El cliente ilustre

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«Ahora ya no puede causar ningún daño», fue la respuesta de Sherlock Holmes cuando, por décima vez en otros tantos años, le pedí permiso para sacar a la luz el relato que sigue. Y así conseguí, por fin, su autorización para dar a conocer el que, en cierto sentido, constituyó el momento culminante de la carrera de mi amigo.

Tanto Holmes como yo sentíamos debilidad por los baños turcos. Fumando un cigarro en la placentera relajación de la sala de secado, me parecía menos reticente y más humano que en ningún otro lugar. En el piso alto de los baños de Northumberland Avenue hay un rincón apartado, con dos literas una al lado de otra, y en ellas estábamos tumbados el 3 de septiembre de 1902, el día en que da comienzo mi relato. Yo le había preguntado si tenía algún asunto entre manos, y él, a manera de respuesta, sacó su largo, delgado y nervioso brazo de entre las sábanas que lo envolvían y extrajo un sobre del bolsillo interior de la chaqueta que tenía colgada a su lado.

—Lo mismo puede tratarse de un idiota engreído que se da demasiada importancia que de un asunto de vida o muerte —dijo pasándome la carta—. No sé más que lo que me dice el mensaje.

Procedía del Carlton Club y estaba fechada la noche anterior. Decía lo siguiente:

Sir James Damery presenta sus respetos al señor Sherlock Holmes y pasará a visitarlo mañana a las 4,30. Sir James me ruega que diga que el asunto acerca del cual desea consultar al señor Holmes es muy delicado y también muy importante. Así pues, confía en que el señor Holmes hará todo lo posible por llevar a efecto la entrevista, y en que la confirmará llamando por teléfono al Carlton Club.

—Ni que decir tiene que la he confirmado, Watson —dijo Holmes mientras yo le devolvía el papel—. ¿Sabe usted algo de este Damery? —Solamente que su nombre es muy conocido en la alta sociedad.

—Pues yo puedo decirle algo más. Tiene fama de especializarse en arreglar asuntos delicados que deben mantenerse a espaldas de la prensa. Tal vez recuerde usted sus negociaciones con Sir George Lewis en el caso del testamento de Hammerford. Es un hombre de mundo con un talento natural para la diplomacia. Así pues, debo suponer que no se trata de una falsa alarma y que tiene verdadera necesidad de nuestra ayuda.

—¿Nuestra?

—Bueno, si fuera usted tan amable, Watson.

—Será un honor.

—En tal caso, ya sabe la hora: las cuatro y media. Hasta entonces, podemos dejar de pensar en el asunto.

Por entonces, yo vivía en un apartamento propio en Queen Anne Street, pero me presenté en Baker Street antes de la hora convenida. A las cuatro y media en punto, nos fue anunciado el coronel Sir James Damery. No creo que sea necesario describirlo, ya que muchos de ustedes recordarán a aquel personaje voluminoso, exuberante y honesto, aquel rostro ancho y bien afeitado y, sobre todo, aquella voz cálida y agradable. En sus ojos grises de irlandés brillaba la franqueza, y su buen humor se reflejaba en sus labios inquietos y sonrientes. Su lustroso sombrero de copa, su levita negra y, en general, todos los detalles, desde el alfiler de perla que sujetaba su corbata negra de raso hasta las polainas de color lavanda que cubrían sus zapatos de charol, pregonaban el meticuloso cuidado en el vestir que le había hecho famoso. El corpulento y arrollador aristócrata dominaba la pequeña habitación.

—Naturalmente, ya esperaba encontrar aquí al doctor Watson —comentó con una cortés reverencia—. Es muy posible que su ayuda resulte necesaria, ya que en esta ocasión, señor Holmes, tendremos que vérnoslas con un individuo familiarizado con la violencia y que, literalmente, no se detendrá ante nada ni ante nadie. Estoy por decir que se trata del hombre más peligroso de Europa.

—Ya he tenido varios adversarios a los que se ha aplicado ese halagador título —dijo Holmes con una sonrisa—. ¿Fuma usted? Entonces, tendrá que perdonarme que encienda mi pipa. Si ese hombre suyo es más peligroso que el difunto profesor Moriarty, o que el aún vivo coronel Sebastian Moran, creo que valdrá la pena conocerlo. ¿Puedo preguntar su nombre?

El archivo de Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora