CAPÍTULO 29

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Podía ver a Chandler desde las gradas altas del estadio Paul Hoffmann. Ambos acabamos ahí por casualidad y ni siquiera nos habíamos dirigido la palabra. En realidad, la razón no era desconocida, pues nos encontrábamos a una distancia considerable.

Cuando Harry me pidió acompañarlo al partido de fútbol esa tarde, accedí solamente porque deseaba despejarme. Durante aquella época la universidad me tenía tan sumergida en trabajos y prácticas, que el cuerpo me pedía a gritos un descanso. Todo fue de imprevisto, simplemente llegó a la puerta de mi casa, me contó acerca de su plan y lo siguiente que recuerdo fue haber aparcado al estadio donde las personas apasionadas por el deporte no paraban de gritar un sinnúmero de cosas. Gisselle no había venido con nosotros porque estaba con Chandler en los asientos más cercanos a la cancha.

Tomé el vaso de refresco sin azúcar que había en el brazo de mi lugar, sin despegar la vista de mis amigos. Era extraño el sentimiento, porque los hermanos en teoría deberían ser inseparables, pero me alegraba mucho verlos juntos. Por lo general —un patrón común que notaba en algunas familias amigas— los hermanos no se llevaban bien. Peleaban por todo, por la más mínima cosa que estuvieran en desacuerdo.

Por eso, supuse que éramos afortunados.

Mi relación con mis hermanos, aunque estábamos lejos, seguía siendo muy buena. Procurábamos marcarnos de vez en cuando, así que me tenían al tanto. Y como Leandro todavía vivía en Hopeville, iba a visitarlo seguido para ver también a mis sobrinos: Sebastián y Julieta, de cinco y tres años respectivamente. Solo conocían a Bianca por videollamada, pero estaba segura que muy pronto vendría a visitarnos. Solo debíamos esperar un poco más para reunirnos nuevamente, como antes.

—¿Sabes qué? —Harry inquirió, interrumpiendo mis reflexiones. Yo levanté mis cejas para invitarlo a continuar—. Hoy le voy a decir.

Rodé los ojos en señal de irritación. Ya no le creía nada. Desde su momento de cobardía en el cumpleaños de Gisselle, perdí la cuenta de las veces que me prometió decirle lo que sentía. Ponía cualquier excusa, la más tonta, para no hacerlo. Que si debía ir a hacer pilates, que tenía mucho tiempo sin visitar a la abuela —ambas cosas eran mentira, por cierto— e incluso llegó a decirme que se había perdido en el bosque. ¿Quién se pierde en el bosque de Hopeville?

Harry presentaba severas fallas técnicas cada vez que intentaba agarrar el valor suficiente para hablar con mi mejor amiga.

—¿Y cuándo piensas hacer eso? ¿Cuando yo muera?

—¡Chiara! —Se quejó como un niño pequeño y comenzó a patalear el suelo—. Esto es muy difícil para mí.

—Ya lo creo —Tomé otro sorbo de refresco mientras dirigía mi vista a la pantalla grande—. En serio eres impresionante.

—Se me ocurrió algo perfecto.

Asentí con mi cabeza, fingiendo interés.

—Cuando termine el partido, seguramente vamos a encontrarnos con ellos fuera, ¿cierto? Entonces haré como si no supiera que estaban aquí, los saludaré y con la naturalidad propia de un amigo, que no tiene segundas intenciones, le voy a invitar un postre. Mira, de hecho sigo guardando el brazalete que le iba a regalar ese día.

Me enseñó una pulsera dorada que tenía colgando el dije de un delfín. Era muy bonito, a decir verdad. Además, había hecho muy bien su investigación porque el animal favorito de Gisselle era ese justamente. 

—¿Ni siquiera eso le pudiste dar en su cumpleaños?

—¡Es muy difícil para mí! —Puse un gesto de decepción en mi rostro. Yo pensaba que era más valiente—. Pero estoy listo, Chiara, lo prometo. Esta vez no voy a echarme para atrás.

Long Game [Primer borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora