Capítulo 3

226 17 1
                                    

Logia 341, Vermissa

Al día siguiente de aquella noche tan llena de acontecimientos emocionantes, McMurdo abandonó la pensión del viejo Jacob Shafter y tomó alojamiento en la de la viuda MacNamara, en las afueras de la población. Poco después, Scanlan, la primera persona que había conocido en el tren, tuvo ocasión de mudarse a Vermissa, y los dos se alojaron juntos. No había ningún otro huésped, y la patrona era una anciana irlandesa muy tranquila, que los dejaba a su aire, con lo que disponían de una libertad de palabra y de acción que convenía mucho a dos hombres que tenían secretos en común. Shafter se había ablandado hasta el punto de permitir que McMurdo fuera a comer a su casa cuando quisiera, de modo que sus relaciones con Ettie no se interrumpieron en modo alguno. Por el contrario, se hicieron más estrechas y más íntimas a medida que transcurrían las semanas. En la alcoba de su nuevo domicilio, McMurdo consideró que podía sacar sin peligro sus moldes para acuñar monedas, y permitió que varios hermanos de la logia, bajo abundantes juramentos de guardar secreto, acudieran a verlos y se llevaran cada uno en el bolsillo varias muestras del dinero falso, tan hábilmente acuñadas que pasarlas no planteaba ninguna dificultad ni ningún riesgo. Que McMurdo se resignara a trabajar, cuando dominaba un arte tan maravilloso, constituía un perpetuo misterio para sus compañeros, aunque a todos los que le preguntaban les explicaba que si vivía sin ningún medio visible, la policía no tardaría en seguirle los pasos.

Y de hecho, ya había un policía siguiéndole, aunque quiso la suerte que este incidente le proporcionara al aventurero más ventajas que perjuicios. Después de la primera presentación, pocas noches dejaba de acudir al salón de McGinty, para estrechar relaciones con «los muchachos», que era el término coloquial con el que se designaban entre ellos los miembros de la peligrosa banda que infestaba el lugar. Sus modales desenvueltos y su lenguaje atrevido le conquistaron las simpatías de todos, y la manera rápida y científica con que dejó fuera de combate a su contrincante en una multitudinaria pelea de taberna le hizo ganarse el respeto de aquel rudo colectivo. Sin embargo, hubo otro incidente que le hizo subir todavía más en su estima.

Una noche, precisamente a la hora más concurrida, se abrió la puerta y entró un hombre con el discreto uniforme azul y la gorra de visera de la Policía del Carbón y el Hierro. Era este un cuerpo especial, creado por los propietarios del ferrocarril y de las minas para complementar los esfuerzos de la policía normal, que se encontraba completamente impotente ante la delincuencia organizada que tenía aterrorizado al distrito. En cuanto entró se hizo el silencio, y se clavaron en él muchas miradas de curiosidad, pero las relaciones entre policías y delincuentes son muy curiosas en los Estados Unidos, y ni el propio McGinty, que se encontraba detrás de la barra, dio muestra alguna de sorpresa cuando el inspector se incorporó a su clientela.

—Un whisky solo, que la noche es fría —dijo el agente de policía—. Creo que no nos habíamos visto todavía, concejal.

—¿Es usted el nuevo capitán? —preguntó McGinty.

—Así es. Confiamos en que usted, concejal, y los demás ciudadanos notables nos ayuden a mantener la ley y el orden en esta ciudad. Soy el capitán Marvin, del Carbón y el Hierro.

—Mejor estaríamos sin ustedes, capitán Marvin —dijo McGinty fríamente—. Ya tenemos nuestra propia policía urbana y no necesitamos artículos importados. Ustedes no son más que instrumentos a sueldo de los capitalistas, contratados para aporrear o tirotear a sus conciudadanos más pobres.

—Bueno, bueno, no vamos a discutir sobre eso —dijo el policía con buen humor—. Creo que todos cumplimos con nuestro deber tal como lo entendemos, pero no todos lo entendemos de la misma manera —se había bebido su copa y se disponía a marcharse cuando su mirada se posó en el rostro de Jack McMurdo, que estaba a su lado mirándole con el ceño fruncido—. ¡Vaya, vaya! —exclamó, mirándolo de arriba a abajo—. Aquí tenemos a un viejo conocido.

El valle del terrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora