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Ya son más de la una del mediodía y el bar de a la vuelta del buffet siempre está cargado de comensales que se reúnen a almorzar o escapan de sus oficinas para tomarse ese cafecito con medialunas que desearon toda la mañana. Reconozco el rostro de varios de ellos porque algunos trabajan en el mismo estudio jurídico y otros pertenecen a otro edificio. También hay un grupo de adolescentes que esperan ansiosos a que en la barra le alcancen la caja de pizza que encargaron porque su ropa y mochilas semi-abiertas dan a entender que acaban de salir del colegio. Mi celular es un sinfín de mensajes que llegan y lo bloqueo porque hoy no estoy con la paciencia suficiente. Bueno, tal vez nunca lo esté, pero hay días en los que se acrecienta. Revuelvo mi té de hierbas esperando a que disminuya el hervor y me detengo a mirar a través de la ventana que da a la calle porque el sol me golpea en la cara y me hace sentir vívida. En la vereda de enfrente hay un grupo de madres, tres para ser más específica, que conversan mientras que cinco niños les corretean alrededor. Son tres nenas y dos varones. Dos de ellas y uno de ellos visten delantal blanco, los otros dos usan delantal cuadrillé, uno rosa y otro celeste. Los más grandes parecen tener la misma edad y compartir curso porque hablan entretenidos, se ríen y cambian figuritas de un álbum que saca la que usa trenzas con cintas de colores atadas en las puntas del pelo. Le señala al varón algo que deben ser los cuadrados vacíos que todavía le faltan completar. Los más chicos corren en un círculo que ellos mismos dibujaron con su imaginación. No sé si cantan, pero calculo que sí porque mueven las bocas con bastante expresividad. Una de las madres, la más baja de las tres, se distrae un segundo de la conversación para decirle al que usa delantal cuadrillé azul y revolea la mochila como un rockero, que deje de hacer tanto escándalo. En realidad, no sé si lo dice con esas mismas palabras, pero por los movimientos de su mano puedo deducir que sí. Él se queda quieto y esbozo una risa cuando noto que le frunce el ceño con desparpajo y enojo. No debe llegar a los cuatro años, pero se planta y cruza los brazos como un adolescente. La madre se acuclilla –quizás también riéndose– para estar a su altura, le limpia la cara con los dedos porque tal vez en el jardín estuvieron jugando con mucha masa, témperas o tierra, y después lo levanta para continuar la conversación con sus amigas. Él recuesta la cabeza en el hombro de ella, se lleva el dedo gordo a la boca y desde la altura observa como su amiga de delantal cuadrillé rosa se une a los tres niños más grandes que continúan peleando por las figuritas.

−Perdón que llegué tarde –Matías me regresa a la realidad cuando cae sentado del otro lado de esa mesa para dos que había reservado con tiempo– ¿Hace mucho estás?

−Un rato –y bajo rápido la mirada al té para abrazar la taza y tomar un sorbo. Creo que él se da cuenta de algo porque, mientras se deshace del saco marrón y abre su maletín, mira hacia donde estaba haciéndolo yo– ¿Trajiste toda la información necesaria?

−Sí –y sobre la mesa deja caer una carpeta– ¿Estás bien? –sí, se dio cuenta.

−Perfecta –y me seco la comisura de los labios con una servilleta– ¿Podemos empezar? Tengo un día muy cargado.

−Sí, perdón otra vez, no quería hacerte demorar.

−Lo hiciste de todas formas –y me adueño de su carpeta para abrirla y leer los documentos que están dentro– ¿Te querés pedir algo?

−No, ya almorcé. Gracias.

−¿A las doce? –pregunto, y lo espío al levantar un poco la mirada. Él solo revolea los ojos y a mí se me escapa una sonrisa– los años pasan, pero las mañas continúan.

−¿Por cuánto tiempo más eso va a seguir siendo tema de burla?

−Quizás cuando dejes de tener el reloj biológico de un anciano de ochenta y dos años –lo escucho reír cuando regreso a mi lectura– ¿Me contás un poco más como fue la situación? Yo solo acá estoy viendo cosas protocolares. ¿Por qué no viniste con tu papá?

ASIGNATURA PENDIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora