Shoscombe Old Place

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Sherlock Holmes llevaba mucho tiempo inclinado sobre un microscopio de poca potencia. Por fin se enderezó y se volvió a mirarme con expresión triunfal.

—Es cola, Watson —dijo—. Cola, sin duda alguna. Eche una mirada a todas estas cosas desparramadas por el campo visual.

Me incliné hacia el ocular y enfoqué el aparato para ajustado a mi vista.

—Esos pelos son fibras de una chaqueta de mezclilla. Las masas irregulares grises son polvo. A la izquierda hay unas escamas epiteliales. Y esos grumos pardos del centro son cola, sin lugar a dudas.

—Muy bien —dije echándome a reír—. Estoy dispuesto a aceptar su palabra. ¿Depende algo de eso?

—Es una prueba excelente —respondió él—. Como recordará, en el caso de Saint Paneras se encontró una gorra junto al policía muerto. El acusado niega que sea suya. Pero se dedica a hacer marcos para cuadros y utiliza cola con frecuencia.

—¿Lleva usted este caso?

—No, mi amigo Merivale, de Scotland Yard, me pidió que le echara un vistazo. Desde que desenmascaré a aquel falsificador de monedas gracias a las limaduras de cobre y cinc que encontré en las costuras de su chaqueta, han empezado a darse cuenta de la importancia del miscroscopio —consultó su reloj con un gesto de impaciencia—. Estoy esperando a un nuevo cliente, pero se retrasa. Por cierto, Watson, ¿sabe usted algo de carreras de caballos?

—Debería saber. Me cuestan la mitad de mi pensión de herido de guerra.

—Entonces, usted va a ser mi Manual del Hipódromo. ¿Qué sabe de Sir Robert Norberton? ¿Le suena de algo ese nombre?

—Ya lo creo. Vive en Shoscombe Old Place, un sitio que conozco muy bien porque en cierta época establecí allí mis cuarteles de verano. En una ocasión, Norberton estuvo a punto de entrar en su jurisdicción, Holmes.

—¿Cómo fue eso?

—Cuando dio de latigazos a Sam Brewer, el conocido prestamista de Curzon Street, en Newmarket Heath. Casi lo mata.

—¡Vaya, parece un tipo interesante! ¿Hace esas cosas a menudo?

—Bueno, tiene fama de hombre peligroso. Tal vez sea el jinete más temerario de Inglaterra...; quedó segundo en el Grand Nacional hace unos años. Es uno de esos hombres que han nacido fuera de su época: en tiempos de la Regencia habría sido todo un gallito. Es boxeador, atleta, jugador sin freno, amante de bellas mujeres y, según dicen por ahí, está tan entrampado que puede que nunca consiga salir de apuros.

—¡Fantástico, Watson! Qué descripción. Me parece conocer ya a ese hombre. Y ahora, ¿qué me dice de Shoscombe Old Place?

—Solo que está en el centro del parque de Shoscombe, y que allí se encuentran las cuadras de los famosos caballos de Shoscombe y sus campos de entrenamiento.

—Y el jefe de los entrenadores —dijo Holmes— se llama John Masón. No ponga esa cara de sorpresa, Watson. Lo sé porque esta carta que estoy desdoblando es suya. Pero aún no hemos acabado con Shoscombe. Parece que he dado con un buen filón.

—También están los perros spaniel de Shoscombe —dije—. Se habla de ellos en todas las exposiciones caninas. La estirpe más exclusiva de Inglaterra. Son el mayor orgullo de la señora de Shoscombe Old Place.

—La esposa de Sir Robert Norberton, supongo.

—No, no está casado. Y yo diría que es mejor así, considerando sus perspectivas. Vive con su hermana viuda, lady Beatrice Falder.

—Querrá usted decir que ella vive con él.

—No, no. El sitio pertenecía a su difunto marido, Sir James. Norberton no tiene ningún derecho sobre la propiedad. La viuda la tiene en usufructo de por vida, y a su muerte pasará a manos del hermano de su marido. Mientras tanto, ella percibe las rentas todos los años.

El archivo de Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora