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El día transcurría de chill, de pana.

Habíamos despertado, hoy deseosos de tener un día ajetreado de trabajo.

Motivado por ello fui en mi pequeño auto rosita pastel para ir a buscar a Gustabo, quien me llamó hace unos minutos diciéndome que lo vaya a buscar.

Llegué, se subió y puso la radio.

—¡Beibi la vida eh un ciclo!—cantaba enérgico Gustabo, canté junto a él... Bueno, grité junto a él. No se me da cantar.

Llegamos, como ayer, a comisaría, con personas allí esperando por ser atendidas.

Nos pusimos en servicio, siendo seguidos por los que querían poner una denuncia, escuchando por entre la gente una voz femenina decir que quería que conway le comiese todo el morro. Me reí un poco, aunque fue un poco incómodo.

Después de haberles gritado que son unos payasos y que aparten del camino, junto con Gustabo ahora Fred, decidimos ir a por un robo de coche.

Qué puedo decir, quizás estar ocupado con mis obligaciones me hace olvidar el momento de ayer. Cada vez que lo recuerdo, me duele mucho el pecho. Quizás hasta se me llenan los ojos de lágrimas.

Yendo en el Z, empezamos a buscar el que hizo sonar la alarma por su robo, y al encontrarlo lo paramos.
Fred lo cacheó mientras bromeaban.
Yo verificaba si era de su propiedad, y claramente no lo era.

—Tiene derecho a guardar silencio y no prestar declaraciones si no desea hacerlo, tiene derecho a ser informado de los derechos que se le atribuyen—Fred leía su celular, no esperaba menos si no sabe que es un 10-10—... Tiene derecho a ser tratado por médico, tiene derecho a comida y bebida si fuese necesario en ambos casos—decía muy rápido—. Tiene derecho a un abogado siempre y cuando no se encuentre en flagrante delito y tiene derecho a una llamada de no más de un minuto y en presencia de un funcionario, ¿A entendido sus derechos? ¿No? Se jode—y a continuación y como costumbre, puso la radio.

Ahora en la parte de atrás de la comisaría, estacioné la patrulla mientras Fred llevaba dentro a señor "Bolaslocas" para meterlo en la PDA y estar seis meses en la cárcel.

—Otro éxito, mi querido amigo—dijo apoyando su antebrazo en mi hombro, mientras miraba al ahora encarcelado hombre.

Salimos de allí. Hoy quería mambo pero del bueno.

Un código 3, eso quiero.

¿Pero qué cosas de la vida, no?

Íbamos pitando para encontrarnos con Emilio. Sin máscara, sin vestir como los infiltrados que somos.

—Pero mira si el guarro no hace carne en esa parrilla—pizca de enojo en su voz.

Bajamos, y un Emilio cruzado de brazos nos esperaba apoyado contra esa pared no muy cuidada.

—Hey wey, ya se estaban tardando mucho. Me estaba poniendo nervioso, jotitos.

—Mírese usted, no lo vemos desde que le disparó en las piernas a Horacio—pronunció enojado. Me daba miedo cuando era así, jamás sabía que decir—. Pero bueno, yo no vengo aquí a reclamarle nada.

La cara de Emilio se desfiguró en confusión, disolviéndose la sonrisa egocéntrica adornada en su tostado rostro.

—¿Y para qué vienen entonces?—precavido caminó hacia nosotros, quedando delate de un bote rojo de gasolina.

—Horacio.

Lo miré.

—¿Te acuerdas cómo te disparó en las piernas?

Asentí, y miré a Emilio, viendo en sus ojos genuina confusión.

—¿Recuerdas como... Hizo que no te comas los problemas?

Emilio intervino—¿Pero qué dices? No disparé a matar, si hubiese querido que mueran, no estarían hablando conmigo ahora, estarían junto a mi difunto hermano.

Razón no le faltaba.

—Y eso está muy mal mi querido Horacio—ignoró por completo a Emilio, quien ahora no estaba cruzado de brazos—. ¿Acaso eres como tu madre?

Abrí mis ojos bien grande.

—Gustabo, no. Basta, no toques ese tema.

—¿Acaso tú eres como ella, que se fue, y te dejó?—pronunció, pasándome una porra—¿Acaso tú, mi Horacio, no te comes los problemas?

Cerré los ojos con fuerza, no iba a caer. Mi corazón empezó a golpear fuerte, el aire era cada vez más pesado y mi cerebro junto a mi cuerpo luchaban por evitar ese dolor. Mis manos temblaban, no podía hacer nada para evitarlo.

—No eres como tu mamá, tú te comes los problemas, y Emilio es uno de ellos—subí mis manos a los costados de mi cabeza hechos puños, apretando, intentando no caer—. Y Emilio es un problema. Horacio, ¡¿Qué haces con los problemas, Horacio?!

Lo miré—¡¿Los problemas?! ¡Me los como!—y esta vez no sonaba gracioso. No me sentía bien.

El primer porrazo atentó contra su cabeza, haciéndolo caer.

El segundo fue a las costillas, oí algo crujir.

—¡Bien Horacio! ¡Sigue, los problemas no son más que obstáculos para no llegar a tu objetivo!—gritó—¡Y tu madre te vio como uno de ellos!

Dolía. Dolía mucho. Porrazos iban y venían el odio y el dolor eran muy intensos. Apenas podía ver, mis ojos estaban nublados por lágrimas, sin privarme de arrojar unas rebeldes que cayeron a la tierra.

—¡Pero tú no eres tu madre! ¡Tú no evades los problemas!—insistiendo, vi como de soslayo tenía los puños apretados, con una sonrisa en el rostro—¡Descárgate! ¡Ese niño enfermo no merece que lo quieras, se burló de tí, nunca te quiso!

Seguí. El pecho se me apretó del dolor, y no escuchaba a Emilio quejarse. Pasados segundos o minutos que fueron para mí eternos, caí sentado, con la porra ensangrentada y mi mano cubierta de la sangre de Emilio.

Mi pecho subía y bajaba, en busca de aire puro que llene mis adoloridos pulmones.

—Muy bien Horacio—se acercó lentamente Gustabo, palmeando mi hombro—. Es lo que tenías que hacer.

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Gracias por leer, gracias mi niña por haber hecho que me vengan a leer :3.

Tengo que aclarar que no son las líneas exactas de aquel capítulo, y bueno, eso ajjss.

Y, ¿Qué les pareció? No me sale mucho esto de escribir un momento "tenso"

Al fin y al cabo <Volkacio> [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora