Capítulo 7

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 La solución

A la mañana siguiente, después de desayunar, encontramos al inspector MacDonald y a White Masón muy atareados en el pequeño despacho del sargento de policía del pueblo. Sobre la mesa que tenían delante se amontonaban numerosas cartas y telegramas, que ellos seleccionaban y clasificaban cuidadosamente. Tres estaban colocados aparte.

—¿Aún seguimos tras la pista del escurridizo ciclista? —preguntó Holmes, alegremente—. ¿Cuáles son las últimas noticias del rufián?

MacDonald señaló con gesto abatido el montón de correspondencia.

—Por el momento, lo han localizado en Leicester, Nottingham, Southampton, Derby, East Ham, Richmond y otros catorce sitios. En tres de ellos, East Ham, Leicester y Liverpool, la evidencia en su contra era tan clara que lo han detenido. Parece que el país está plagado de fugitivos con impermeables amarillos.

—¡Vaya por Dios! —exclamó Holmes con simpatía—. Mire, señor Mac, y también usted, señor White Masón. Quiero darles un consejo muy en serio. Cuando me metí en este caso con ustedes, recordarán que puse como condición que no les presentaría teorías a medio demostrar, sino que me guardaría mis ideas y trabajaría sobre ellas hasta tener la seguridad de que eran acertadas. Por esta razón, no les voy a decir en este momento todo lo que tengo en la cabeza. Pero, por otra parte, también les dije que jugaría limpio con ustedes, y creo que no jugaría limpio si les dejara, ni por un momento, malgastar energía sin necesidad en una tarea improductiva. Por eso he venido aquí esta mañana a darles un consejo, y mi consejo se resume en tres palabras: abandonen la investigación.

MacDonald y White Masón miraron atónitos a su célebre colega.

—¿Cree que no hay posibilidad de solución? —exclamó el inspector.

—Creo que su investigación no la tiene. Pero no considero imposible llegar a averiguar la verdad.

—Pero ¿y ese ciclista? Eso no es ninguna invención. Tenemos su descripción, su maleta, su bicicleta. Tiene que estar en alguna parte. ¿Por qué no habríamos de dar con él?

—Sí, sí, seguro que estará en alguna parte, y seguro que daremos con él, pero no puedo permitir que malgasten sus energías en East Ham o en Liverpool. Estoy seguro de que podemos encontrar un camino más corto para llegar a la solución.

—Usted se está guardando algo. Eso no es jugar limpio, señor Holmes —el inspector estaba molesto.

—Ya conoce mis métodos de trabajo, Mac. Pero me lo callaré el menor tiempo posible. Solo quiero hacer una comprobación, que resultará muy fácil, y después les saludaré y regresaré a Londres, dejando mis conclusiones a su completa disposición. Les debo demasiado para proceder de otro modo, porque no recuerdo en toda mi carrera un problema tan curioso e interesante como este.

—No entiendo nada, señor Holmes. Anoche hablamos con usted, al regresar de Turnbridge Wells, y en general estaba usted de acuerdo con nuestras conclusiones. ¿Qué ha sucedido desde entonces para que ahora tenga una idea completamente nueva del caso?

—Bueno, ya que lo pregunta, anoche pasé varias horas en la Mansión, como les dije que pensaba hacer.

—¿Y qué ocurrió?

—¡Ah! De momento solo puedo darles una respuesta muy inconcreta. Por cierto, he estado leyendo una breve, pero muy clara e interesante historia del viejo edificio, que se puede adquirir por la módica suma de un penique en la tienda de tabaco del pueblo —al decir esto, Holmes sacó del bolsillo del chaleco un pequeño folleto, ilustrado con un tosco grabado de la antigua casa solariega—. El placer de la investigación, querido señor Mac, aumenta considerablemente cuando uno sintoniza de manera consciente con el ambiente histórico que le rodea. No se ponga tan impaciente, porque le aseguro que incluso una crónica tan escueta como esta hace surgir en la mente algún tipo de imagen del pasado. Permítame que le dé un ejemplo: «La mansión solariega de Birlstone, construida en el quinto año del reinado de Jacobo I, sobre el emplazamiento de un edificio mucho más antiguo, constituye uno de los ejemplos más perfectos y mejor conservados de residencia jacobina con foso...»

El valle del terrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora