6. David

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El mensaje de David decía únicamente "Estoy bien" sin ningún tipo de contexto y aunque le insistí que explicara el porqué de inactividad no me recibí una respuesta concreta.

El lunes tocaba ir a la escuela de nuevo y yo ya no me sentía animado del todo. La situación de David no me tenía muy convencido de aquello, quería ir a verle para confirmar por mí mismo lo que sucedía, aunque no sabía cómo hacerlo. Aún tenía los veinte dólares que me había dado la señora Hanna, podía usarlos para pagar mi pasaje, pero aun así no podía simplemente desaparecer por un par de horas.

Pasé toda la mañana pensando en ello donde mi único alivio había sido mi compañero Charlie en la clase de biología, hasta que tocó la clase de historia donde se nos avisó que el maestro no había podido asistir por motivos personales y por ser algo de última hora no habían conseguido a un suplente que nos diera la clase.

Cuando creíamos que tendríamos la hora libre nos dijeron que nos mandarían con otro grupo a tomar la clase de educación física. La verdad es que nadie parecía muy contento por aquello. Al menos podría jugar baloncesto de nuevo.

Aunque al final terminó siendo demasiado aburrido. ¿A quién se le ocurrió meter a más de 60 alumnos en una sola clase? El profesor ni siquiera se molesto en dividir bien los grupos para asegurarse de que todos jugáramos como se debía, en un lugar de eso nos aventó a todos a la cancha al mismo tiempo, o al menos los que querían, ya que muchos otros simplemente se fueron hasta las gradas a esperar que la hora terminara.

Estaba dudoso de si ir a hacerles compañía hasta que finalmente la pelota cayó en mis manos. Me paralicé por unos momentos, pero cuando reaccioné comencé a correr a toda velocidad mientras botaba el balón. Esquivé a varios chicos hasta estar casi en zona de anotación, donde me preparé para tirar el balón hasta que un sujeto se me paró de frente para bloquearme. No alcancé a reaccionar y terminé estrellándome contra él, quedando únicamente yo en el suelo.

–¡Anda! Pero si eres el chico del pasillo

Aún en el suelo volteé la cabeza hacia arriba y ahí fue donde le reconocí. Se trataba del mismo chico con el que me había estrellado en mi primer día en la escuela.

–¿Te ayudo? – me decía mientras me extendía la mano.

Aquel día apenas y le preste atención. El tipo era bien parecido la verdad. Tenía una piel de tono canela, el cabello oscuro corto alborotado, parecía ser un poco más alto que yo, pero lo que más resaltaba era aquel par de ojos verdes como esmeraldas.

–¿Hola? ¿Estás ahí? – dijo al ver que yo no respondía a su gesto

Me paré con su ayuda y seguimos jugando por el resto de la hora.

–No juegas nada mal – dijo aquel tipo mientras se acercaba hasta mi –¿Eres nuevo? Nunca te había visto por aquí

Yo no pude más que asentir ante su pregunta.

–Cool, soy Paolo

–Nicolas – le respondí antes de estrechar su mano

–Deberías hacer la prueba para el equipo

–¿Perdón?

–El equipo de baloncesto

–Oh. No, no creo que pueda – no tenía muchas ganas de explicarle mi situación. Después de todo, en un par de semanas estaría de vuelta en el orfanato.

–Que lastima – dijo aquel chico antes de despedirse y marcharse.

Luego de eso pasé a encontrarme con Amara para el almuerzo. Nos reunimos junto con su amiga Jazmine como todos los días. Jazmine era la capitana del equipo de porristas y ambas chicas pasaron a ser mejores amigas hace ya bastante tiempo. Juntas eran las más populares del colegio, no había nadie que no las conociera. Y aunque Amara era alguien bastante amable y genial, Jazmine se apegaba más al estereotipo de chica popular. Aún con eso me la pasaba bastante bien con ellas.

El resto del día pasó a ser justo como había comenzado.

Para la salida me reuní con Amara para volver a casa. Ezequiel saldría con Diana por lo que no regresó con nosotros.

Mientras esperamos por un taxi pensé en pedirle ayuda a Amara para ir a ver a David al orfanato.

–Oye Amara – dije bastante bajo –¿Puedo pedirte un favor?

–Seguro. ¿Qué necesitas?

–¿Crees que podamos pasar a un lado primero? – su cara paso a ser de duda –Mi amigo David fue enviado a otro orfanato luego del accidente, me gustaría ir a verlo

–¿Dónde queda esté otro orfanato?

–En la zona Sur – le respondí un poco temeroso. Ella se quedó callado y pensativa por unos momentos

–Está bien. Pero no puedes contarle a papá o Ezequiel – me dijo un poco amenazante.

No pensaba que aquello resultaría tan bien. Tanta cortesía comenzaba a ponerme nervioso. ¿Estaba abusando de su hospitalidad?

En cuánto nos pusimos en camino recordé que no conocía la dirección exacta de aquel otro orfanato lo que me hizo ganarme una represalia por parte de Amara. Para nuestra suerte, solo existía una casa hogar en esa parte de la ciudad, por lo que con una búsqueda en Google pudimos dar con la ubicación.

Recuerdo que cada vez que alguien mencionaba la zona Sur me imaginaba un lugar con pandillas y venta de drogas en cada esquina. Ciertamente, no era el sitio más agraciado del mundo, pero estaba bastante lejos de la imagen que yo tenía.

Al llegar, entramos al edificio hasta la recepción. Amara dijo que me esperaría ahí hasta que volviera.

Busqué primero algún responsable con quien pudiera preguntar. Por primera vez, el ser algo mayor me sería útil, ya que así no me confundirían con el resto de chicos y tal vez incluso me tomarían más enserio.

Este edificio era un poco distinto al nuestro. El lugar donde yo vivo es subsidiado por la iglesia local, además de la ayuda que recibíamos del estado, por lo que nuestras condiciones de vida eran un poco mejores.

Recorría los pasillos tratando de encontrar a alguien que pudiera ayudarme.

Sé que para muchos de ustedes lo que yo estaba haciendo era absurdo, tal vez me estaba preocupando por nada, pero David era mi mejor amigo desde que recuerdo y la idea de que algo le sucediera me aterraba.

Yo tenía siete años cuando le conocí. Recuerdo que aquel día una familia llegó al edificio, hasta donde se encontraba la oficina central. Los mayores sabíamos lo que eso significaba, alguno de nosotros por fin tendría un hogar.

En ese tipo de casos solíamos reunirnos a tratar de espiar. Solían tardar entre 30 y 50 minutos. Todos estábamos siempre demasiado ansiosos porque sabíamos que no tendríamos una oportunidad así en tal vez mucho tiempo. Las manos me sudaban y el corazón me latía a mil pulsaciones por minuto, la espera mataba por si sola.

Cuando finalmente salieron de ahí, una de las señoras encargadas camino hasta nosotros para finalmente acercarse hasta uno de los chicos. Él tenía apenas cuatro años en aquel entonces.

Aquella ocasión fue especialmente triste para mí, estaba a una semana de cumplir siete años. La idea de que jamás encontraría una familia me invadió.

Al vivir en un orfanato aprendes que debes callar lo que sientes, no puedes llamar la atención ni pedir ayuda porque sabes que no encontrarás una respuesta, pero esa vez fue demasiado para apagarlo.

Busqué un lugar donde poder esconderme y estar solo antes de caer en llanto.

¿Por qué estas llorando? – dijo una voz a mi lado.

Era un niño que jamás antes había visto, o al menos no lo recordaba. Era bastante cachetón y risueño.

Creo que jamás tendré una familia – le dije con los ojos empapados.

Yo puedo ser tu familia – me dijo sonriente.

–Disculpe. ¿Se encuentra David por aquí? – le pregunté a la mujer mayor parada frente a mi

–¿Nick? – escuché a alguien decir a mi espalda...

Una nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora