Capítulo 19: 17 años después.

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Han pasado 17 años, y sin embargo, los recuerdos permanecían aún ahí, un tanto borrosos, algunos buenos, algunos malos, pero los momentos más difíciles se convirtieron en hazañas, derrotas y triunfos, pero siempre de pie y con la cabeza bien en alto.

El señor Dolores Wilde Redmayne, casado con una brillante bailarina de ballet clásico, llamada Ellizabeth Lorente Speitzer. Vivían en una casa muy bella y cálida, ubicada a las orillas de un río, junto a sus tres hijos: Brish, de 4 años, Nando de 8, y Elena de 11.

Todo era maravilloso, tenía un trabajo muy bien pagado, una familia hermosa, y una casa muy bonita. Pero en esta ocasión, la tranquilidad de sus corazones estaba por terminar, ya que los errores cometidos en el pasado estaban por consumarse.

Dolor, ese adolescente que se perdió poco a poco por las oscuras sombras de un sentimiento negativo y que su único error fue amar tanto, aferrarse tanto a la vida y luchar hasta el final, pareciera que nigún Dios podría castigarlo, pero yo sí, le traería una de las peores enfermedades y poco habituales: un tumor en el corazón.

-Autora, ¿por qué ha decidido que su personaje principal haya contraído una enefermedad tan terrible?

-Simple, porque el dolor nunca dejará de existir, por más que duela, así es la vida, cruel y despiadada, pero tranquilos, no se asusten, que al final de un tunel oscuro, siempre habrá una luz que lo cambie todo, o quizás simplemente el destino de alguien.

-¿No cree que usted está siendo un tanto dramática?

-Silencio, por favor. Déjeme continuar...
Sabemos que la vida no es ningún cuento de hadas, por eso quise darle un toque de crueldad.
Dolor logra sus metas: una gran profesión, una familia por los cuales dio todo, hasta que...

-¿Hasta qué?

-Hasta que falleció.

[...]

Era un día común, con una tarde soleada. La primavera había llegado y las florecillas del jardín empezaban a abrir sus suaves pétalos amarillentos y rosados. Me mecía en la hamaca, tomaba el sol mientras me bebía la limonada, que Elli me preparó.

Era de los pocos momentos de tranquilidad que podía tener, después de mis onerosos días de trabajo. Mis párpados empezaban a sentirse muy pesados y casi sin darme cuenta los fuí cerrando poco a poco.

-¡Amor, la cena está lista!

Esa dulce voz me despertó y siempre lo hacía desde hace 9 años de matrimonio.

Todos nos sentamos en familia como de costumbre para comer.

-Papi, ¿hoy jugarás conmigo al balón? -preguntó Nando con cierto entusiasmo en su voz.

-Mmmmm -murmuré pensativo, tratando de encontrar una respuesta convincente, tanto como para mi hijo, tanto como para mí-. ¿Qué te parece si mejor te llevo el domingo, a jugar golf?

- ¡Síííí! -respondió Nando emocionado.

Elli me miró fijamente, con esa mirada que siempre trataba de advertirme que si no lo cumplía, no sólo decepcionaría a mi hijo.

-Por favor, todos aquí sabemos que es mentira -dijo Elena con un tono molesto en su voz.

- ¡No te dirijas de esa manera! -exclamé.

- Es la verdad, papá, a mí siempre me decías lo mismo, nunca cumples lo que prometes -Elena pronunció estas últimas palabras con la voz quebrada.

- ¡Sabes que eso no es cierto! -dije demaciado molesto, aunque en el fondo sabía que era cierto.

- ¡Basta ya!, paren de discutir, tan sólo es una niña, ¡por Dios! -dijo Elli preocupada.

Ahora no sólo me sentía presionado por mi trabajo, sino también por mi familia.

Me levanté de la silla, dejé mi plato a medias, decidido a retirarme, cuando Brish me tomó de la mano.

-Te quiero, papá. - pronunció con una dulce voz.

-Yo también te quiero -le dije y besé su pequeña frente.

