En alguno que otro momento lograba mirarlo de reojo, parecía estar tranquilo, encerrado.

—Mi...—cerré la boca, había comprado ese departamento para vivir cerca de él, inútil era preguntar dónde íbamos.

—¿Mi...?—tomé aire por lo ronca que había salido su voz, no sabía que decir.

Entrelacé mis dedos, mis manos sudaban. No sabía que carajo decir.

—Emh... Nada—sonreí—. Gracias por llevarme, esperarme y... ¿Por llevarme a casa?

Me fijé en sus manos: sus nudillos estaban blancos.

—Espero no le moleste, pero le llevaré a mi casa.

Menos mal estaba mirando hacia la ventana. Porque había abierto "como platos" los ojos. Seguramente estaba más que sonrojado.

Tal vez en mi inconsciencia, mientras deambulaba en mis pensamientos como gato por la noche, no me había dado cuenta de dos cosas.
Una, que se había hecho de noche.
Dos, que ya habíamos llegado.

Mi mano se posó en la manija del coche, pero la puerta ya estaba siendo abierta por un comisario, mi comisario bombón.

Temeroso salí, preparándome para agradecerle de nuevo, la típica conversación un tanto incómoda e ir a mi humilde departamento que valía más que mi puta vida.
Queriendo olvidar que anteriormente dijo de ir a su casa.

—Muchas gracias por esto, de verdad—sonreí, pasando mi mano por mi cuello—. Y, espero descanse usted bien.

Y tal como en las novelas, su mano blanquecina me detuvo, tomándome por el antebrazo. De ensueño.

—No, no, no hay problemas—balbuceó mirándome a los ojos—. Espero no ser un... ¿Maleducado? Pero quería que venga a casa, ya sabe, a recuperarse de este mal rato.

Me lo pensé.

Yo, más Volkov, más "recuperación".

Una coca cola no me vendría nada mal. Esa es mi recuperación.

—Ehh, si, claro, ¿por qué no?—saqué su mano, quiero hacerme el difícil.

Sonreí al escuchar a mis espaldas como de su boca salía aire contenido, quizás ya estaba cayendo en mis lujuriosas redes.

Abrí la puerta del edificio seguido del comisario, y caminamos hacia el ascensor. Tocó el botón 6, y empezamos a subir.

No era muy incómodo desde mi perspectiva: yo estaba de brazos cruzados, mi pie derecho sobre el izquierdo y mirando el piso.
Él estaba apoyado sobre el espejo, con una pose tan bella como él.
Detrás de él había un barandal de madera pintado con barniz, dejando sus codos sobre éste; su cadera ligeramente inclinada hacia el frente.
Un dios griego.

No podía decir que el silencio se cortaba con el filo de un cuchillo, era más bien cómodo. Los minutos pasaban y yo no hacía más que mirar el suelo, no sabía si mirarlo sin parecer un acosador o simplemente esperar impaciente a que las puertas del ascensor se abran de una maldita y vez, dejándonos así, ir por fin al departamento de Volkov.

Decidí la segunda.

Unos segundos de haber pensado lo anterior, un sonido hizo darme cuenta en medio de mi ensoñación que las puertas del ascensor color beige estaban abiertas, y Volkov esperándome.

¿Tonto? Lo siguiente.

Caminamos por los pisos de cerámica color crema, llegamos a la puerta igual de azul que la camisa del comisario.
Introdujo la llave y me dió paso a entrar a su morada.

Olía a flores silvestres, limpio.
Los sillones estaban perfectamente ubicados y ordenados, la mesa ratona con un cuenco de frutas que seguramente estaban hechas con plástico.

Entre toda esa perfección, tuve que hacer lo que acostumbro hacer a cada lugar que voy.

—¿Es en serio?

Lo miré sonriendo—Sí, es en serio.

Vi como negó con la cabeza, y me invitó a sentarme en el sillón rojo, preguntándome si querría tomar café o algo más extravagante.

Eso extravagante se llama alcohol.

—¿Quizás un whisky?—no quería que después de una larga jornada tenga que gastar más energías en un puto café.

Asintió, caminando hacia un estante de madera oscura. A pesar de haber pocos tonos alegres, era muy acogedor y me daba tranquilidad. Sacó de allí dos botellas: una de un líquido color amarillento, deduciendo que era el whisky, y otra botella con un líquido transparente.

Mierda, que le gusta lo fuerte.

Tomó dos vasos de cristal, y trajo todo hasta la mesa ratona.

Sirvió para ambos, chocamos nuestros vasos en forma de brindis.

—Porque te has puesto bien—susurró como si fuese un secreto, y bebió.

—Porque me he puesto bien—dije al igual que él y tomé un trago. Con disimulo intenté ocultar mi cara, joder. No me gustaba para nada.

En cambio él, de un sorbo, todo el vodka pa dentro.

Aww, me enamoré de un alcohólico.

Éste me miró, había un brillo en sus ojos, distinto a cualquier otro que haya visto.

—Y... ¿Por qué quiso que venga a su casa?—animado, pregunté.

Volkov estaba recostado sobre el respaldo del sillón, con las piernas abiertas, pasando su dedo índice derecho por sobre la boca del vaso.
Se veía como un niño pequeño. Solo que pensador.

—Quizás... Solo necesitaba compañía. O no quería estar solo—aquello salió con un hilo de voz, pero fuerte como es él.

Debo admitir que mi corazón se sintió destrozado. Se veía solo, como si sus escudos hubiesen caído por unos fuertes balazos.

—¿Quiere... Que lo abrace?—me había inclinado, pude ver en su rostro una batalla de emociones.

—No, no quiero caer.

—¿Caer en qué?

—En el amor.

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A propósito. Volkov ya no tiene la cabeza chikita 😔.

 Volkov ya no tiene la cabeza chikita 😔

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Omaigá.

Al fin y al cabo <Volkacio> [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora