La melodía retumba en mi cabeza. Siento que las notas, los acordes, el movimiento de mis dedos, todo lo que pasa en mi se manifiesta en una sola canción. Desde pequeño me dediqué a la música, mi padre me enseñó sobre ella y junto a mi madre, que también era música pero que murió cuando yo solo tenía 9 años, me ayudaron a aprender las bases y me pasaron aquel amor por las tonadas. Día a día eran horas de práctica, quizás, era mi propia familia quien me enseñaba, pero no por ello era menos duro y poco a poco mis pequeñas manos sufrían el costo de las agotadoras jornadas de música. Recuerdo a mi padre regañándome y golpeando mis manos cada vez que cometía un error, pero también lo recuerdo con un paño húmedo refrescando mis heridas y bendándolas cuando era necesario. Hubieron buenos momentos en ese lugar, como también hubieron malos. A veces extraño lo humilde y tranquilo de mi hogar, el sonido del viento y de los árboles al recibirlo, donde las verdes hojas danzaban al compás de mi violín. Fue un poco después de que mamá murió que hice mis primeras presentaciones, para ser honesto, no las recuerdo demasiado. Pasaron los años y mi talento y esfuerzo en el violín daban frutos, asistí a muchos teatros y sinfonías en donde me daba a conocer y siempre lucía. Cuando cumplí los 16 años, mi padre murió y con él, murieron también aquellos frenos que tenía en la cabeza, aquel auto control propio de mi etapa más pequeña y antes de conocer el éxito y la fama. En el siguiente año terminaría todos los días, de los que puedo recordar, metido en una cantina pidiendo una botella de vino o dinero para comprar una cuando no tenía. Usaba el violín para saciar mi sed de alcohol y no para calmar a multitudes que acudían a mi como último método para olvidar lo duro de la rutina. En el fondo de mi corazón sentía que le fallaba a mi padre, a mi madre, a mi mismo... Pero sabía que podría volver cuando quisiese a donde estuve mientras tuviera mi violín junto a mi. Hablando del violín, me lo regalaron cuando nací, es un regalo de uno de los amigos de papá, uno de aquellos amigos que hizo en sus largas noches de práctica, en aquellas frías noches de invierno. Aquel señor lo recuerdo vagamente, pero si recuerdo su gran sonrisa cuando me veía y lo feliz que se ponía al verme mirar el violín desde mi cama. En una de las tantas noches de juerga, no sé que me condujo a ello, aposté mi violín. Aposté aquella pertenencia de la cual no podía separarme, de la cual dependía mi vida. Hasta el día de hoy me arrepiento de ello, pero gracias a esa idiotez estoy donde estoy ahora. Por unos días vagué por los callejones de la ciudad que me vio crecer y caer, estuve deambulando en busca de un poco de comida y por la poca fama que me quedaba, la gente me daba un poco y con ello pude sobrevivir. Estaba perdido completamente hasta que una mano dentro de toda la oscuridad en la que yacía, me volvió a poner en el sendero correcto. Uno de los tantos admiradores de mi música era el gobernador de la ciudad, me dijo que no podía soportar que un talento como el mío muriera en lo que era mi comienzo. Supongo que, era necesario que descendiera a aquel mundo para saber lo que no quería, lo que me esperaba si decidía rendirme una vez más. El gobernador me llevó a su casa, me vistió, me dio de comer y me dio una habitación para poder vivir. Me acogió en su propia casa y no podía estar más agradecido del gesto que había hecho por mi. Al día siguiente, me dio un violín y me dijo que lo único que esperaba de mí, era que todos los días tocara algo de música para él, aunque fuese un ensayo. El gustaba de lo que tocaba y que cualquier precio que costase, él lo pagaría para poder oírme nuevamente. Sin poder negarme ante su pedido, comencé día a día a tocar. En la habitación estaban los cientos de papeles que escribía con ideas, notas musicales y partituras que iba completando. Mi idea era quedarme por unos meses y luego volver a hacer aquella carrera que había tirado por la basura.
Un día, en busca de tomar un poco aire fresco junto a mi violín, salí a uno de los jardines que había en la casa del gobernador. Era un jardín con flores de tonalidades de azul y violeta. A lo largo de la casa habían otros más con distintas tonalidades, pero que no generaban en mí aquella motivación para ir a verlos. Tomé asiento en una de las bancas que había y contemplé un momento el movimiento de los pétalos de las múltiples flores que había y junto con su mover comencé a mover con una mano el arco y con la otra a marcar las notas que debía marcar. Así estuve unas horas y repetí la misma rutina durante unas semanas, cada día avanzaba más en una nueva partitura. En una de mis múltiples idas al jardín me encontré con una muchacha, la cual me dijo: "Para ser un tipo que dejó todo por su irresponsabilidad y poco compromiso consigo mismo, eres bastante devoto con el violín y la música". Debo decir que sus palabras calaron en lo más profundo de mi corazón, pero no podía negar nada de lo que me dijo. Solo seguí mi camino y volví a tomar asiento en aquella banca y seguí con los acordes. Cuando ya estaba por terminar mi obra, apareció nuevamente y me dijo: "No pensé que iba a ser tan bello lo que compusiste, supongo que mi padre no estaba equivocado a la hora de darte todo lo que te ha dado, pero debo decir que me parece difícil confiar en alguien que ya ha traicionado la confianza tanto suya como la de los que te escuchaban". "Supongo que tienes razón, no puedo decir nada que compense el error de mis actos, más solo me queda demostrar que puedo volver a ganar sus corazones con el sonar de mis cuerdas, con el hablar de mi alma. Si aquello no es suficiente, aceptaré con gusto el desdén". Le respondí. La chica me miró un poco sorprendida ante mis palabras y solo se mantuvo en silencio mientras seguía afinando los últimos detalles en la partitura. Antes de irme dijo: "Quiero que sepas que en el fondo, sabía que volverías al camino correcto, fue lo correcto pedir una segunda oportunidad para ti". Antes de que se fuera, le pregunté su nombre. "Gabriella Giannini". Es uno de los nombres que jamás olvidaré. Al día siguiente, limpié toda la habitación y también aproveché de limpiar y afinar el violín, en uno de los bordes tiene las siglas "G.G" y cuando las vi por vez primera las asocié al nombre del famoso creador del violín, pero no calzaban para nada en la estética normal de su firma. Con esta limpieza me di cuenta que tiene 2 etiquetas, una del creador y una más. De todos modos, ya sabía a quién pertenecía. Así pasaron los días y las salidas al jardín ya no eran solo por la música, también salía para tocarle a ella. Improvisaba todo y las notas salían completamente naturales, era mi propio ser hablándole y tocando exclusivamente para ella. Pasó el invierno, pasó la primavera, pasó el verano y con ello llegó el otoño. Aquello que esperaba que fuesen unos meses nada más, terminaron siendo casi un año. Quien diría que aquella persona que me salvó, sería a quien le pertenecería mi corazón. El mayor miedo de Gabriella era que pasase con ella lo que pasó conmigo en aquel entonces, que mi falta de control volviese a ver la luz. Ante ello, solo respondí de la mejor forma que pude, tocando el violín y acariciando su largo pelo una vez más. Unos días después abandoné la casa del gobernador y le di las gracias por su hospitalidad, por su amabilidad. Cuando me iba alejando del lugar, Gabriella estaba esperando en la salida de la propiedad y me deseó buena suerte en lo que venía y con un beso le dije que volvería a por ella cuando volviese a donde pertenecía, a la música. Así es como comencé nuevamente con mi carrera como violinista y con mis melodías volví a conquistar a toda la ciudad, y no solo eso, también conquisté el país y con el tiempo, todo el continente. Esta vez, la fama no pudo conmigo y pude aprender a apreciar todo aquello que pasaba frente a
mis ojos, supongo, que esta vez tocaba con el corazón y no solo con las manos. Llené los asientos en cada uno de los teatros y plazas en las que me presenté, por cada noche exitosa era una carta que enviaba a aquella casa que me acogió y en la cual tenía guardado una pieza de mi alma. Así pasaron los años y volví a la casa del gobernador. En ese entonces, él ya había fallecido y la casa se sentía más fría de lo que la recordaba. Dejé mi bolso en la entrada y llamé a la puerta esperando que su voz llenase mis oídos, no hubo respuesta. Tomé mi violín y caminé hacia el jardín en donde creí que podría estar. Una vez que mis oídos oyen una melodía y mis manos la tocan, jamás la olvidaré. Con ello comencé a tocar aquella primera improvisación, aquella primera sonata. Junto con ella llegaron las lágrimas y aquel calor tan característico del amor. De ahora en adelante, todas mis canciones, todos mis acordes, responderán a una sola persona.
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Historias cortas vol. 3
Short StoryEs el tercer volumen de las historias que escribo, que las disfrutes