-Acaba tu comida, si no, no vas a crecer. - me dijo con un tono autoritario.

Le sonreí, y sólo por ella regresé a mi asiento y me terminé la comida, pero esta vez el ambiente fue más tenso.

[...]

-Doctor, una de sus pacientes lo espera en el consultorio -dijo una de las enfermeras.

-Enseguida voy.

[...]

-Buenas tardes Marié, ¿cómo se ha sentido últimamente?

Un silencio total invadió el consultorio.

- Usted no es Marié -confirmé en voz alta cuando le ví el rostro que apenas se dejaba ver, con el velo oscuro que llevaba puesto sobre la cabeza. Su mirada penetrante me causó un escalofrío.

-Qué cruel es la vida, ¿no, Dolor?

Su voz resonaba en mis oídos y corrompían sus fuertes palabras dentro de mí.

-Disculpe, ¿quién es usted y cuál es el motivo de su consulta? -mi voz temblaba, era una sensación muy extraña y que en su momento me hubiera gustado controlar y verme menos patético.

- Es una lástima que las personas inocentes tengan que morir, y tú mejor que nadie lo sabe.

Sus palabras eran amargas y profundas, que de alguna manera tocaban la parte más sensible dentro de mí.

- ¿Qué es lo que usted está diciendo?, expliquese o largese de mi consultorio -exclamé, aún cuando mis palabras se rompían y una sensación de miedo e inseguridad me dominaban.

- Sabes muy bien a lo que me refiero - una risita burlona fue emitida por aquellos labios rojos y delgados.

Todo vino a mí, todos esos recuerdos que permanecían en mi cabeza, las muertes de esas personas que murieron por mi culpa, incluso de esos pacientes que fallecieron, y sí, yo he sido el culpable, y quizás era hora de pagar por eso, pues hace tres años no cumplí mi promesa, no le dí al demonio lo que quería: una vida más.

La conciencia me pesaba, sabía que no podía darle la vida de los seres que amo, y creí que darle la vida de mis pacientes más enfermos me pesaría menos, pero no. Sentía un cuchillo en mi pecho cada vez que tenía que darle el pésame a cada uno de los familiares de los pacientes que yo mataba. Y no pude hacerlo una vez más.

- ¿Eres un demonio?, ¿vienes por mí? -pregunté nervioso, mientras las manos me sudaban.

- ¡Ja, ja, ja!, tranquilo, sólo soy la muerte.

- Él te mandó por mí, ¿cierto?

- A mí nadie me da ordenes, cuando yo vengo, ni el mismo Dios, ni el mismo Lucifer pueden impedirlo.

- Si es así, ¿por qué cuando me suicidé, el demonio impidió mi muerte? - pregunté tratando de aparentar seguridad, aunque por dentro, el miedo me consumía.

- ¿Por qué más será?, esa cosa no sabe jugar límpio, juega sucio para obtener todo lo que desea, pero te aseguro que me encargaré de darte una muerte dolorosa y lenta - dijo con cierta oscuridad en la mirada.

- ¡Fuera de aquí!, ¡no lo permitiré! -sabía que si una vez el diablo pudo impedirlo, lo podría volver a hacer. Le aventé todo lo que tenía a mi paso con toda mi furia, pero nada lograba dañarla y sus carcajadas cada vez se hacían más insoportables.

- Descuida, que me iré, pero vete acostumbrando, porque seremos compañeros para toda la muerte, ¡ja, ja, ja, ja!

En ese instante, puso su esquelética mano sobre mi pecho, y sentí una fuerte punsada, era tanto el dolor que me costaba moverme y empezé a sudar, difícilme tomé unas pastillas para reducir el dolor y bebí agua, cuando logré tranquilizarme, la mujer había desaparecido.

Minutos después, una enfermera entró al consultorio.

- Doctor, disculpe que entre sin avisar, creí haber escuchado ruidos extraños.

- No es nada, Alice. Debió ser mi celular -dije tratando de aparentar que lo estaba usando.

DOLORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora