Brent Jones
Vivir con un trastorno mental no es fácil en ningún sentido.
Muchas veces, la mayoría del tiempo, es imposible controlar el impulso, cualquiera que tengas.
En mi caso, no es la excepción, las peleas clandestinas no eran por querer mostrarme malo o en todo caso, temerario, eran una terapia, por más incoherente que eso se viera.Mi terapia eran las peleas, porque según Ricky, mi trastorno me convertía en una bomba de tiempo.
Todos los días batallo con no explotar a los golpes ni del enojo en diferentes situaciones, a cada momento tengo que retener mis ganas de querer causar daño, porque es algo inconsciente, simplemente exploto.
Por eso, es en el ring cuando desquito todo mi enojo, el ring era mi lugar favorito porque solo ahí podía liberarme de todo sin que alguien quisiera detenerme.
Y claro, que Dakar ha sido testigo de todos mis triunfos.
Siempre ha acompañado a todos lados, con el tiempo ya ni siquiera necesitaba amarrarlo o decirle que me siguiera, él ya lo hace por si mismo, jamás tuve necesidad de golpearlo para entrenarlo, Dakar es un perro inteligente, está acostumbrado a que me suba al ring, y ya sabe con quién debe quedarse durante las peleas.
Este perro me ha acompañado más que cualquier otra persona o cosa, ha estado conmigo en los momentos más buenos y malos, me ha salvado de tantas cosas y me ha motivado a más, prácticamente, le debo mi vida.
De cierta manera, Dakar es el único que sabe cómo controlarme cuando mi ira quiere explotar. Dakar fue, es y será siempre, mi mejor amigo.
—¿Tú crees que debamos conseguir un trabajo real?— pregunté acostado en el suelo, con el como almohada.
Apenas amanecía, el sueño que tuve del niño en peligro me había dejado con duda, y debía distraerme, solo era un sueño, producto de que los ojos plateados del chico de ayer me habían impactado.
—Sabes, creo que harías una buena labor de perro guía, no voy a mantenerte para siempre, dime la última vez que pagaste tus croquetas— concluí, recibiendo un gruñido de su boca —¡Son de marca!
Observé el techo unos minutos, pensando qué debería hacer, eventualmente con el pasar de los años, dejaría de pelear en algún momento que se hacía más próximo cada vez, y tenía que tener un trabajo estable para después del retiro.
—¿Crees que pueda rentarte como perro guardián cuando las familias salen de vacaciones?— cuestioné de nuevo, se levantó de repente, gruñendo.
Me levanté rápido por igual, esquivando sus patas que querían rasguñarme.
—Ya entendí, no quieres trabajar— opiné —mantenido, vamos a desayunar algo.
Caminó conmigo enseguida hasta la cocina, ahí, solo tuve que activar un mecanismo que diseñamos, me refiero a ambos, porque él estuvo presente cuanto lo construí, pasandome algunas herramientas que necesitaba en el proceso.
Una máquina pequeña que le servía las croquetas, él solo tenía que colocar su pata en un lado, y las croquetas salían de un depósito, por un tubo, hasta su plato de comida, y cuando quitaba la pata ese mecanismo se detenía.
Fue de mis primeros inventos luego de graduarme, ambos estábamos felices de que funcionara, él recibía croquetas cuando quisiera mientras estuvieran en el depósito, y yo recibía más ego en mi persona por tan grandiosa creación.
En varios lugares del departamento teníamos al menos un invento, que nos facilitaba las cosas aquí.
—¿Se puede saber quién tomó la carne?— pregunté en voz alta, buscando en el refrigerador.
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Último Round [Gay]
Teen FictionLas peleas clandestinas han sido mi trabajo desde hace años, aún podía recordar la primera vez que participé en una, y de ninguna manera fue por querer causar problemas. Pero, quién diría que con el tiempo conocería al rival más difícil de vencer, p...