CAPÍTULO 20: INVIERNO DE LOS 20 AÑOS

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El timbre de la entrada de la cafetería sonó, llamando mi atención y quitando de repente el sueño que me vino a causa del aburrimiento. 

A esa hora del día casi no había clientes para atender. Y, de hecho, la única pareja que se encontraba sentada en una mesa, cerca de la ventana, parecía estar apunto de marcharse.
Mis dos compañeras habían salido a conseguir algo para comer, pero yo decidí quedarme porque mamá dijo que me enviaría algo de alimento pronto. 

Atravesando la puerta, vi entrar a un muchacho alto —de cabello negro recién cortado, vistiendo una playera roja— cargando en manos un plato de unicel cuadrado con tapa.

Suspiré con alivio porque ya pasaban de las cuatro de la tarde y las tripas me estaban rugiendo como Chewbacca.

—Pedido para la señorita Chiara Russo —pregonó, todavía sosteniendo el plato en su mano. 

Hizo una maniobra para colocarlo en la barra de recepción, cual que parecía el mesero de un restaurante refinado. Yo sonreí al observarlo.

—¿Cómo estás, Harry? —inquirí a modo de saludo.

—Diría que sobreviviendo —replicó y se encogió de hombros—. Pero gracias a Dios ya es viernes.

Asentí con la cabeza mientras le extendía un billete de diez pigeons como propina, el cual rechazó al instante.

—¿Y mamá? —Le pregunté comenzando a destapar mi almuerzo. Mis ojos brillaron con entusiasmo al visualizar la comida que encontré adentro. Una milanesa de res empanizada, arroz rojo y ensalada mixta.

—Apurada, ya sabes —contestó, reposando su brazo sobre la barra—. Recibimos alrededor de treinta pedidos por la mañana, y no ha parado el trabajo desde entonces.

—Cielos, pues dile que muchas gracias por enviarme esta delicia —pedí mientras frotaba los dedos de mis manos y tomaba el tenedor que estaba envuelto en una servilleta—. Ya le he dicho que no pierda su tiempo conmigo, pero no quiere hacer caso.

—Está preocupada por tu salud —arguyó para recordármelo.

Lo sabía perfectamente.

Un par de años atrás, mamá optó por dejar de permitirme elegir mi propia comida debido a un aspecto muy importante: siempre amé el azúcar con la intensidad de mil soles.

Muchos tienen adicción al tabaco, a las pastillas de menta, quizá hasta a un tipo específico de alimento. Pero para mí, el azúcar era mi perdición. Ella y yo fuimos muy buenas amigas durante un largo tiempo, y más cuando tuve el desajuste de mi peso. La consumía casi a diario, pero como sucede con las cosas a las que te llegas a acostumbrar, no me di cuenta en qué momento se volvió tan vital para mi existencia.

Long Game [Primer borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora