Me volví adicto. Necesitaba cada vez más de ello y no podía dejar de recibirlos, cada vez que las palmas se acercaban entre ellas y resonaban, también lo hacía mi corazón. Mi piel se eriza solo al recordar aquellas noches de grandeza. Me volví adicto a los aplausos. Soy un escritor de obras de teatro. Escribo desde comedia hasta tragedias que te dejan pensando durante semanas. Compré un teatro de poca monta con una herencia que obtuve de la muerte de uno de mis tíos más cercanos y con mucho esfuerzo, a lo largo que terminaba mis estudios, lo fui modelando tal y como lo había visto en mis sueños. Poco después que terminé mis estudios y con un poco más de tiempo, pulí mis obras y busqué los actores y actrices que coincidirían con el papel de forma perfecta. Las obras eran un éxito, una tras otra. A medida que la crítica aparecía en los medios de comunicación más y más gente concurría a llenar las butacas. El dinero venía hacia mí rápidamente y logré juntar una fortuna en muy poco tiempo, pero el dinero no era lo que me motivaba a seguir escribiendo, a seguir creando. Eran los aplausos de la gente los que llenaban mi espíritu. Todo iba de maravilla hasta que lentamente la gente comenzaba a pedir más y más, las obras que tenían muy buena crítica comenzaron a ser tachadas de aburridas o que carecían de realismo. Fueron alrededor de dos años en donde toqué el cielo y en poco menos de dos meses caí abruptamente al suelo. Pasaban los días y el teatro vendía no más de 20 entradas, la memoria de mis primeras jornadas se venían a mi mente y no podía soportarlo. En uno de aquellos grises atardeceres y antes de que terminara la obra, tomé mi abrigo y fui a uno de los bares que estaban aledaños al teatro. Pedí lo más fuerte que tuvieran y comencé a beber fervientemente. Entre todas las copas que tomé hicieron que lentamente me emborrachara. En el momento en el que sentí que era demasiado, emprendí la vuelta a casa. Iba caminando por la acera y pasé frente al teatro y no pude evitar llorar ante lo vacío que se sentía, ante lo lúgubre que parecía. La mezcla del olor entre mi perfume, el alcohol, lágrimas y mocos me hicieron tener nauseas y vomitar en uno de los callejones que estaban a los costados del teatro, seguro iban a pensar que lo hizo uno de los tantos alcohólicos que concurren al mismo bar. Arrastré mi espalda por la muralla y lentamente terminé sentado en el piso, melancólico. Escuché la puerta del teatro abriéndose y gracias a la luz de uno de los focos que está justo a la salida del callejón vi a dos mujeres saliendo y riendo; una de ellas dijo: -"Al parecer la crítica tenía razón, no tiene nada de realismo esta obra, los personajes se sienten mecánicos. Que basura." a lo que terminó con otra carcajada más. La pena que sentía y que calaba en lo más recóndito de mis huesos pasó a ser una furia incontrolable. Seguí por unas cuadras a estas mujeres y cuando se separaron seguí de muy cerca a la que ninguneó el fruto del trabajo de toda una vida. Pasó por un lugar deshabitado y era mi oportunidad. Tomé mi navaja con mi mano izquierda y con la derecha pasé por su cuello y tapé su boca, la llevé a una de las orillas más oscuras y enterré la navaja por su espalda y susurrándole al oído le dije: -"¿Quién te crees tu para venir a tratar de basura una de mis obras? ¿Falta de realismo?¿Quién eres tú para decidir eso?"
A medida que mi respiración se aceleraba por la ira y la de ella disminuía por la cantidad de sangre que perdía cada segundo, pude ver todos los detalles de lo que era un asesinato. Este iba a ser el primero de lo que sería una seguidilla de asesinatos que conllevarían a mi éxito como escritor.
Dejé el cadáver en una zanja y fui a mi departamento. Me despojé de todas mis ropas y las quemé en la chimenea, limpié la cuchilla de la navaja y la dejé en un caja de madera que tengo desde pequeño. Era de mañana, pasé de largo. Puse a hervir agua para tomarme un café, decidí que no abriría el teatro hoy, llamé a todos los actores de la obra de hoy. Aún podía sentir la sangre escurriendo por mis dedos, aun podía sentir como una vida se iba en mis manos, aún sentía todos los detalles de aquel momento tanto en mi cuerpo como en mi mente. Tomé lápiz y papel y comencé a escribir sin parar. La obra tenía como eje central un asesinato. Estuve de corrido desde que tomé aquel café hasta la madrugada del siguiente día escribiendo sin parar. La obra para la mañana siguiente ya estaba lista y le dije a los actores que necesitaba que interpretaran al pie de la letra y tal como yo les dijera para que fuese un éxito. Llegó la noche del estreno y las butacas no estaban tan llenas como hubiese querido, pero era mi regreso triunfante. catorce, no, quince butacas estaban ocupadas y las quince hacían llegar aplausos. Habían vuelto, aquella droga de la cual estaba tan necesitado, de la cual tanto carecía. La obra estuvo en la cartelera por lo menos dos semanas y lentamente comenzaron a llenarse uno tras otro los asientos. En los periódicos volvía a aparecer mi nombre y las buenas críticas. "Ha vuelto el dramaturgo del año", "El regreso de la joven promesa dramática" y junto a frases como esta volvía a la palestra en gloria y majestad. Lo que mi éxtasis pasó por alto fue un rincón del periódico que hablaba sobre el cruel asesinato de una joven y que el asesino se había dado a la fuga. Más, necesitaba más de aquella experiencia que me hizo volver. Así es como cada cierto tiempo necesitaba matar, usualmente mataba a mujeres, pero si la trama lo requería mataba hombres, tanto adultos como jóvenes. No eran de mi elección principal porque daban mucha pelea y más de alguna vez me golpearon. Mis obras a medida que salían eran aplaudidas cada vez más y yo solo podía pensar en ello. Mi sitio en el periódico se mantuvo durante meses, incluso bordeó el año, pero las portadas sobre asesinatos en serie tenían las hojas con matices de gris y en el fondo, de un color rojo intenso proveniente de la sangre derramada por mis propias manos y que al final se transformaban en tinta que se vertía en las hojas de mis cuadernillos. En una de las tantas noches de obra un detective acudió a mi obra de teatro, incitado a asistir por su esposa. Aquel encuentro iba a generar muchas coincidencias de los casos con mis obras. Los aplausos seguían llegando y con ello las sospechas del detective sobre mi persona. El hombre acudía a las obras todas las semanas y se acercaba a hablar conmigo de igual forma. Noté durante varios días que me seguía en busca de alguna actitud sospechosa, de todos modos, una parte de mi se sentía intrigado por ver qué tan lejos podía llegar y de manera intencional iba dejando pistas en mis obras y en los crímenes. Cuándo ya cumplí el año y medio de asesinatos decidí terminar todo con lo que sería mi obra maestra. El detective dentro de sí sabía que yo era el asesino, pero aún no tenía pruebas suficientes para poder probar mi culpabilidad. Dentro de este año y medio gané mucha experiencia y ya sabía como se sentía la sangre, su olor, como reaccionaban las víctimas, su horror al verme llegar por su espalda, el terror que sentían cuando los amarraba o simplemente jugueteaba con ellos, no necesitaba más. En aquella noche, en aquella obra final el detective acudió como todas las semanas en busca de
algo que pudiese probar que yo era quien había cobrado todas esas vidas. El asesinato era a una pequeña niña de unos siete años. La pequeña usaba un vestido blanco y se encontraba en su casa jugando con la niñera. En medio de la noche una sombra se acercaba por la ventana y dormía a la niñera, jugaba con la niña hasta que dentro de uno de los mismos era amarrada en la baranda de la escalera de madera. Las venas de sus muñecas eran cortadas al igual que parte de su cuello, se le amordazaba y lentamente se desangraba dejando el blanco vestido de color rojo. Dejé un mensaje que pasaría desapercibido para un espectador casual, incluso para un crítico: -"¿Tienes tiempo para disfrutar de la obra, detective?" En el momento que la frase se hubiese dicho yo ya estaría en el teatro una vez más, así fue. Los aplausos cayeron estrepitosamente y yo solo pude dar las gracias y maravillarme ante toda la ovación que mi obra recibía, había valido la pena. El detective salió de la obra medio confundido y tomó a su esposa de la mano, como si supiera que la obra fue la viva representación del horror que pasaba en su casa. El detective abrió la puerta de su casa y simplemente cayó de rodillas. Seguía en el teatro y sabía que vendría el detective a cobrar por lo que había hecho. Me levanté de mi asiento y caminé por los pasillos que dirigen hacia las butacas, sonreí una vez más ante todos los aplausos que había ganado y finalmente me recosté en el centro del escenario. Me volví adicto. Necesitaba cada vez más de ello y no podía dejar de recibirlos, cada vez que las palmas se acercaban entre ellas y resonaban, también lo hacía mi corazón. Mi piel se eriza solo al recordar aquellas noches de grandeza. Logré sentir el mejor sentimiento de satisfacción por mi último arco de obras y no necesitaba más, cumplí mi propósito en la vida. A lo lejos oigo las sirenas de la policía, al parecer, vienen a por mí. La obra aún no termina, aún no paso a la historia. Escucho los pasos de los oficiales que vienen a por mí, pero no saben que yo no estaré aquí para cuando abran esas puertas. Tomo una pistola del bolsillo interior de mi abrigo y sin dudar apreto el gatillo y pinto de rojo todo el escenario.
Al día siguiente, todo se sentía irreal. Todo se siente confuso. Aquel maníaco había preparado todo y yo solo fui parte de su acto final. Las portadas de los periódicos hablaron de él durante semanas, sobre su obra y sobre sus asesinatos. En el fondo, logró lo que se propuso haciendo uso de todo lo que tenía a su alcance.
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Historias cortas vol. 3
Short StoryEs el tercer volumen de las historias que escribo, que las disfrutes