La tragedia de Birlstone
Y ahora, por un momento, me van a permitir que deje a un lado mi insignificante persona y describa los hechos que ocurrieron antes de nuestra llegada al escenario del crimen, a la luz de los conocimientos que adquirimos después. Solo de este modo puedo conseguir que el lector se forme una imagen de las personas implicadas y del extraño marco en el que se decidió su destino.
El pueblo de Birlstone es un pequeño y antiquísimo conglomerado de casas rurales de paredes entramadas, situado en la frontera norte del condado de Sussex. Durante siglos, se había mantenido inalterado, pero, en los últimos años, su aspecto pintoresco y su situación han atraído a un buen número de residentes acaudalados, cuyas mansiones asoman entre los bosques de los alrededores. En la región se supone que estos bosques constituyen el borde extremo del gran bosque de Weald, que se va aclarando poco a poco hasta llegar a las tierras bajas calizas del Norte. Para atender a las necesidades de la creciente población, se han abierto numerosas tiendas pequeñas, por lo que parecen existir posibilidades de que Birlstone deje pronto de ser una vieja aldea para convertirse en un pueblo moderno. Es el centro principal de una extensa zona rural, ya que Turnbridge Wells, que es la población importante más próxima, se encuentra a diez o doce millas al Este, pasados los límites del condado de Kent.
Aproximadamente a media milla del pueblo, en medio de un viejo parque famoso por sus enormes hayas, se alza la antigua casa solariega de Birlstone. Parte de este venerable edificio se remonta a los tiempos de la primera cruzada, cuando Hugo de Capus construyó una fortaleza en el centro de las tierras que le había concedido el rey Rojo. Esta construcción fue destruida por un incendio en 1543, y algunas de sus piedras angulares, ennegrecidas por el humo, se aprovecharon en la época jacobina para levantar una mansión rural de ladrillo sobre las ruinas del castillo feudal. La casa solariega, con sus múltiples tejadillos y sus ventanas pequeñas, acristaladas con vidrios rómbicos, seguía más o menos como la dejó su constructor a principios del siglo XVII. De los dos fosos que habían protegido a su más belicosa predecesora, el exterior se había dejado secar y cumplía la humilde función de huerto doméstico. El foso interior, de unos doce metros de anchura, seguía existiendo y rodeaba toda la casa, aunque ahora solo tenía unos pocos palmos de profundidad. Lo alimentaba un pequeño arroyo, que seguía su curso pasada la casa, de modo que la capa de agua, aunque turbia, no estaba nunca estancada ni insalubre. Las ventanas de la planta baja estaban a menos de treinta centímetros de la superficie del agua. La única vía de acceso a la casa era un puente levadizo, cuyas cadenas y tornos se habían oxidado y roto hacía muchísimo tiempo. Sin embargo, los últimos habitantes de la mansión lo habían reparado con un afán muy significativo, y ahora el puente levadizo no solo se podía levantar, sino que, efectivamente, se levantaba todas las tardes y se volvía a bajar por la mañana. De este modo, recuperando la costumbre de los viejos tiempos feudales, la mansión se convertía por las noches en una isla, un hecho que influyó de modo muy directo en el misterio que pronto iba a atraer la atención de toda Inglaterra.
La casa había permanecido deshabitada durante bastantes años y ya amenazaba con irse consumiendo hasta convertirse en una pintoresca mina, cuando los Douglas tomaron posesión de ella. La familia la componían únicamente dos personas, John Douglas y su esposa. Douglas era un hombre poco corriente, tanto por su carácter como por su presencia; tendría unos cincuenta años de edad, mandíbulas fuertes, cara arrugada, bigote canoso, ojos grises y particularmente penetrantes, y un cuerpo fibroso y vigoroso, que no había perdido nada de la fuerza y la actividad de la juventud. Era amable y cordial con todo el mundo, pero sus modales eran algo toscos, por lo que daba la impresión de que había conocido la vida en estratos sociales de mucho menor nivel que la alta sociedad provinciana de Sussex. No obstante, aunque sus vecinos más distinguidos lo miraban con cierta curiosidad y reserva, no tardó en adquirir una gran popularidad entre los aldeanos, patrocinando generosamente todos los proyectos locales y asistiendo a los conciertos y demás funciones, donde, con su bien timbrada voz de tenor, se mostraba siempre dispuesto a complacer a la concurrencia con una excelente canción. Parecía poseer dinero en abundancia, y se decía que lo había ganado en los yacimientos de oro de California; y por sus propios comentarios y los de su esposa, estaba claro que había pasado parte de su vida en América. La buena impresión que había causado con su generosidad y su actitud democrática mejoró aún más al adquirir fama de hombre que despreciaba por completo el peligro. A pesar de ser un pésimo jinete, participaba en todas las competiciones, y sufrió las más aparatosas caídas en su empeño de quedar a la altura de los mejores. Cuando se incendió la vicaría, se distinguió también por la temeridad con que entró una y otra vez en el edificio para rescatar objetos de valor, después de que la brigada local de bomberos lo hubiera dejado por imposible. Y así, en menos de cinco años, John Douglas, el de la mansión, se había ganado toda una reputación en Birlstone.
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El valle del terror
Mystery / Thriller"El valle del terror" es una novela protagonizada por Sherlock Holmes y escrita por Sir Arthur Conan Doyle. Esta novela fue publicada por primera vez en el Strand Magazine entre septiembre de 1914 y mayo de 1915. La historia tiene lugar en 1888, co...