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El tiempo licúa. Se desvanece, desaparece. No hay registro. No quiero tenerlo, en realidad. Conozco una sola manera para poder escapar del tiempo: ignorarlo. Ignorar la memoria, ignorar las historias, ignorar los recuerdos. Empezar de cero. ¿La vida no resulta un poco más simple cuando olvidamos esa travesura, ese engaño, ese golpe, ese dolor, ese accidente, esa angustia en el pecho, ese llanto? Es lo que me enseñaron, o al menos lo que aprendí. Olvidar para generar un nuevo tiempo. Crear nuevas imágenes, nuevas huellas, nuevas anécdotas. Borrar las marcas viejas, convertirlas en cicatrices que el tiempo se encargará de hacer desaparecer. Porque el tiempo licúa, no olvidemos. Licúa hasta que se esfuma. Entonces cuando ya estás lista para empezar otra vez, cuando volviste a cargar la mochila con esas nuevas expectativas, podés volver a empezar. ¿Pero saben cuál es el único problema? Que yo nunca pude.

−Hola, mamá. ¿Qué pasa? –es la sexta vez en el transcurso de la mañana que mi madre me llama. No la atendí cuando desperté, vi dos llamadas perdidas cuando salí de la ducha, la ignoré mientras desayunaba y no llegué a atender de camino al garaje.

−Hola, mi amor –su voz renace por el parlante del auto cuando conecté el celular para escuchar música– al fin. ¿Por qué no me atendías? Pensé que te había pasado algo.

−Estaba ocupada –y le hago señas al auto de atrás para que pase.

−¿Estás en el trabajo?

−Yendo.

−Ah, bueno. Entonces te puedo cantar.

−No, no.

¡Qué los cumplas feliz...! –pero lo hace igual porque vive todos los cumpleaños con mucha energía, así que elijo no callarla y esperar a que termine de entonar mientras espero a que el semáforo cambie a rojo– ¡Que los cumplas feliz! ¡Que los cumplas, Marianita, que los cumplas feliz! –vitorea y aplaude para sí misma. Miro el parlante como imaginándola allí sentada y niego con la cabeza porque no puedo creer que esa madre sea real– estás enorme, hija.

−Lo sé, má –y toco bocina porque el semáforo ya cambió a verde y el auto de adelante no avanza.

−¿Tu padre te llamó?

−No –e insisto con la bocina al mismo tiempo que bajo el vidrio de mi ventanilla.

−Bueno, tal vez lo haga más tarde.

−Tampoco me interesa.

−¿Tenés planes para hoy? –cambia de tema porque sabe que no quiero discutir.

−Trabajar. Es lo único que me sale bien.

−Tenés muchas otras habilidades y también estaría bueno que te permitas tu cumpleaños para descansar.

−A mis clientes no les importa si cumplo años, solo quieren obtener lo que les corresponde. La puta madre –me quejo en voz alta porque el auto sigue sin moverse y mi bocina se acopló a las de los que esperan en la cola, entonces giro el volante para hacer una maniobra y poder cruzar por al lado de ese auto rojo en donde hay un hombre totalmente desconcentrado mandando un mensaje de texto– ¡Querido, ¿tenés un doctorado en pelotudo o solo te gusta congestionar el tránsito?!

−¿Qué te pasa, loca? ¿No podés esperar? –encima me responde.

−¡Andate a la mierda, forro! –y también le clavo un fuck you como para que no le queden dudas de que mi odio es real.

−Ay, Mariana, por favor –mamá sigue en línea– no te pelees con la gente en la calle.

−Era un pelotudo –y enciendo las luces de giro al doblar a la izquierda.

ASIGNATURA PENDIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora