Los tres Garrideb

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Podría considerarse como una comedia, y también como una tragedia. Le costó a un hombre la cordura, a mí, una herida de bala, y a un tercero, los rigores de la ley. Pero a pesar de todo, no cabe duda de que contenía un elemento de comedia. En fin, ustedes juzgarán por sí mismos.

Recuerdo muy bien la fecha, porque fue el mismo mes en que Holmes rechazó un título de caballero, en pago por ciertos servicios que tal vez puedan referirse algún día. Solo lo menciono de pasada, ya que en mi condición de socio y confidente me veo obligado a poner especial cuidado en evitar cualquier indiscreción. Repito, sin embargo, que ello me permite precisar la fecha, que fue a finales de junio de 1902, poco después de concluir la guerra en Sudáfrica. Holmes se había pasado varios días en la cama, como tenía por costumbre hacer de vez en cuando, pero aquella mañana compareció con un largo documento en la mano y un brillo divertido en sus austeros ojos grises.

—Aquí tiene la oportunidad de hacer algún dinero, amigo Watson —dijo—. ¿Ha oído alguna vez el apellido Garrideb? Confesé que no.

—Pues si consigue echarle el guante a un Garrideb, ganará dinero.

—¿Por qué?

—Es una larga historia, y también bastante fantástica. No creo que en todas nuestras exploraciones de las complejidades humanas nos hayamos topado jamás con algo tan curioso. Pero como el interesado se presentará aquí de un momento a otro para someterse a un interrogatorio, no quiero revelar nada hasta que llegue. Mientras tanto, lo que nos interesa es el nombre.

La guía de teléfonos estaba a mi lado, sobre la mesa, y me puse a hojearla sin demasiadas esperanzas. Sin embargo, y con gran sorpresa por mi parte, el extraño apellido figuraba en su lugar correspondiente. Lancé una exclamación de triunfo.

—¡Aquí lo tiene, Holmes! ¡Aquí está!

Holmes me quitó la guía de las manos.

—«Garrideb, N. —leyó—. 136 Little Ryder Street, W.». Lamento desilusionarle, querido Watson, pero este no es nuestro hombre. Su carta viene de esta dirección. Nos hace falta otro que se llame igual.

La señora Hudson había entrado con una tarjeta sobre una bandeja. La recogí y eché un vistazo.

—¡Pues aquí lo tiene! —exclamé asombrado—. La inicial es diferente: «John Garrideb, asesor legal, Moorville, Kansas, Estados Unidos».

Holmes sonrió al examinar la tarjeta.

—Me temo que tendrá que intentarlo otra vez, Watson —dijo—. También este caballero está ya metido en el ajo, aunque lo cierto es que no esperaba verlo esta mañana. No obstante, podrá explicarnos muchas cosas que quiero saber.

Un momento después, lo teníamos en la habitación. El señor John Garrideb, asesor legal, era un hombre bajo y corpulento, con el rostro redondo, sano y bien afeitado, típico de tantos hombres de negocios norteamericanos. El efecto general era rechoncho y bastante infantil, y daba la impresión de ser un hombre muy joven con una amplia sonrisa cruzándole la cara. Sin embargo, sus ojos llamaban la atención. Pocas veces he visto en una cabeza humana unos ojos que revelaran una vida interior tan intensa; así eran de brillantes, inquisitivos y ágiles para responder a cualquier cambio mental. Hablaba con acento americano, pero sin ninguna excentricidad de lenguaje.

—¿El señor Holmes? —preguntó, pasando la mirada de uno a otro—. ¡Ah, sí! No es usted muy diferente de sus fotografías, si me permite decirlo. Tengo entendido que ha recibido usted una carta de mi tocayo, el señor Nathan Garrideb, ¿no es así?

—Siéntese, por favor —dijo Sherlock Holmes—. Creo que tenemos mucho que hablar —echó mano a sus papeles—. Usted, naturalmente, es el señor John Garrideb al que se menciona en este documento. Pero usted ya lleva algún tiempo en Inglaterra, ¿verdad?

El archivo de Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora